Conspiración divina

Crítica de Milagros Amondaray - La Nación

Como ya había hecho con Crimen en El Cairo, su excepcional largometraje estrenado en 2017, el director sueco de origen egipcio Tarik Saleh, vuelve a adentrarse con Conspiración divina en esa ciudad bajo los códigos de un thriller que coquetea con el cine negro como aquella producción, pero que en lo formal remite a films como La conversación de Francis Ford Coppola y El informante de Michael Mann.

El cineasta, también responsable del guion que fue premiado en el Festival de Cine de Cannes, tenía una ardua tarea en sus manos que, en gran medida, comenzó con Crimen en El Cairo: hacer un registro minucioso del epicentro de su narrativa con un manejo extraordinario de los planos abiertos que capturan lo majestuoso y su valor histórico, y también exponer un conflicto central intrincado para quienes no estén familiarizados con el choque de políticas en Egipto. Para ello, Saleh elude lo didáctico y nos adentra en ese mundo eligiendo a un protagonista cuya óptica será un espejo de la del espectador, un joven que es expuesto de manera constante a encrucijadas cuando sale de su cotidianidad y pierde la inocencia.

Adam (Tawfeek Barhom) es hijo de un pescador que repentinamente recibe una posibilidad que creía inaprensible: estudiar en la prestigiosa universidad de Al-Azhar, en El Cairo. Su llegada al lugar es retratada por Saleh con secuencias en los que el alumno se pierde entre el acceso a la cultura con una mezcla de asombro y admiración, hasta que se produce un vuelco que frena ese viaje de descubrimiento y lo embarca en uno intrincado, peligroso, absorbente.

La muerte de la máxima autoridad islámica, el Gran Imán, pone en marcha un juego de intereses políticos y religiosos en los que ese joven no es más que un peón tironeado por diferentes figuras que, a su vez, están disputándose el nombramiento de un sucesor. En ese contexto, Adam no tardará en convertirse en un informante que, inicialmente, responde a Ibrahim (el extraordinario Fares Fares, protagonista de Crimen en El Cairo, un actor de un magnetismo en el que este thriller muchas veces se apoya), y que luego irá acomodándose como si no tuviera noción plena de lo que está sucediendo a su alrededor.

El desconcierto de Adam y ese derrotero clásico de protagonista de un thriller en el que las cartas no se terminan de barajar hasta el último minuto es abordado por su director con una tensión que no necesita de una puesta en escena ostentosa (si la sangre se derrama, sucede en off). Por el contrario, Conspiración divina confía en el poder de las conversaciones y en el impacto que estas tienen intramuros, y por ello se ciñe a las convenciones de un género donde prima la duplicidad, los grises, los topos que van moviéndose sigilosamente para obtener su tajada.

Por lo tanto, cuando a Adam, en una secuencia sobria y poderosa, se le pregunta qué es lo que está aprendiendo en esa universidad de elite, el joven queda pasmado ante ese interrogante cuya respuesta conoce, pero a la que no quiere enfrentar, tan solo una de las numerosas viñetas de Saleh donde comulgan la sofisticación y los conflictos internos que se suscitan en el gran esquema de las cosas.