Corralón

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

El director de Palermo Hollywood, Buen día, día y Caño dorado propone un thriller suburbano con potencia, tensión y un destacado protagonista.

Juan (Luciano Cáceres) e Ismael (Pablo Pinto) son empleados de un corralón de materiales y grandes amigos. Comparten salidas, charlas y una insatisfacción que, sobre todo en el caso de Juan, se traduce en borracheras recurrentes. A bordo del camión recorren gran parte del oeste del conurbano bonaerense buscando y entregando pedidos. Como en Un gallo para Esculapio, la de Corralón es una historia directamente condicionada por su contexto, con esas casas bajas y calles de asfalto resquebrajado, cuando no directamente de tierra, volviéndose elementos fundamentales de la acción.

Uno de esos viajes los lleva hasta la casa de un matrimonio tan rico como maleducado e irrespetuoso. Harto del ninguneo y el maltrato, Juan decide llevar adelante una revancha muy particular: secuestrarlos no para pedirles dinero ni nada a cambio, sino por el placer aleccionador de reeducarlos como perros. Una metáfora social interesante, sí, pero también evidente.

Filmada en blanco y negro, Corralón crece a medida que Juan se vuelve un personaje complejo, profundamente siniestro y misterioso. Hasta entonces el film había oscilado entre el relato social y los dramas internos de sus protagonistas torturados. Hay, además, toda una trama “romántica” entre Juan y una mujer (Nai Awada) vinculada con los secuestrados no del todo redonda.

La segunda mitad de Corralón tiene la viscosidad de esos thrillers suburbanos tensos y opresivos, y el magnetismo de un villano cautivante, interpretado por un Luciano Cáceres perfecto en una apuesta al exceso que Pinto tarda bastante en abrazar, pero que cuando lo hace le da buenos resultados.