Corazón de fuego

Crítica de Martín Fernández Cruz - La Nación

Muchos chicos sienten una sincera fascinación por los bomberos, sus imponentes vehículos, la magia de los cuarteles y sus uniformes. Desde la percepción de los más pequeños, ahí se esconde un halo de aventura que les resulta atrapante. Y esa es la mirada que retrata Corazón de fuego, la de un mundo de grandes peligros, centrado en una joven atravesada por el amor a ese oficio.

Ambientada en la Nueva York de comienzos del siglo XX, Georgia es hija de Shawn, un bombero retirado famoso por salvar innumerables vidas y combatir enormes fuegos. La admiración hacia su padre la llevó a desarrollar un sincero amor por ese trabajo. Sin embargo, en los años veinte ese no era un oficio que admitiera mujeres, y la protagonista debe resignar su sueño y su vocación. Pero cuando su padre es nuevamente convocado al cuartel para detener a un peligroso pirómano, Georgia decide que también es su momento, entonces decide hacerse pasar por hombre y comenzar su carrera como bombero.

Corazón de fuego no busca romper estructuras ni desarrollar una historia de mil vueltas; por el contrario, se trata de un film respetuoso de las convenciones del género, pero que triunfa en la cuidada construcción de su joven heroína. La película pone el acento en la tenacidad de Georgia, su apetito por la aventura y el profundo vínculo con su padre. De esa forma, la trama avanza de manera segura, y apoyándose en una carismática protagonista, que sin problemas sostiene sobre sus hombros el peso de la historia.