Contra lo imposible

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Responsable de varias valiosas películas como Tierra de policías (1997), Inocencia interrumpida (1999), Identidad (2003), Johnny & June - Pasión y locura (2005), El tren de las 3:10 a Yuma (2007), Wolverine(2013) y Logan (2017), James Mangold ratifica una vez más la nobleza de su cine, su solidez como narrador y su ductilidad como director de actores con este drama deportivo-familar que reconstruye la historia real del duelo entre Ford y Ferrari en la tradicional carrera de las 24 horas de Le Mans en 1966.

Para cierto sector del público una propuesta como Contra lo imposible puede sonar en estos tiempos como demasiado inocente y hasta un poco demodé. Para quienes amamos y reivindicamos hoy el clasicismo de Hollywood (no como actitud conservadora o excluyente sino casi como un espacio de resistencia frente al cinismo y el imperio del impacto efímero reinantes) resulta un bálsamo y una posibilidad de disfrutar de las distintas aristas (los conflictos en esas corporaciones, la amistad entre los protagonistas y las escenas automovilísticas) en toda su dimensión, pureza y esplendor, sin ironías cancheras, regodeos ni artificios innecesarios.

Mangold -digno heredero de Clint Eastwood- se da el tiempo necesario (la película dura dos horas y media que nunca abruman) para describir las distintas realidades laborales y afectivas de Carroll Shelby (Matt Damon) y el inglés Ken Miles (Christian Bale), la crítica situación de Ford en aquella época (impecable cada incursión de Tracy Letts como Henry Ford II), el tortuoso trabajo para diseñar el Ford GT40 y, claro, la épica carrera en la pista francesa con una sorprendente vuelta de tuerca que es preferible no spoilear.

Contra lo imposible va y viene con absoluta naturalidad de la épica deportiva al melodrama y de allí a la comedia (excelente la escena en que Carroll y Ken se pelean cuerpo a cuerpo mientras la esposa de éste interpretada por Caitrona Balfe se sienta en el jardín a observar el duelo), le da un espacio digno incluso a los personajes más secundarios y, sin esconder el fuerte nivel de competitividad y hasta las trampas o engaños que se van haciendo unos a otros, nunca deja de ser un retrato querible. Entretenimiento old-fashioned. Cine en estado puro.