Cosmopolis

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

This is the end, my only friend…

No son pocas las personas que dicen el capitalismo está muerto y debe dejar de existir. Numerosos documentales han hecho hincapié en este asunto tomando como principal referencia la crisis del 2008… y es muy posible que así sea. Lo cierto es que yo no entiendo mucho de economía, y no he visto tampoco todos aquellos documentales.

Ahora bien ¿cuál es la mejor forma de expresar el fin del capitalismo a través de la ficción? George Romero elige a los muertos vivos. David Cronenberg elige a Robert Pattison. Con esto no quiero armar una analogía con el fin del cine, ni mucho menos. Al contrario. Mostrando el fin del capitalismo, Cronenberg logra crear una de las películas más inteligentes y divertidas que se hayan realizado sobre el tema apelando a constantes simbolismos y, un lenguaje filosófico pretencioso que en realidad satiriza al lenguaje filosófico pretencioso. Además, sabe aprovechar al máximo las virtudes físicas y las limitaciones interpretativos de su estrella.

“Un talento mal usado, es un talento desperdiciado”. ¿Acaso es una defensa que hace Cronenberg sobre las capacidades del protagonista de la Saga Crepúsculo? Puede ser. Lo cierto es que Pattison está perfecto como este austero y vampírico agente de bolsa de Wall Street que con solo 28 años amasó una fortuna y pretende gastarla lo antes posible antes de quedar en bancarrota… y al mismo tiempo se va a cortar el pelo.

Cronenberg usa una puesta completamente teatral. La película no sale de espacios limitados. Aún los exteriores son espacios limitados visualmente. Peter Suschitzky logra un interesante trabajo de elección de lentes eligiendo angulares para el interior de la limusina de Eric y teleobjetivos para los exteriores. Prácticamente nunca Cronenberg abandona a su protagonista de la visión del espectador. Está en cada escena. Como si fuera un rey o farón de alguna obra teatral griega que no deja su trono (dentro de la limusina) recibiendo a toda su corte, secretarios y ministros que lo aconsejan, lo cuidan pero al mismo tiempo se burlan de él. No falta la esposa traicionada, las amantes, el médico, el visir, los consejeros, la oráculo e incluso el bufón. La única diferencia es que se trata de un trono móvil. Eric recorre supuestamente toda la ciudad – o toda la ciudad se mueve para llegar a Eric – encontrándose con gente que le anticipa que está transitando un camino al infierno. Muy parecido al de Apocalipsis Now. Y obviamente - ojo, ¡spoiler! - se enfrentará al mismísimo demonio, a quién primero lo insultará, lo rebajará negando su existencia hasta que este le demuestre que no puede escapar de su destino.

El director de Pacto de Silencio es un maestro generando climas de tensión constantes. Sus obras suelen ser lentas, dialogadas, densas pero cargadas de atmósferas oscuras, extrañas, surrealistas. Cronenberg cuida cada detalle de la puesta en escena (aunque lo niega) y este caso no es la excepción. La banda sonora de su habitual colaborador, Howard Shore o el diseño de vestuario de su hermana Denise aportan la densidad necesaria para convertirla en un obra gótica.

La película tiene la estructura de Después de Hora o La Hora 25: todo sucede en un día, el protagonista cambia de escena, como cambia de personaje que le viene a anticipar su caída bursátil, moral y física. El film tiene un tono oscuro, pero hipnotizante. Las luces de neón contrastan con el apocalíptico mundo fuera de la limusina, dominado por las ratas. La tecnología empieza a morir y convertirse en innecesaria a medida que avanzan la reuniones, las cuáles mantienen una carga sexual muy típica en varios casos. Como en otros films del director, tecnología y relaciones carnales se fusionan en un mismo espacio. A veces dando la sensación que no hay cortes, como si todo fuera un sueño continuo sin pausas ni elipsis.

Cosmópolis es un film filosófico que transciende su crítica económica para simbolizar el fin de un personaje que se va desnudando inteligentemente ante el espectador, y también tiene lecturas religiosas relacionadas con los contrastes de Dios y el Diablo. Cada escena tiene una puesta excepcional, meticulosa, milimétricamente planeada. Se pueden ver numerosas relaciones visuales con Almuerzo Desnudo, Una Historia Violenta e incluso Promesas del Este. Sin embargo, acá el morbo pasa por destruir a un personaje que intenta ser simpático y termina siendo un pretencioso muchachito rico y excitado.

El personaje atraviesa un río de miseria en línea recta, partiendo de Wall Street hasta llegar a una peluquería en el Bronx. A partir de acá es donde más se nota el mundo estirilizado del director: arranques de ira violentos, repentinos y gráficos, particulares de la cultura cómic, que recuerda a la manera en que Cronenberg ha explotado cabezas a lo largo de toda su filmografía. El film toma lo mejor del Scorsese o el Coppola más ambiguo y le suma esa metafísica densa e irreal del universo del autor.

Cosmópolis, se puede leer como una burla al espectador, una burla a lo que el espectador puede llegar a esperar de estrellas como Pattison (que comienza paradójicamente con una palidez vampírica y anteojos negros como huyendo de la luz solar), Jay Baruchel, Juliette Binoche, Mattheu Amalric o Paul Giamatti, que tiene uno de los mejores personajes del film. Sátira al mundo capitalista, a la sociedad consumista, salvajemente retratada por una visión cínica y absurda, anarquista y apocalíptica donde las ratas comienzan a apoderarse del mundo; es un film hermoso, siniestro y odioso al mismo tiempo. Cronenberg nunca hizo cine para las masas, ni para los críticos, ni tampoco para agradar a los jurados de los festivales, pero lo cierto es que estamos frente a una de las propuestas más radicales de su autoría, aquella que busca provocar, pero sin dejar de lado una impecable factoría audiovisual, donde se nota su mano desde los créditos iniciales hasta el plano final.

¡Cronenberg vive, larga vida al rey!