Contra lo imposible

Crítica de Mariana Mactas - TN - Todo Noticias

Cada tanto, y no necesariamente de la mano de Clint Eastwood, se produce una película americana de estilo clásico ligada al mundo del deporte y la épica de la competencia. Con un relato estructurado (principio, desarrollo, fin), héroes reconocibles y asuntos de resonancia universal. Muchas salen bien, muy bien: Rush, Moneyball, con guión de Aaron Sorkin, Invictus, Million Dollar Baby, Senna o Trouble with the curve, con Eastwood delante de cámaras, entre las que vienen a la cabeza del último tiempo.

Ford v Ferrari, que aquí lleva el título poco feliz Contra lo imposible, se suma a esa lista de honor con herramientas nobles (?). La emocionante historia real de los dos amigos que se asociaron para cumplir el sueño corporativo del gigante Ford: competir en Le Mans, la carrera imposible, e intentar ganarle al campeón, el todopoderoso Ferrari. Una hazaña equiparable a pedirle a un equipo de fútbol recién armado que salga a ganar el mundial. Estados Unidos v Italia, Europa. Producción en serie mediocre y en crisis v arte mecánico de alto nivel, y en crisis. Con uno de esos paisajes de potentes secundarios masculinos, los burócratas de la Ford, desesperados por reconvertirse, James Mangold recorta una historia de amistad masculina. Entre Carrol Shelby (Matt Damon), que diseña autos tras abandonar, por problemas cardíacos, su carrera como piloto, y Ken Miles (Christian Bale), un talento tan apasionado para manejar y entender a las máquinas más veloces, como inadaptado para las convenciones sociales. Con modales de hooligan, té en una mano y tuerca en la otra, Miles es uno de esos tipos con olor a taller al que le gusta tanto lo que hace que no le importa perder dinero. Por eso, cuando su amigo le propone intentar el desafío, acepta no ya por la gloria o la plata, aunque la necesita, sino por su propia curiosidad. Por placer, por pasión. Este es uno de los temas centrales de Ford v Ferrari: una película sobre gente que ama lo que hace, como se explicita en un discurso brillante de Shelby, en una escena divertida.

En el centro, dos grandes actores, con destaque especial para el camaleónico Bale, componiendo un personaje entrañable en su paradoja: hecho para caer mal. Miles es poco marquetinero, da mala imagen, no tiene el carisma vendedor del que se alimentan las industrias, todas las industrias. Es un flaco desgarbado, que dice malas palabras y no tiene problema en mandar al diablo a quien sea. Mangold dedica las trepidantes escenas de velocidad, con su ruido a chatarra bullente, a crear esa relación casi romántica del tipo con la máquina, a la que habla (y se habla a sí mismo), mientras fuerza sus palancas y pedales. Entendiéndose con su amigo en cada curva, con una mirada y, a veces, también con unas trompadas, como dos chicos a los que la empresa les queda grande. Frente a la mirada del chico verdadero, hijo de Miles, y acaso más maduro que su padre. Su héroe de carne y hueso. El director de Logan o Inocencia interrumpida ha hecho una gran película, no se la pierdan.