El guión de esta película es muy poco interesante, no brinda emoción ni suspenso y es tan chiquito que prácticamente entraría en un machete de escuela. Aunque te vayas al baño o a comprar pochoclos y tardes más de media hora, no vas a perder nada, ya que lamentablemente en este film lo que sucede es la nada misma. Todo...
El bárbaro más blandito de todos. Hace casi dos décadas se lanzó un film que al día de hoy se lo puede considerar de culto, Conan: El Bárbaro (Conan: The Barbarian, 1982). Dicho film además de convertirse en un icono del cine de luchas con espadas y brujería, también empujó a la fama al poco conocido por ese entonces: Arnold Schwarzenegger. Dos años después surgió una secuela que mucho dejó que desear y el rumor de una tercera entrega que jamás logró concretarse, dejando así a la original Conan en el lugar del film que marcó a una generación entera como una de sus películas de la infancia. En esta ocasión, la estrofa que inmortalizó Gardel en su tango “Volver” parece no cumplirse, veinte años es mucho tiempo, incluso para el más bravo de los aventureros bárbaros. Ahora el cimmeriano es interpretado por Jason Mamoa (a quien recientemente se lo vio como un guerrero salvaje, en la serie Juego de Tronos). Ya con solo ver al actor podemos intuir el tono de este film. Pasamos de ver una montaña de músculos como lo era Schwarzenegger en su juventud a alguien más estilizado, morocho con un aspecto bronceado que a más de uno le recordará a un surfista metrosexual que a un vikingo. Pero no solo el aspecto físico cambió, sino también el carácter. Cuando el primer Conan del cine acababa con sus enemigos en pocos y brutales espadazos, la nueva versión lo hace con un estilo de pelea que recuerda al Jiu Jitsu, es decir, más coreografía, menos salvajismo. La bestialidad innata del film de 1982 y su secuela también se perdieron, ya no veremos al cimmeriano “noqueando” a un camello de un solo golpe de mano limpia, ni bebiendo y comiendo sin modales. Es una pena que estos detalles se perdieran, ya que son pequeñas actitudes que terminan definiendo al personaje en cuestión. Pero, a favor de esta versión debemos decir que la presencia de sangre por doquier y desmembramientos en primer plano abundan, algo que en la original se sentía en falta. No solo el personaje principal adolece de “liviandad”, el film en su integridad, y sobre todo el guión de Thomas Dean Donnelly y Joshua Oppenheimer se encuentran con la misma carencia. Siguiendo los parámetros del cine de aventura y acción más trillado, vemos todos los pasos obvios en una historia de este tipo: un inicio con voz en off que nos explica absolutamente todo lo que pasó y pasará, una escena de un adolecente Conan donde supuestamente se explican sus motivaciones, muchas escenas de acción filmadas de forma frenética, diálogos que provocan vergüenza ajena y el final donde el malo muere de forma irónica. Es una pena que al intentar darle ritmo al film, se cayera en todos los clichés del género y muchas cosas pasan sin arbitrariedad para que el film no entre en un ritmo pausado, malentendiendo que ritmo es igual a vértigo, cuando con un guión un poco más trabajado y una cámara más estable, la brutalidad en la lucha y el temple de acero que caracteriza a Conan se hubiera logrado transmitir. Si bien el trabajo de vestuario es soberbio y la fotografía logra cumplir su difícil tarea, la falta de carisma del personaje principal y el mediocre guión hacen que el film jamás despegue. En conclusión, Conan: El Bárbaro es una película fallida que se podría tomar como análisis para ver los parámetros en los que se maneja Hollywood a la hora de hacer una cinta de aventuras y acción, donde parece que todo sale del mismo molde, como la espada de Conan.
Héroe milenario con toques fashion Remake del film homónimo que hizo John Millius en 1982 y tuvo a Arnold Schwarzenegger como protagonista. Los tiempos cambian y este héroe milenario resucita en el cuerpo de Jason Momoa, puro músculo y poca expresión. Conan, el Bárbaro es un producto entretenido que viene con la firma de Marcus Nispel, realizador que acredita títulos como La masacre de Texas y Viernes 13, razón por la cual la nueva versión exhibe sangre y tripas por doquier. El personaje central es un cimmerio que se convierte en un guerrero salvaje (el entrenamiento recuerda a Hannah) y que, luego de la muerte de su padre (Ron Perlman, el de Hellboy) emprende la búsqueda de los responsables que masacraron a su pueblo. El esquema argumental tiene los elementos necesarios para mantener la tensión hasta el desenlace: las piezas de una máscara que da poder eterno, peleas cuerpo a cuerpo (con sangre digital incluída), brujería (Rose McGowan como Marique luce una buena caracterización y garras al mejor estilo Freddy) y la resurrección como móvil del villano de turno (Stephen Lang, otra vez tan malo como en Avatar). Conan surgió en la década del treinta y Jason Momoa es más parecidol al personaje del comic que dio vida Schwarzenegger: se lo ve estilizado y moderno. Un héroe con espada en mano que busca venganza en la Edad Hiuboria, una época poblada por demonios y brujos. Nispel aprovecha los decorados virtuales, las referencias a otros films y elabora una película divertida. Dicen que las comparaciones son odiosas, pero en tiempos de cine moderno los héroes vienen con toque fashion y modales más refinados. De todas maneras, la aventura está servida y habrá que ver si llega la segunda parte: Conan, el destructor.
