Corazón loco

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"Corazón loco": una película que atrasa

El guion de Suar y Marcos Carnevale hace de las mujeres un par de figuritas cortadas con la más gruesa de las tijeras, uno los tantos prejuicios (sociales, de género, de clase) que atraviesan la película.

Fernando Ferro es un hombre igual a todos, salvo porque tiene un “corazón enorme”, según él mismo dice. “Mide como el del resto, pero sufre una singular anomalía: puede amar mucho más que el de cualquier ser humano”, completa. Tanto puede amar, que no le alcanza con una mujer sino que necesita dos: una de lunes a jueves; la otra, de viernes a domingo. Desde ya que ninguna sabe de la otra ni de esa patología cardíaca, en parte porque viven a 400 kilómetros y Fernando es un avezado mentiroso. Pero sobre todo porque, aunque opuestas en su manera de ser, están hermanadas por la tontera y la tendencia a responder a todo con gritos y movimientos eléctricos de las manos. El día a día de este hombre con dos casas, dos autos, dos familias y otros dos departamentos alquilados es el centro narrativo de Corazón loco, una película que, aunque parezca increíble, no se filmó en la Argentina del siglo pasado sino en la del año 2019. Peor aún: de no haber existido la pandemia, hubiera sido una de las grandes apuestas comerciales de 2020 del cine nacional, dado que originalmente iba a estrenarse en salas a mediados de marzo.

Es difícil imaginar a quién se le ocurrió que Corazón loco era una buena idea. Es cierto que el director Marcos Carnevale (Corazón de León, El fútbol o yo, No soy tu mami) nunca fue un vanguardista y en todos sus trabajos lo clásico coquetea peligrosamente con lo anticuado, pero pocas veces una película de su autoría lució tan fuera de tiempo, hecha con tanto desinterés, como ésta. La premisa, el desarrollo y la forma de Corazón loco remiten a otra época, e incluso varias situaciones están calcadas de Naranja y media, en la que Guillermo Francella interpretaba a un hombre enamorado de dos mujeres. Aquello podía ser gracioso en una tira cómica del prime time de Telefé de 1997, pero no ahora por la sencilla razón de que el mundo es otro. El lugar de Francella recae Adrián Suar, quien hace años se dio cuenta que lo suyo es la ejecución de un mismo personaje que salta de película en película. Bien dirigido y guionado, Suar es eficaz y empático (ver Dos más dos o Igualita a mí). Su Fernando, en cambio, miente, engaña y maltrata a quien se interponga en su camino, convirtiéndose así un hombre repulsivo de tan detestable.

Los primeros minutos describen la rutina de este traumatólogo que hace nueve años pasa una parte de la semana en Mar del Plata con Paula (Gabriela Toscano) y sus dos hijas adolescentes y la otra, en Buenos Aires junto a Vera (Soledad Villamil) y un hijo pequeño. En el medio hay viajes en ambos sentidos de la ruta 2 que incluyen un cambio de vestuario, celular y auto en un parador que la cámara se encarga de remarcar que es el de Atalaya, en uno de los chivos más descarados que se recuerden. Para establecer con más determinación su punto de vista, el guion de Suar y Carnevale hace de las mujeres un par de figuritas cortadas con la más gruesa de las tijeras. En una de las escenas de apertura, por ejemplo, a Paula le tiran alcohol en los ojos y pasa media hora de película con dos parches que la ponen más cerca de la humillación que del disparador cómico. Mejor le va a Vera, a quien al menos le ahorran el ridículo.

Fernando resuelve su vida manipulando, tergiversando y patoteando, tal como hace con un gerente del planetario (chivo descarado, toma 2) y sobre todo con un enfermero al que, sin argumentos para refutarlo, le pide que se limite a “responder como enfermero”, condensando en tres palabras uno los tantos prejuicios (sociales, de género, de clase) que atraviesan el relato. Todo sigue igual hasta que Vera y Paula se descubren mutuamente e inician un plan de venganza que incluye delicias imaginativas tales como ponerle laxante en la comida. El único atisbo de gracia proviene de un compañero de trabajo de Fernando a cargo del notable Alan Sabbagh, que con apenas preguntarle si se cree Saddam Hussein por tener dos mujeres y cómo hace con la AFIP para sostener su doble vida le alcanza para ser la única voz medianamente lúcida entre tanto descalabro.