Corralón

Crítica de Juan Pablo Russo - EscribiendoCine

Perros de caza

La cuarta película de ficción de Eduardo Pinto (Palermo Hollywood, Caño Dorado, Dora, la jugadora) sigue la línea narrativa y visual de sus predecesoras. Hombres comunes en donde por algún hecho fortuito sacarán lo peor de si en un mundo distópico.

Corralón (2017) presenta a dos personajes de apariencia tranquila. Juan (Luciano Cáceres) e Ismael (Pablo Pinto), empleados de un corralón de materiales para la construcción. La relación con los clientes es tranquila hasta que cae una pareja de engreídos ricachones (Joaquín Berthold) y Brenda Gandini) que hace del maltrato, la soberbia y la discriminación una forma de vida. En un arranque de locura Juan tomará una decisión que cambiará la vida de los cuatros: reeducarlos como perros.

En una sociedad capitalista donde el poder pasa por el dinero y quienes más tienen se sienten con derechos sobre los otros, Pinto construye una historia sórdida, claustrofóbica, por momentos desbastadora, ambientada en el conurbano bonaerense con muy pocos personajes y una puesta en escena sucia pese un extremo cuidado visual de encuadres trabajados y una imponente fotografía en blanco y negro (también de Pinto). Axel Krieger aporta una banda sonora que funciona acompañando el crescendo dramático de cada una de las escenas o creando la tensión necesaria que la historia necesita, algo que a muchas películas termina jugándole en contra ante un abuso innecesario.

Desde lo actoral no solo hay un gran trabajo en la composición de los personajes, sino que también el cuerpo cumple un rol esencial de poses y posturas digno de destacar, y que para no spoilear partes significativas de la trama no revelaremos. Cada movimiento, cada gesto, será más relevante que las palabras.

Corralón tiene todos los ingredientes para tener una carrera exitosa. Es cine de género en su estado más puro y crudo, es cine social, tanto técnica como artísticamente es lograda. Cuenta una historia creíble que no es para nada previsible y entretiene. ¿Qué más se le puede pedir?