Guerreros en problemas Marcus Nispel ("especialista" en reciclajes como La masacre de Texas y Viernes 13) intenta -sin demasiada suerte- revivir la franquicia fílmica que consagrara a Arnold Schwazenegger y basada en una larga saga de historietas y libros cuyo creador original fue el texano Robert Howard (1906-1936). Luego de un preámbulo en el que vemos el nacimiento y adolescencia de Conan de la mano de su padre y líder del clan (el maestro Ron Perlman), éste es asesinado por los enemigos. Así, el héroe (interpretado por Jason Momoa, visto en Game of Thrones) deberá ocuparse de vengarse y hacer rodar unas cuantas cabezas. Porque de eso se trata este film solemne y elemental. De un baño de sangre a puro gore, mucho efecto visual CGI y efectito en 3D. Película brutal (bruta) y decididamente mediocre que, en la comparación, eleva a la dirigida por John Milius en 1982 a la categoría de obra maestra.
Sangre, músculos y vaguedades En Conan el bárbaro (Conan the barbarian, 2011), el espectador asiste a la repetición anodina de un argumento fantástico sobre explotado. La película decrece paulatinamente en intensidad y carece tanto de una narración sólida como de un ambiente visualmente atractivo. Un mercenario del continente de Hiboria (Stephen Lang) emprende una búsqueda para recolectar los pedazos de una máscara, de grandes propiedades mágicas, escondidos por el mundo y conservados por guardianes asignados. Su objetivo es recolectar todos los pedazos para luego, asistido por el poder del artefacto, alcanzar la divinidad y someter al resto de las sociedades a su mandato implacable. Es esa misma proeza la que lo conduce a tierras cimerianas y es la misma sed de poder la que impulsa al tirano a saquear la aldea y asesinar a su líder Corin (Ron Perlman) padre de Conan (Jason Momoa). Los años transcurren y Conan, sintiendo aún a sangre viva la tragedia, decide tomar represalias. El protagonista reacciona ante todas las adversidades planteadas con un forzado ímpetu de valerosidad. Existe un barniz heroico que en las películas del género coexiste con otras herramientas narrativas. Nunca es positivo, sin embargo, cuando una de las herramientas predomina a costas del cercenamiento sistemático de las otras. Y en Conan el bárbaro, eso es exactamente lo que sucede; todas las cualidades que constituyen una digestión entretenida en una obra de acción fantástica, aunque presentes, terminan subyugadas a la atmósfera desmesuradamente épica que el director intenta montar. A lo largo de la cinta, aquella sensación ecuménica de magnificencia se vuelve cursi y hasta casi insoportable. Si bien se trata de una película de acción en donde todo el esfuerzo es destinado a las secuencias de batalla y a los momentos de confrontación, la línea argumentativa está descuidada en exceso y se vuelve dificultoso el seguimiento placentero de la trama. Con un conflicto en cuyo núcleo radica un tópico potencialmente jugoso como la venganza, y teniendo como referencia a los personajes creados por Robert Erwin Howard, el filme deja sabor a poco. La antítesis cultural planteada en la obra original, entre las sociedades autoproclamadas civilizadas con céntricos intereses cicateros y los señalados despectivamente como “la barbarie”, de estilo de vida austero pero de criterio moral noble, está retratada de manera ambigua y difusa. Las actuaciones son correctas con pequeños lapsos de exageración. Lo más meritorio, es la interpretación de Rose McGowan como la hija del antagonista Khalar Zym (Stephen Lang) y su retrato de una relación manipulativa y sugestivamente incestuosa. El nuevo proyecto de Marcus Nispel decrece paulatinamente en intensidad. La resolución del conflicto, anunciado desde su gestación, transcurre sin sorpresas ni sobresaltos. Un trabajo pobre incluso para los estándares desgastados del género.
