Cosmopolis

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Un vampiro suelto en Manhattan

Pocas películas como Cosmópolis han generado opiniones tan encontradas, tan radicalmente opuestas: desde el calificativo de obra maestra hasta críticas indignadas, todo vale para enfrentarse a este nuevo desafío que propone David Cronenberg. Fiel a su costumbre, el director de La mosca y Una historia violenta se arriesga una vez más en su carrera; en este caso, con una transposición casi "literal" (al menos en el terreno de los diálogos) de la no menos audaz novela escrita en 2003 por Don DeLillo.

El resultado de semejante procedimiento (algo así como "incrustar" una dinámica literaria en una estructura cinematográfica) puede resultar en primera instancia algo desconcertante y hasta abrumar a quienes le huyan al imperio de la palabra en pantalla, pero si el espectador consigue vencer esos prejuicios y le presta a Cosmópolis la debida -necesaria- atención, la experiencia puede ser fascinante.

Cronenberg -quien ya venía de hacer una película "hablada" en Un método peligroso - no le teme a la claustrofobia (buena parte del film transcurre dentro de un auto) ni a lo teatral (la secuencia final de 22 minutos es prácticamente un corto independiente que bien podría ser montado como una obra sobre tablas). Y, a pesar de todo eso (o por todo eso), Cosmópolis no deja de ser cine puro a partir de una puesta en escena muy pensada y sostenida por un minucioso trabajo visual.

El protagonista casi absoluto del film es Eric Packer (Robert Pattinson), quien no ha llegado aún a los 30 años y ya es multimillonario gracias a sus habilidades para manejarse en el mundo de las finanzas. Este muchacho seductor vive rodeado de guardaespaldas, de asesores, de secretarias y de amantes (jóvenes y maduras). Sin embargo, aun con el poder del dinero (y con el que tiene sobre otras personas), Eric es un alma en pena, un cúmulo de frustraciones e insatisfacciones.

Este vampiro de Wall Street funciona como símbolo de la crisis del capitalismo salvaje y Cronenberg -más allá de las cuestiones alegóricas y de ciertas búsquedas abstractas y conceptuales que aquí se priorizan- no ahorra referencias directas a un mundo en llamas, dotando así al contexto (y al film todo) de un tono apocalíptico, terminal.

Solemne y cómica, perversa y lánguida, erótica y lúgubre a la vez, Cosmópolis resulta un verdadero tour-de-force para Pattinson. A pesar de su escasa expresividad (que Cronenberg "aprovecha" y hasta potencia), el astro de la saga Crepúsculo alcanza a transmitir esa sensación de hartazgo y vulnerabilidad de su criatura.

Más allá de los breves y en algunos casos sustanciosos aportes de grandes intérpretes en pequeños papeles (Paul Giamatti, Juliette Binoche, Sarah Gadon, Samantha Morton, Mathieu Amalric y Jay Baruchel), es Pattinson quien ocupa casi todo el tiempo la pantalla dentro de su limusina, que es también su oficina y su nave rumbo al? ¿naufragio? final.