Contra lo imposible

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

¿Cuál fué la última película de carreras que vieron y que valió la pena?. ¿Grand Prix?. ¿Esa con Thor y el Barón Zemo como James Hunt y Nikki Lauda? ¿O ese engendro con Stallone?. En general las películas sobre pilotos profesionales suelen ser bastante torpes en lo dramático, ya sea porque inventan culebrones entre carrera y carrera o porque se meten con sanata pura, pirotecnia verbal de odio entre conductores para llenar tiempo. Pero Ford v Ferrari (¿a quién se le ocurrió la estupidez del v en vez de versus? ¿a algún fanático de Batman v Superman?) no es solo carreras y palabrería sino un duelo de personalidades, cada una mas abrasiva e imperante que la otra, lo cual funciona de maravilla en la pantalla.

Eso no significa que la película sea perfecta. Yo estoy harto de los monstruos cinematográficos que duran mas de dos horas, y pareciera que esa es la tendencia generalizada. Al filme le sobra media hora y, por mas entretenido que sea, hay un momento en que uno desea de que esto termine de una buena vez. Pareciera que los directores han perdido la capacidad de optimizar las historias, de narrarlas con los elementos justos y son cada vez mas indulgentes con la duración de los relatos.

Por supuesto, lo que ocurre es que los personajes son deliciosos, sean por su tozudez, su carisma, su locura o su retorcida personalidad. El filme se basa en una anécdota de la industria automotriz, y mas bien debería figurar comentada en nuestro portal AutosDeCulto; pero no se necesita ser un fanático de la historia de las carreras (o de las marcas) para entender el conflicto y por qué ocurre lo que ocurre.

Si hay un mensaje subliminal en esto, es que los americanos siempre ganan a fuerza de dinero y recursos ilimitados. Claro, hay talentos de su lado – Carroll Shelby, Ken Miles – y el esfuerzo de crear una maravilla tecnológica desde cero, pero todo comienza como una afrenta personal entre Henry Ford II y Enzo Ferrari, y el capricho del americano por darle un cachetazo en la arena deportivo al icónico constructor italiano. Vale decir, se trata del capricho de un tipo pedante que busca vengar su banal orgullo y por eso se embarca en una tarea millonaria. Mientras que Enzo aprecia la estructura pequeña, intima y casi familiar de su exquisita fábrica, Ford se relame con la opulencia, la burocracia y los recursos ilimitados, y lo suyo es una demostración de poder. Claro, es un industrial versus un artesano – y alguien que los mismos italianos aprecian, hasta el punto que la FIAT le compra la empresa a Ferrari por el doble del precio ofrecido por Ford, y le respetan no solo el puesto a Enzo sino que le dan carta blanca para que opere con total independencia; ¿cómo decirle al Dios de la Velocidad lo que debe hacer? -, un tipo que tiene vibra con los motores y para el cual las carreras son su vida. En cambio el otro es un fabricante de productos, el cual quiere hacer algo único y de calidad por primera vez en su vida. Allí es cuando entra Caroll Shelby – un delicioso Matt Damon, haciendo su mejor imitación de Matthew McConaughey en la pantalla grande (luego de mofarse afectuosamente en montones de shows de TV) -, un tipo con un talento enorme que se retiró de las carreras por una afección cardíaca y que puede decifrar los problemas de un motor con tan solo escucharlo. Claro, Shelby diseña y construye pero precisa un alter ego para montar a la bestia que ha creado y el suyo reside en un piloto inglés, mordaz y bastante chiflado, un rebelde de aquellos que rebosa de talento por todos sus poros: Ken Miles (Christian Bale).

La relación dentre Shelby / Damon y Miles / Bale es magnífica. Nunca vi a Bale tan gracioso y desquiciado. El tipo habla solo, va cantando mientras el Ford GT-40 ruge en la carretera, putea como un camionero y es un loco de la guerra como pocos. Pero el tipo sabe, siente la carretera y el filme hace un esfuerzo supremo para demostrarte que lo suyo no es simple profesionalismo sino un talento innato, un sexto sentido que le permite la comunión entre hombre y máquina – y es algo que Shelby también posee, lástima que su salud lo obliga a estar alejado del asiento del conductor -. Como Miles es demasiado excéntrico, los burócratas de Ford intentan domarlo y hasta radiarlo de la escena, pero es Shelby quien se pone en el medio para defender a su amigo.. porque sabe que él es el único que puede llevar al GT-40 a su mayor rendimiento.

Todos son locos: buenos, malos, carismáticos, chiflados, geniales. Damon está muy bien pero los ladrones de escenas son Bale (que merecería una nominación al Oscar) y Tracy Letts como Henry Ford II, que rebosa de veneno y prepotencia… hasta que Shelby lo saca de paseo con el GT-40 y lo hace mear encima (en la mejor escena de la película). Cosa curiosa, el GT-40 fue un proyecto de Ford y un gran triunfo para Ford, pero acá la Ford es la villana de la película, sea por la arrogancia de Henry Ford II o el chupamedias serial de Leo Bebbe (Josh Lucas), un burócrata que sólo piensa en términos de marketing y que siempre le arruina las cosas a Shelby y Miles. Otra cosa curiosa que ocurre con el film es el perfil de Lee Iacocca (Jon Bernthal), al cual lo pintan como un tercer banana cuando en realidad el tipo era una estrella de los negocios, el verdadero padre del Ford Mustang (acá lo pintan como su fuera una idea de Bebbe) y un tipo que en la vida real chocaba a muerte con Henry Ford II por una cuestión de celos profesionales a pesar de haber diseñado algunos de los autos mas icónicos de la Ford. A Iacocca lo fletarían y recién sería apreciado como el Dios que era en la Chrysler, a la cual sacó de la quiebra y la convirtió en una máquina de fabricar autos económicos, populares y de solida calidad, desde la minivan (proyecto despreciado por Ford II), pasando por la popular plataforma K hasta la adquisición de la AMC y la marca Jeep en los años 70.

A mi me gustó mucho Ford v Ferrari. Cuando está en la pista, emociona y tiene algunas de las mejores tomas de carreras desde la mítica Grand Prix. Pero fuera de la pista sigue siendo igual de apasionante – tanto para el conocedor como para el lego – porque los datos anecdóticos condimentan de manera deliciosa el relato pero la historia dramática de por si es muy interesante… y porque es un circo de personajes mas grandes que la vida misma – aun en los papeles mas pequeños como la esposa y el hijo de Miles, o la gente del staff de Shelby – gente con la cual empatizás de entrada y cuyas vivencias te mantienen atado a la butaca hasta el fotograma final.