Simplemente sangre Corría el año 1982 y Arnold Schwarzenegger se puso en la piel del mítico personaje creado por Robert E. Howard, llamado Conán. Hoy, casi 30 años después, de la mano de Conan el Bárbaro, ha vuelto a la gran pantalla el forzudo cimmeriano para ajusticiar al malvado Khalar Kym, que fue el encargado de asesinar a su padre y además de destruir todo su pueblo. Bajo la dirección de Marcus Nispel, Conan el Bárbaro intenta emular lo mejor de grandes películas épicas de los últimos tiempos para lograr introducir a un gran personaje como Conan en el lugar que se merece, algo que no conseguirá jamás en sus 113 minutos de duración. Los principales y molestos errores del film que aquí nos ocupa son el exasperante tono solemne totalmente ausente de sentido del humor, el subrayado de ciertas cuestiones, el abuso de recursos narrativos como el flashback y la abusiva sobre explicación. Amigo Nispel, no hace falta explicar varias veces la misma escena para que entendamos que la máscara se encuentra dispersa en distintos puntos de la tierra media, con una o quizás dos alcanza y sobra. Tampoco es necesario recurrir al flashback cada vez que no sepas como contarnos algo que pasó en el pasado, o peor aún cuando quieras subrayarnos lo que ocurrió en el pasado con una continua repetición de escenas ya mostradas. Más allá de los negativos puntos que se mencionan arriba hay que destacar que en Conan el Bárbaro existe un buen desarrollo de los personajes principales compuestos por Conan, Khalar Kym, Tamara y Marique. Incluso las personificaciones a cargo de Jason Momoa, Stephen Lang, Rachel Nichols y Rose McGowan, respectivamente, están a la altura de la exigencia de sus personajes. Otro apartado interesante fue la buena utilización de la violencia mostrada en la cinta, que si bien hacía el final podría haber doblado la apuesta y no quedarse en su sangriento comienzo, no deja de ser un elemento que eleva al film un poco más dentro de la mediocridad pueril que tienen a veces las propuestas del género épico.
Junto con Solomon Kane, que pudimos ver el año pasado, este estreno es por lejos una de las adaptaciones más fieles que se hicieron en el cine sobre un personaje creado por el verdadero padre de la literatura fantástica, Robert E. Howard (ver historia de Conan). El director Marcus Nispel brindó un film superior en varios aspectos a la producción de 1982, que dirigió John Millius, por la sencilla razón que trasladó con más fidelidad ese mundo maravilloso de fantasía que desarrolló ese tremendo artista que fue Howard. Este es el verdadero Conan. Cuando me senté en la butaca a ver este film, mi único deseo como fan del personaje era que retrataran al verdadero guerrero cimmerio que conozco de toda la vida de los libros y los cómics y la verdad que el director Nispel hizo un buen laburo en este aspecto. Conan es una fantasía grotesca que representa en un punto el lado más salvaje y oscuro del ser humano. Es la bestia desencadenada que desprecia la civilización y que pese a todo, en el fondo, tiene un noble corazón. Por eso el personaje logra despertar simpatía pese a su violencia y machismo exacerbado. Desde la primera escena, con ese nacimiento bizarro que presenta la historia de este ícono de ficción, la película deja en claro que su director entiende esta fantasía loca de Howard y está dispuesto a divertirse con ella. Como se muestra correctamente en los primeros minutos de esta producción, Conan nació en pleno campo de batalla cuando el pueblo cimmerio fue atacado por los invasores de Vanir, un hecho que terminaría marcando su destino al vincular su vida eternamente con la violencia. El director Nispel hizo un trabajo brillante al recrear la Era Hiboria, con una impresionante labor en la ambientación y los vestuarios que estuvieron muy influenciados por las descripciones de los cuentos de Howard y los cómics. A nivel visual la película, especialmente la fotografía, es espectacular y está totalmente inspirada en la última y excelente colección de historietas de la editorial Dark Horse y las memorables ilustraciones de Frank Frazetta. Por otra parte, la acción es muy brutal y está en sintonía con la naturaleza del personaje. Conan es así. Esta es una producción bastante violenta con alto contenido de gore que en más de una escena se evoca a esas historias sangrientas que solían publicarse en la revista “La espada salvaje de Conan”, destinada a lectores adultos. El corte del director, que de cabeza va a tener esta película en dvd, seguramente expandirá este tema. Nispel brinda muy buenos momentos en materia de acción. La pelea de Conan con el Kraken y el duelo final con el villano (gran trabajo de Stephen Lang) son escenas tremendas que se disfrutan en la pantalla grande y están muy bien elaboradas. Con respecto al protagonista, Jason Momoa presenta una correcta interpretación de este personaje. Por fin un Conan que no habla como un retardado! Su enfoque del personaje es muy distinto a lo que hizo Arnold Schwarzenegger. El guerrero de Arnold era más callado y reflexivo debido a sus limitaciones expresivas. De hecho, al austriaco le quitaron muchísimas escenas de diálogo que escribió Oliver Stone en su momento porque su interpretación era desastrosa. Momoa, que es