Contra lo imposible

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

LUCES Y SOMBRAS DEL SUEÑO AMERICANO

No viene mal recordar que Contra lo imposible es un proyecto que viene desarrollándose desde hace muchos años y que en un momento iba a titularse Go like Hell, con Brad Pitt y Tom Cruise como protagonistas, bajo la dirección de Michael Mann. Vale la pena detenerse en el último nombre, no solo porque el realizador terminó siendo el único involucrado en la versión final (aunque como productor ejecutivo), sino porque unas cuantas tonalidades de su cine están presentes en la película finalmente dirigida por James Mangold y con Christian Bale y Matt Damon en los protagónicos. Es que, al fin y al cabo, lo que vemos es una oda al profesionalismo pero también un lente para observar los claroscuros de ese imaginario conocido como el “american dream”.

Es que el film, centrado en la historia real de cómo el piloto Ken Miles (Christian Bale) y el diseñador de autos Carroll Shelby (Matt Damon) se unieron para llevar a Ford a una victoria impensada contra Ferrari en la edición de 1966 de las 24 horas de Le Mans, es una verdadera suma de contrastes y confluencias. No solo por cómo son los protagonistas –Shelby un tipo carismático y entrador, Miles uno de esos lobos solitarios al que solo entienden su esposa e hijo-, sino también por el camino repleto de obstáculos que enfrentan, en el que el principal adversario es la propia organización que los contrata. Ford es retratada en la película como una corporación sustentada un pasado glorioso y que se propone actualizarse a los tiempos que corren, pero que a la vez no puede dejar de comportarse como una entidad burocrática y calculadora, plagada de ejecutivos que no tienen una verdadera conexión con el ámbito del automovilismo.

De ahí que Mangold, así como en Logan se apoyaba en el western para entender a su protagonista y un mundo que lo dejaba marginado, en Contra lo imposible recurre al género deportivo para contraponer visiones éticas sobre lo que debe ser el profesionalismo. Miles y Shelby encarnan lo americano desde la aplicación entre metódica y artesanal del talento, desde la vocación por darle lugar a la creatividad e incluso la improvisación sin dejar de lado los planes preestablecidos, pero chocan con otra representación de lo americano, que son las estructuras corporativas, los comités de ejecutivos que para finales de los sesenta anticipaban la globalización. En Contra lo imposible hay máquinas y maquinaciones, cálculos y calculadores, gente que quiere alcanzar la gloria y gente que quiere adueñarse de la gloria.

En ese despliegue de paradojas, el film de Mangold no busca salidas fáciles y se permite –al igual que El informante, esa gran película de Mann sobre la ética periodística enfrentándose con la corporativa- arribar a un cierre con conclusiones amargas aun en el marco del triunfo. Luego de seguir a dos tipos honestos como Shelby y Miles, de resaltar que con el talento individual no alcanza y que se necesita el apoyo del círculo profesional y afectivo –la mujer de Miles es probablemente el otro gran personaje del relato-, Contra lo imposible se ocupa de dejar en claro que hay costos a pagar. La escena final, conmovedora y confirmando la estupenda actuación de Damon –que junto a Bale construyen un dúo perfecto-, escapa al heroísmo banal y superficial, encontrando los pliegues y grises que la historia oficial muchas veces elude.