Cosmopolis

Crítica de Demian Paredes - La Verdad Obrera

Fallido intento de llevar la novela al cine

Cosmópolis, nueva película de David Cronenberg (Videodrome, La mosca, Naked Lunch, entre otras), basada en la novela homónima del escritor norteamericano Don DeLillo, es un intento –fallido, a mi entender– de retratar un día en la vida de Eric Packer, agente del mercado de acciones.

La película comienza con un paneo completo de la gran limusina que llevará a Packer de una punta a la otra de la ciudad, para que éste se corte el pelo. Allí, cómodamente instalado, será visitado, en el mismo vehículo, por varios socios y empleados, por amantes y hasta por un médico, ya que se hace un chequeo diario de salud…

Indolente, alelado, caprichoso, el protagonista de esta historia es víctima de un ataque de jóvenes anarquistas (el mismo día en que hay una aparición del presidente de los Estados Unidos), visita una librería, algunos restaurantes, una fiesta rave y hasta se cruza con el velorio público de su cantante de rap favorito. Finalmente, y tras lograr arribar a la peluquería al final del día, se encontrará con otro personaje, quien encarna para Packer lo que se suele llamar “el destino final”.

Cronenberg, que dijo en un reportaje que tenía presente Líbano y El barco –e hizo ver esas películas a su equipo técnico–, en lo que hace a filmar en ambientes cerrados y “claustrofóbicos”, basó su guión (casi idénticamente) en los diálogos originales de la novela de DeLillo. Pero el resultado no es bueno: la película pone demasiado énfasis en el propio viaje de Packer, desdibujándose el propio protagonista. Los diversos diálogos que tiene Packer con cada visitante de la limusina, va hilando la subjetividad de éste: “filosofía de vida”, conclusiones, dudas “existenciales”, conectadas con caprichos (pretende comprar, cueste lo que cueste, una catedral entera) y su riesgosa apuesta contra la moneda china, el yuan, hacen, de conjunto, una mentalidad contemporánea posible: la de los yuppies o brokers; la de aquellos “amos del universo” (masters of the universe) que varios lustros antes ya retratara Tom Wolfe en su renombrada novela La hoguera de las vanidades.

La película de Cronenberg, en cambio, termina dando una serie inconexa de discursos, carentes de (algún) hilo argumental, dejando todo en una suerte de (casi siempre arbitraria) “disquisición filosófica” sobre el presente, apabullando o confundiendo; muy lejos de cierta profundidad que hay en DeLillo, quien toma temas esenciales del ser humano para contrastarlos con su manifestación concreta en el mundo contemporáneo (en la realidad social, económica, política y cultural), y con las (generalmente “sorprendentes”, originales) visiones “personales” de sus personajes.

Por otra parte, la crítica, divida entre detractores y alabadores tout court, en muchos casos no ha leído la obra original; de ahí que haya largas disquisiciones sobre el movimiento Occupy Wall Street y la actual crisis financiera. Pero en realidad, la novela, publicada en 2003, se hace eco de aquella lucha conocida como “la batalla de Seattle” –si se quiere, un antecedente ya remoto de Occupy–, de fines de 1999, y de las crisis de las empresas “punto com”, como WorldCom y Enron, de 2001.

Cronenberg apenas si hizo algo para aggionar la historia: cambió el yen japonés de la novela por el yuan chino… y nada más (otra opción hubiera sido plantar la película en su año original). A lo que hay que sumar que Robert Pattinson, el actor protagonista, es “naturalmente” distante, lo que genera la paradoja de un actor no-creíble para Packer; cuestión que no subsanan algunas interesantes interpretaciones de los personajes secundarios.

En síntesis, hay aquí una película fría y seca: limusina sobredimensionada, actuaciones erráticas (o errantes, producto del guión), que no logra estar (a su modo, por supuesto: nadie pretende una “reproducción fílmica” de una obra literaria) a la altura de la mejor e interesante novela de DeLillo.