un poco más expresivo, interpreta muy bien al Conan reo y sacado que conocemos de la literatura y que en un punto fue un reflejo de su propio creador, quien desde chico fue un inadaptado social. De todas maneras creo que es una perdida de tiempo detenerse a comparar demasiado las dos películas porque son producciones totalmente distintas. John Millius en su obra tomó elementos del universo de ficción creado por Howard y desarrolló su propia visión de Conan y la mitología nórdica. Marcus Nispel, en cambio, se dedicó a recrear con más detalles la visión y el mundo que creó el autor de esta obra en el cine, algo que nunca se había hecho hasta la fecha. Por eso la película es mucho más fiel a los cuentos y los cómics. Las referencias en la trama a relatos clásicos como “La Torre del Elefante” son geniales y es uno de los varios guiños que hay hacia los fans del cimmerio. La trama argumental es un típico relato de Conan, que tal vez podría haberse mejorado. Creo que le faltó un poco más de trabajo al desarrollo de los villanos y al personaje de Tamara, quien pasa en pocos minutos de ser una doncella virginal a un guerrera experimentada. Sin embargo, estos defectos tampoco son para cortarse las venas. Leí cosas peores del cimmerio. Me cuesta mucho entender la psicología de los snobs que se ponen a analizar filmes como Conan como si fuera una obra de Milton. La película es una invitación para disfrutar de ese mundo loco creado por el genio de Howard, donde los hombres son guerreros fuertes, las mujeres son todas bellezas espectaculares y la vida de los personajes está marcada por la aventura y la acción. Literatura pulp trasladada a la pantalla grande. Buscás reflexiones sobre la humanidad y la vida probá con una conferencia del Dalai Lama. Esto es Conan, el bárbaro y creo que brinda un gran entretenimiento. El Dato Loco: Ron Perlman, quien está excelente en este film como el padre del protagonista, es la tercera vez que trabaja en un proyecto relacionado con este personaje. Previamente interpretó al guerrero cimmerio en el video juego del 2007 y luego en la película animada Conan: Red Nails, cuya producción se encuentra suspendida.
Magia, sangre y espadas son los protagonistas de esta nueva versión fílmica del personaje de Robert E. Howard. Cimmeria es un pueblo de bárbaros. Desde siempre, vivieron de batalla en batalla, matando y muriendo por cualquier causa. En una de esas guerras, una mujer da a luz a un hijo en medio de la violencia y el peligro. Ese niño es Conan, el Cimeriano, heredero al trono de los Bárbaros. Pasa el tiempo, Conan crece y se convierte en un adolescente salvaje. Desde pequeño, el arte de la guerra fue lo suyo, superando por mucho a soldados mucho más entrenados. Pero él solo no puede con el batallón de Khalar Zym, que extermina a su pueblo y mata a su padre en busca de un objeto mágico: una pieza de una corona que puede garantizar poderes mágicos y resurrección de los muertos a quien la posea. El tiempo vuelve a dar un salto: ahora Conan es un adulto que vaga por el mundo eliminando a todos aquellos que se atrevan a esclavizar u oprimir a un pueblo. Pero no lo hace de justiciero, sino que en realidad está buscando la pista para llegar a Khalar Zym y cortarle la cabeza con su espada. Pero Zym tiene otros planes, que no incluyen morir. Es que él buscó las piezas de la máscara con un motivo: resucitar a su esposa, una gran hechicera, y juntos poder dominar a fuerza de miedo todos los reinos del mundo. Pero aún le falta una pieza, una mujer de sangre pura que pueda ser el recipiente para el espíritu de su difunta esposa. Ella será protegida por un monje, hasta que la resitencia se convierte en algo inútil. Ahí, claro, es donde entra Conan, que se convertirá en el protector de la chica, al mismo tiempo que algo (no vamos a llamarlo amor, dejémoslo en algo) va surgiendo entre ellos. En esta nueva versión de Conan, Jason Momoa (Khal Drogo en la serie Game of Thrones) le pone cierto salvajismo que el personaje de Schwarzenegger no tuvo en los ’80. Este actor es más creíble como salvaje que el austríaco musculoso y cierta forma de su actuación, inexpresiva a propósito, salvaje, es lo que lo convierte, tal vez, en un mejor Conan. Claro, el gran problema es que lo argumental en estas películas queda en quinto o sexto lugar. La historia es la de siempre: magia, luchas de espadas, algo de sexo, y se acaba. Pero, de alguna forma, es atractiva, porque no parece una superproducción ni quiere parecerlo. Tiene cierto tufillo a cine B que logra que todo se cuadre más en ese género de guerreros que tanto gustó en los ’80 (motivo por el cual no conviene verla en 3D) y, también, tiene un gran trabajo de actuaciones, tanto de Momoa como de los villanos interpretados por Rose McGowan y Stephen Lang, que son tan cliché que terminan recordándonos a los malos más tradicionales, del estilo Skeletor, recordado malísimo de He-Man. En definitiva, Conan puede – para algunos- ser la nada misma: una película más en donde un musculoso mata a un par de tipos y salen los créditos finales. Pero para los fanáticos de las películas de fantasía, Conan es otra cosa. Es hasta un pequeño golpecito a la nostalgia que los hará revivir los tiempos de meriendas y dibujos animados.
