Contagio

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

El abismo de lo inexplicable

En “Traffic”, Steven Soderbergh ya había mostrado su habilidad para realizar filmes corales, con historias que se tocan apenas, o se reúnen en torno a una temática; por supuesto reuniendo un destacadísimo elenco.

En “Contagio”, lleva esta idea al extremo, en torno a una plaga que se multiplica exponencialmente por el mundo. La historia arranca en el “Día 2” de la expansión del virus. Beth Emhoff, una estadounidense que vuelve a Minneapolis desde Hong Kong (con una particular “escala” en Chicago), comienza a manifestar síntomas de enfermedad, al igual que el joven chino Li Fai, una escort ucraniana que vive en Londres, un japonés y un hombre llamado John Neal, curiosamente de Chicago. La muerte los sorprende a todos y a algunos de sus allegados. En el caso de Emhoff, su marido Mitch parece inmune a la enfermedad.

Rápidamente llegan las reacciones: el Centro de Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) empieza a desplegar su respuesta: liderado por el doctor Ellis Cheever. Otro tanto hará la Organización Mundial de la Salud (OMS), enviando al Asia a la doctora Leonora Orantes. Así se empiezan a despegar diferentes historias interconectadas, pero nucleadas en torno a esas tres principales: la del viudo y su hija (alguna clave hay en la viajera fallecida), la de los implicados en la búsqueda de la vacuna, y la de la médica que se verá retenida en Hong Kong por imprevistos factores. Todo esto mientras el mundo amenaza con desmoronarse ante la crisis: como rezan los afiches promocionales, “nada se expande como el miedo”.

En medio del caos, no faltará el comunicador inescrupuloso, el blogger amarillista Alan Krumwiede, dispuesto a beneficiarse en medio de la catástrofe.

Falibles y mortales

La cinta se convierte así en una mezcla de “Y la banda siguió tocando” con un filme catástrofe clásico, pero la mano de Soderbergh y el guión de Scott Z. Burns ponen distancia con los productos de Roland Emmerich. Porque acá no hay científicos ni militares devenidos héroes, ni el típico personaje que desde el vamos uno sabe que se va a morir. Acá la clave es la suerte, o un genoma que predispone a resistir al violento virus.

Se despliega así un relato ágil, lleno de flashbacks, donde las cámaras retratan lo que no se ve fuera del microscopio: congelando por un segundo una mano, un roce, un estornudo, cualquier momento de transmisión del escurridizo germen.

Y la carnadura humana se apoya en un conjunto de actores que logran darles dimensión a sus personajes, a pesar de que por las características del filme no puedan lucirse. Tal vez Damon se muestre más (como lo hiciera en “Más allá de la vida”, el también coral relato contado por Clint Eastwood): él representa al hombre común, la pasiva víctima que sólo quiere proteger a su hija, lo único que quedó de su familia.

Laurence Fishburne le da vida a un falible Cheever, Kate Winslet encarna a una esforzada doctora Erin Mears, Marion Cotillard le pone el cuerpo a la sensible Orantes y Jude Law hace lo propio con el detestable Krumwiede. Jennifer Ehle da la sorpresa con su doctora Ally Hextall, capaz de experimentar sobre sí misma, y Elliott Gould hace de taquito a su doctor Ian Sussman. Gwyneth Paltrow tiene poco margen, pero lleva la responsabilidad de encarnar a la “index pacient”. Como curiosidad, los fanáticos de CNN verán al conocido presentador médico Sanjay Gupta haciendo de sí mismo.

Con ese arsenal se teje una trama que tal vez no sorprenda demasiado (puede que alguno se decepcione con el final “lineal”, más allá del ingenioso último flashback) pero que se encarga de mostrar en todas sus luces y sus miserias a un grupo de humanos mortales, y sus reacciones ante el miedo a la muerte invisible: el aterrador abismo de lo inexplicable.