Cosmopolis

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

Cosmopolis es para David Cronenberg una vuelta a su cine, al de Crash, Videodrome o Existenz, más alejado del giro narrativo de los últimos años con películas más redondas o clásicas como A History of Violence o Eastern Promises. Se trata de un film complejo basado en la novela homónima de Don DeLillo, que en su momento se categorizó como infilmable como a tantas otras, y que encuentra en la adaptación su principal bloqueo.

Fría y distante, como una limusina convertida en oficina que amortigua cualquier contacto con el mundo exterior, la película se convierte en un estudio técnico sobre el capitalismo devorador de hombres centrándose en la figura de Eric Packer. Un sujeto que se mueve como pez en el agua en el ámbito financiero, con manejos y negocios bursátiles que lo han convertido en multimillonario, se encuentra atosigado por una operación cambiaria, una apuesta en contra del yuan que le hace perder millones a cada segundo. Ante ese panorama su único deseo es conseguir un corte de pelo en la peluquería del barrio, que queda al otro lado de la ciudad, símbolo de aquello real, tangible e identificable, dentro de un mundo de dinero inasible y de relaciones clínicas.

En su trayecto entablará una serie de contactos, todos dentro del lujoso vehículo, que van desde los negocios hasta cuestiones personales –sexo, chequeo médico, encuentro con un conocido- mientras el mundo colapsa alrededor, con un Occupy Wall Street escrito y filmado que se previó ocho años antes de que ocurriera. Ante las posibilidades de este análisis crítico del capitalismo y su impacto en la naturaleza humana prometido desde la sinopsis de la película, uno no tiene más que desilusión frente a lo que realmente se encuentra, con una película superficial que plantea una premisa y la da como válida sin ninguna exploración, con una suerte de camino de autodestrucción que justifique su ausencia de contenido. Packer, en una muy buena interpretación de Robert Pattinson, tiene un objetivo claro desde que su día comienza y, lo que aspira ser una tortuosa caída hacia el fango, se percibe más como una maniobra calculada de humanización de un ser ya abstracto.

Cosmopolis es un bienvenido regreso del director canadiense a un estilo que lo hizo reconocido, pero sucumbe bajo el peso de la novela que le da origen, al punto de que en vez de acortar la enorme brecha con quien no está familiarizado con la misma, la incrementa. Aún a pesar de los intentos de dotar de peso a los personajes casuales con intérpretes como Mathieu Amalric, Juliette Binoche, Samantha Morton o Paul Giamatti, una historia que se vale de un diálogo de ida y vuelta permanente para avanzar -sea de temas fundamentales o triviales-, antes que de las imágenes, acaba convertida en un ensayo con menos firmeza que la de su etéreo protagonista.