Más cerca del rock star que del superhéroe Publicado en los años ’30 en la revista de relatos pulp Weird Tales, Conan el bárbaro fue en sus orígenes una fantasía desmelenada, típica de una época pródiga en folletines y seriales. A comienzos de los ’80, cuando el imaginario reaganiano fabulaba restaurar un poder perdido, el realizador y guionista John Milius (asumido como “fascista zen”) reinterpretó al héroe de Robert E. Howard como übermensch nietzcheano en esteroides. Tres décadas más tarde, el nuevo Conan –más próximo a una rock star que a un superhombre– no parece en condiciones de restaurar una fe malherida. Visto el despliegue sangriento-anabólico que el alemán Marcus Nispel dispuso para esta nueva versión, su función, bastante más modesta, tal vez consista en devolver a la generación tecno a un mundo en que el músculo no se usaba sólo para apretar el mouse. “Una dulzura, el nene”, comenta la señora del asiento de atrás, cuando un Conan de unos once años le entrega a su padre, líder del clan, las cabezas de cuatro especie de orcos que intentaron hacerse los vivos con él en el bosque. Ubicada en un tiempo y espacio míticos (en Cimeria, durante la era Hiboria), la de Conan es la historia de un héroe nórdico (el hawaiano Jason Momoa) que para vengar la muerte de su padre (el gran Ron Perlman, casi irreconocible bajo un matorral de pelos) deberá enfrentar, ya de mayor, a otras tribus bárbaras. Sobre todo a Khalar Zym (el especialista en villanos Stephen Lang), despiadado reyezuelo y responsable de esa muerte. Acompañado de su hija hechicera (Rose McGowan, semipelada), Khalar Zym anda a su vez en busca del poder absoluto, que cierta corona legendaria le otorgaría. Cuando ambos vuelvan a enfrentarse, las espadas se partirán y los cielos se abrirán. Mientras tanto, el bárbaro se consuela con Tamara (Rachel Nichols), sacerdotisa virgen y de ojos celestes, cuya sangre pura podría devolver la vida a la esposa muerta de Khalar Zym. Más gritada que Esperando la carroza, esta nueva Conan (que se presenta en copias 2 D y 3 D, dobladas y subtituladas) carga el signo de un doble legado. Por un lado, la de esa apoteosis del “cine de hinchadas” que fue 300. Por otro, la de lo que da en llamarse “cine de pornotortura”, en referencia a películas como El juego del miedo, Hostel & cía. De 300 viene el culto del rugido, el decibel y la fuerza bruta, que convierte gran parte de la película en algo parecido a una final entre los All Blacks y Los Pumas, con mazas y hachas en lugar de óvalo. De la pornotortura hereda las brutalidades en plano detalle. No ya la mera espada clavándose en el vientre o los degüellos al paso, sino la cesárea de apuro que el padre de Conan practica a su mujer desfalleciente, la olla de hierro fundido que cae sobre uno, el hachazo que deja la nariz de otro peor que la de Michael Jackson... ¡y el hundimiento de un dedo, años más tarde, dentro de ese mismo hueco! Esto último tal vez sea el único rasgo de humor de una película que carece por completo de ese sentido. Tanto como el de la aventura, la maravilla o el disparate, componentes esenciales de un cuento que, allá en tiempos inmemoriales, empezó siendo pulp.
