Contra lo imposible

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

No es nuevo para el cine el mundo automotor, ambiente que al séptimo arte le ha resultado por demás atractivo. Desde “Grand Prix” (1966, John Frankenheimer) a “Las 24 Horas de Le Mans” (1971, con un inolvidable Steve McQueen). De allí a la taquillera “Días de Trueno” (Tony Scott, 1990) o la más reciente “Rush” (de Ron Howard, sobre la batalla deportiva de Lauda versus Hunt). He aquí la más flamante incursión en el sub-género.

Fanáticos de competencias automovilísticas, fierreros consumados amantes de la mecánica, apasionados nostálgicos de viejos automóviles de carrera y colección, clásicos seguidores del deporte motor contemporáneo que supieron apreciar tiempos más románticos y menos virtuales como los que corren en estos tiempos. Esta película es para ustedes. “Contra lo Imposible” (absurda traducción del título original) nos retrotrae a los míticos años ’60. Un tiempo de absoluto encanto en donde héroes al volante podían ser recios competidores y también atractivos sex symbols del ambiente deportivo. Tiempos más románticos, como dicho, pero también repletos de peligros.

Carreras que eran gestas heroicas. Se requería gran valentía para subirse a esos bólidos, despojados de las protecciones y la seguridad que gozan las máquinas del siglo XXI. Una época de oro, al fin, una década después que nuestro Juan Manuel Fangio dominara el automovilismo internacional. Una era que vio brillar a grandes ases del volante: John Surtees, Dan Gurney, Bruce McLaren, Chris Amon, Lorenzo Bandini y Richie Ghintier, entre otros. La Fórmula 1 otorgaba prestigio, también competencias como Daytona y la mítica carrera de Le Mans. Allí se emplaza este drama deportivo, suerte de biopic sobre dos figuras fundamentales del mencionado ámbito.

Carroll Shelby (el siempre descomunal Matt Damon), ex piloto y exitoso fabricante de chasis y Ken Miles (valiosísima composición de Christian Bale), intrépido y bravucón piloto inglés devenido en mecánico de pueblo a punto de quedar en bancarrota. Por allí desfilan también las enormes figuras de Enzo Ferrari y Henry Ford II, dueños de dos imperios a ambos lados del Atlántico. No cruzan una escena, pero se sacan chispas a través de sus emisarios. Es ciertos que ambos están delineados con una plétora de lugares comunes, pero es una exquisitez verlos interpretar a sendos ‘mandamás’.

A lo largo de las dos horas y media de metraje, el efectivo realizador James Mangold (“Tierra de Policías”, “Tren a Yuma”, “Johnny & June”) recreará de forma sumamente atractiva las escenas de carrera de las competencias que involucran, a través de varios años, el desarrollo de esta historia real. Se podrá palpar el nervio, la tensión y la adrenalina de estos coches en busca de la vuelta más rápida y de sus conductores a la conquista de una hazaña deportiva sin igual, venciendo el cansancio, las inclemencias que se presenten y, también, obstáculos que exceden lo deportivo. La contundencia visual ejercida por el director nos hará palpitar semejante vértigo, sin embargo, su empleo del artificio cinematográfico es en absoluto artificioso. Las escenas de acción no empañan una mirada puesta sobre un drama humano, aderezado con cuotas de bienvenido humor, propio de la idiosincrasia latina o anglosajona, según se verá.

Merced a una excelente recreación de época (vestuario acorde, diseños de colección, vetusta tecnología y sponsors clásicos), el abordaje de Mangold es tan amplio que nos convida del sucio, burocrático y vil detrás de escena de un negocio disfrazado de altruismo deportivo. Midiendo en dólares su rédito o en lucrativas campañas de promoción una foto que justifique la supremacía deportiva. Detrás, subyace un drama emotivo de supervivencia, traumas y frustraciones, encarnados en sendos protagonistas principales. El realizador prefiere un enfoque humanista que enriquezca la propuesta.

El prólogo y el epílogo nos regala un precioso monólogo narrado en off por Matt Damon. Si alguna vez pudiera resumirse, en una frase, la esencia de un piloto de carreras y la pasión que este siente por su oficio, “Contra lo Imposible” no pudo haberlo guionado mejor: ‘Un cuerpo lanzado en tiempo y espacio por velocidad, a 7.000 revoluciones por minuto, donde todo se desvanece’. Estos héroes deportivos anhelan el máximo trofeo, cruzar primero la línea de llegada, recibir la bandera a cuadros y bañarse de gloria eterna. No todos estos ases del volante tuvieron un final feliz, pero en la lucha diaria encontraban el sabor, mientras perseguían la esquiva victoria.