El paganismo de la espada Luego de muchísimo tiempo de desarrollo, disputas legales, baches esporádicos, mala suerte y vaya a saber qué más, por fin llega a la pantalla grande una nueva adaptación del archiconocido personaje creado en 1932 por Robert E. Howard, artífice de un subgénero muy famoso de la literatura fantástica denominado de “espada y hechicería”. En lo que respecta a Conan el Bárbaro el pasado es de temer: el guerrero cimmerio no sólo fue un baluarte de la mítica revista Weird Tales sino que además ha sido trasladado a todos los soportes existentes, desde libros y comics hasta programas de televisión y videojuegos. Sin lugar a dudas la referencia ineludible en materia cinematográfica es la recordada película de John Milius de 1982 del mismo nombre, a la que le siguió una secuela de menor calidad dos años después: por aquellas épocas era Arnold Schwarzenegger el encargado de cortar cabezas y bien que cumplió su cometido desparramando violencia seca. Como ocurría con Cazador de Demonios: Solomon Kane (Solomon Kane, 2009), otro producto reciente inspirado en la obra de Howard, el film que hoy nos ocupa apuesta más al acero que a la magia y apenas si resulta simpático, quedándose en buenas intenciones pasatistas. La historia comienza con nuestro héroe naciendo en el campo de batalla, sin ninguna metáfora de por medio: su progenitor utiliza un cuchillo sobre su esposa embarazada para que pueda ver al niño antes de morir. Corin (Ron Perlman) le enseña a su hijo las artes de la guerra pero los vínculos familiares pronto se desvanecen con el arribo de una horda de “civilizados” comandada por Khalar Zym (Stephen Lang). El bellaco asesina a su padre, quema la aldea y se lleva consigo el último fragmento de la “máscara de Acheron”, un artilugio capaz de revivir a su compañera muerta y con el que podrá conquistar al mundo. Dos décadas más tarde, Conan (Jason Momoa) continúa obsesionado con la venganza hasta que eventualmente termina chocando de nuevo con los planes de Khalar Zym y su primogénita Marique (Rose McGowan), esta vez orientados a obtener la sangre de una pobre señorita llamada Tamara (Rachel Nichols) en tanto ingrediente final del rito. Si bien es cierto que para el nivel infantiloide del Hollywood contemporáneo el opus por lo menos eleva un poco el voltaje gore y sexual, a decir verdad la trama obedece a un impulso bastante rutinario y no consigue construir seres interesantes más allá de las carnicerías. Aquí reaparecen las “marcas registradas” del realizador alemán Marcus Nispel, responsable de La Masacre de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 2003), Conquistadores (Pathfinder, 2007) y Viernes 13 (Friday the 13th, 2009): una fotografía preciosista, cero evolución narrativa, mucha hemoglobina vía CGI, algo de tetas al aire, edición videoclipera y una “brutalidad” que no está a la altura de la original. Aún así, también es innegable que Conan el Bárbaro (Conan the Barbarian, 2011) cuenta con un elenco convincente y a la larga entretiene si uno pretende consumir una eficaz antología de escenas de acción…
El musculoso que vuelve a vengarse Remake clase B con ritmo, algo de sexo y mucha violencia. Para todos los de treinta y pico que en los ‘80 tuvieron su primera videocasetera, la original Conan: el bárbaro es inolvidable. Dirigida por John Milius, un segunda línea de la generación de Steven Spielberg y George Lucas, esa versión fílmica del personaje de Robert E. Howard no ahorraba brutalidades para contar la historia del joven bárbaro que crece para vengar la muerte de sus padres en una era ficticia y fantástica repleta de guerreros y de magia. El protagonista era Arnold Schwarzenegger, un ex fisicoculturista que la venía remando como actor hacía rato. Conan fue un éxito de público y el envión final para la carrera de Schwarzenegger, que después protagonizó la secuela ( Conan: el destructor ) y después de eso hizo de robot asesino en Terminator . Conan: el bárbaro era una película clase B y Arnold revoleando una espada gigantesca pertenecía al mundo del VHS. La idea de una remake parecía innecesaria y, para algunos, sacrílega. Pero en esta época en la que abundan las sagas y las remakes, Conan también cayó en la volteada. El resultado, sin embargo, es sorprendentemente positivo: una película sin pretensiones, consciente de su espíritu clase B, con grandes personajes secundarios, buen ritmo, algo de sexo y mucha violencia. El guión es distinto de aquél de John Milius -que era una reescritura, a su vez, de uno de Oliver Stone- y sólo se mantiene la historia de la venganza. Los villanos son Khalar Zym y su hija Marique, una hechicera, que matan al padre de Conan para recuperar una parte de la Máscara de Aqueronte y así revivir a su esposa muerta. Conan queda solo y, veinte años después, se transforma en un pirata que busca vengar la muerte de su padre. Hay tres grandes actores secundarios en esos roles: Stephen Lang -el malo de Avatar - es Khalar Zym; la pálida Rose McGowan es su hija Marique, con quien se sugiere que tiene una relación incestuosa; y Ron Perlman es el protagonista de todo el prólogo de la película interpretando a Corin, el padre de Conan. Pero esta vez el actor que interpreta a Conan no es un ex fisicoculturista sino un ex modelo. Jason Momoa es conocido por interpretar al guerrero dothraki Khal Drogo en la primera temporada de la serie Game of Thrones , de HBO, pero mientras que Drogo era un salvaje tosco y brutal -y por eso dio que hablar-, Conan parece un surfer perdido en los bosques de Cimmeria con el pelo largo encremado al mejor estilo Daniel Agostini. Quizá por eso no sorprenda tampoco ver que las esclavas de la Era Hiboria portan implantes de siliconas, ni tampoco resulte rara la irrisoria escena de sexo entre Conan y Tamara (Rachel Nichols), digna de las películas pornosoft que pasan en el cable a la madrugada. Pero Marcus Nispel es “especialista en remakes”, dirigió el reinicio de la saga Martes 13 y también la nueva versión de La masacre de Texas , es lógico que no se tome en serio, y esos defectos acentúan el tono clase B de la película. Después de todo, la original estaba protagonizada por un Schwarzenegger inexpresivo que no podía siquiera pronunciar bien el inglés.
Un universo de espadas y hechiceros La nueva película de este personaje que nace en medio de una batalla remite a las taquilleras de los ’80 protagonizadas por Schwarzenegger y no defrauda en su premisa básica: acción hasta el final de la cinta. Una de la consecuencias no planificadas de las remakes –Conan, El bárbaro es, de alguna manera, una remake– es que terminan idealizando los productos en los que se basan. Dos películas de la década de 1980, ambas protagonizadas por Arnold Schwarzenegger, fueron muy taquilleras y le sirvieron al actor de Terminator para comenzar su camino al estrellato. Ni Conan, El bárbaro (1982) ni su secuela Conan, El destructor (1984) fueron obras maestras en su momento ni lo son ahora. Claro que la primera tiene la dirección y el guión de John Milius (el mismo que escribió Apocalypse Now) y todo su universo personal, pero a pesar de eso y un gran elenco, la película era una historia de espadas y hechiceros, un gran género del cine fantástico al cual las historias de Conan pertenecen por derecho propio. El nuevo film remite tanto a estos primeros dos films como a los textos que creó en la década de 1930 el escritor Robert E. Howard. Aquellos films violentos y políticamente incorrectos que no desentonaban tanto en la década de 1980, hoy serían imposibles en un cine de Hollywood que no desea apostar a estas clases de historias sangrientas a la hora del género de aventuras. Hoy por hoy, parece que algunas de las nuevas series de televisión apuestan a un público más adulto que el cine. Pero en ese aspecto, Conan, El bárbaro está a la altura del original. Respetando el espíritu brutal de este personaje que nace en medio de la batalla, con una espada abriendo el vientre de su madre. Es un bálsamo contra el aniñamiento del cine industrial, ver una película como esta, capaz de ser coherente con su propuesta y su universo. Por otro lado, las escenas de acción funcionan perfectamente e incluso sorprenden en varios momentos. La película no se distrae ni se pierde, no se vuelve confusa y va al grano, logrando que sea mucho más efectiva en su objetivo. El protagonista del film, Jason Momoa, es también la figura principal de la serie Game of Thrones y hay que decir que, mérito dudoso, es más expresivo que los otros Conan de la pantalla grande y la televisión. Stephen Lang (el villano de Avatar) compone aquí a otro de sus malvados memorables y logra completar el interés por presenciar esta lucha entre el bien y el mal. En definitiva Conan, El bárbaro no defrauda ni contradice su naturaleza. Acción pura y directa, sin vuelta, de punta a punta de la película.
Contundente regreso de Conan Lo mejor de esta nueva «Conan el bárbaro» es que no se trata de una remake del film escrito por Oliver Stone, que dirigió John Milius en 1982. Aquel debut de Schwarzenegger como protagonista (por entonces era mucho más un efecto especial de carne y hueso que un actor, ni mucho menos, gobernador) tenía una magnificencia visual y cierto tono intelectual que la convirtieron en una obra irrepetible, incluso para los altos standards de la muy competente secuela de Richard Fleischer «Conan el destructor» de 1984. Marcus Nispel, director de clips de rock y de excelentes remakes como la de «La Masacre de Texas», ya apuntaba hacia el lado de la fantasía heroica en su inusual historia de luchas entre vikingos y pieles rojas, la película de culto «Conquistadores», y encaró al nuevo Conan más desde la super acción, el gore y lo sobrenatural. La violencia es sorprendente ya desde el principio, cuando la madre del héroe lo da a luz en medio de un sombrío campo de batalla, o en el largo prólogo cuando el pequeño Conan preadolescente se liquida, él solito, media docena de feroces invasores enemigos. Luego de la ya inevitable muerte de Ron Perlman, padre de Conan, la película se convierte en una impiadosa venganza contra todos los responsables de su muerte, pintoresco grupo de personajes liderados por el malvado Stephen Lang y su hija hechicera Rose McGowan (dos de los principales factores para recomendar el film, empezando por las garras metálicas al estilo Freddy Krueger de la brujita). Partiendo de esta premisa, el Conan vengativo que interpreta Jason Momoa es más despiadado y sangriento, y tiene más matices actorales que el que dio fama a aquel lejano Schwarzenegger, algo que ayuda, a pesar de que esto no es «Hamlet». Lo importante está en la acción, con momentos de auténtico terror como una lucha contra espantosos zombies de arena o el tentaculado guardián de una mazmorra acuática, y la riqueza visual fantástica que aprovecha al máximo el estilo del autor del personaje, Robert E. Howard, miembro del círculo de Cthulhu de H.P. Lovecraft, cuyas impresiones oscuras dominan lo mejor de esta sólida, imaginativa y muy entretenida rendición moderna al género de espada y brujería.
Una aventura con mucha acción La producción del alemán Marcus Nispel es un clásico de aventuras filmado en Bulgaria con un buen diseño de producción y correctos actores. Hay algunos desniveles entre la primera parte y la segunda, pero los requisitos del género están suficientemente cumplidos. Conan fue un personaje nacido en la década de los "30, cuando la historieta se ponía los pantalones largos en Estados Unidos y surgían héroes y antihéroes aquí y allá. Suerte de gigante justiciero, de desgraciado nacimiento (su madre muere cuando él llega a la vida) y una infancia donde su padre es asesinado por un malvado al que perseguirá por el mundo en una matanza brutal, este héroe de pocas palabras y fuerza increíble, fue el más exitoso de los personajes creados por el historietista Robert Erwin Howard. Conan se destaca por su descomunal fuerza física, es cimmerio y ataca a todo aquél que se opone a sus acciones. Durante el filme sabemos que su enemigo principal es Khalar Zym, que un día matara a su padre y que va por el mundo acompañado por su siniestra hija bruja. FUTURO HEROE La película pasa por el nacimiento del futuro héroe, su educación ligada a las armas, desde el momento en que su padre es poseedor de una fragua. Su asesinato y el deseo de venganza de su hijo lanzará al cimmerio a la aventura y la violencia. La aparición de la que será su amor, Tamara y las luchas que lo acercarán a Khalar Zym, son secuencias bien filmadas con un fuerte acento en el exceso de violencia. La producción del alemán Marcus Nispel es un clásico de aventuras filmado en Bulgaria con un buen diseño de producción y correctos actores. Hay algunos desniveles entre la primera parte y la segunda, pero los requisitos del género están suficientemente cumplidos. Hay muy buenos enfrentamientos, personajes sencillos pero atractivos como Conan, interpretado por el actor hawaiano de "Bay Watch", que tiene el profético nombre de Jasón (el de las aventuras con el Vellocino de Oro), aunque éste nació en las islas hawaianas, con el apellido Momoa; la chica Rachel Nichols como Tamara, una seductora mujer de la que se enamora y los malos muy malos por los que se genera toda la aventura, el villano Khalan Zym y su hija Marique, la de las uñas metálicas, capaces de hundirse en la piel de cualquiera para proveer de sangre a la vampiresca señorita. EL MONSTRUO También a la manera de las aventuras de Simbad, tienen sus secuencias muy bien filmadas con el monstruo de turno, una suerte de pulpo gigante y unos hombres de arena que se forman y desaparecen en batallas imposibles. Parece mentira que este elemental gigantón, más simple en la película que en la historieta, alcanzara mayor fama que otros personajes de Howard, exitoso historietista, desde su aparición en "El Fénix de la Espada". Otros como Kull y Solomon Kane, el puritano, todavía no fueron bien abordados y esperan su momento para entrar a películas, o videos. Llamativamente el fuerte hombrón cimmerio, nació de un escritor debilucho, que logró una muy buena ubicación en el mundo del cómic y que lograra adquirir un físico aceptable, luego de arduo esfuerzo, pero harto de desengaños amorosos y ante la tuberculosis de su madre, su gran compañera se pegara un tiro recién cumplidos los treinta. Nunca imaginó que los trabajados músculos del aguerrido Conan darían para tantas aventuras en los medios más sofisticados conocidos y sin problemas de tiempo.
Acero y libertad Rugiente, deslumbrante, cautivante adaptación de uno de los clásicos de la literatura fantástica, que barre con la hegemonía que el director John Milius y Arnold Schwarzenegger establecieron en la década de 1980 con sus adaptaciones para la pantalla grande, y le hace honores a la saga Conan el Bárbaro escrita por el norteamericano Ron Howard en la década de 1930. Tal vez esta película pase desapercibida para muchos, y será porque no hay nombres rutilantes en su equipo de realización. Marcus Nispel, el director, es un especialista en videos musicales de grandes artistas, pero poco conocido por sus obras de ficción a nivel internacional. Jason Momoa, el musculoso que interpreta a Conan, es un actor hawaiano que alguien con mucha memoria fotográfica podrá recordar por la serie Baywatch. Rachel Nichols y Rose McGowan, las dos caras lindas del elenco, son figurines repetidos en películas de terror, ciencia ficción y géneros afines. Sólo Ron Perlman, quien da fuego al monarca y padre de Conan, será reconocido por las capas intermedias de cinéfilos por su inconfundibles tamaño y rostro, su origen francés y su pasado en filmes como los Hellboy de Guillermo del Toro. ¿Qué decir sobre el contenido de la película? Sería injusto poner el acento en alguno de los rubros que se agrupan para darle una energía singular a la historia. Pero hay que intentarlo. Está la fotografía, que desde Rescatando al soldado Ryan a esta parte, puede captar hasta los cascotes de tierra desprendiéndose en partículas después de las explosiones, y de allí en adelante muchas cosas más: la crines de los caballos, las escamas metálicas de los yelmos, las fortalezas de roca erguidas sobre acantilados. Está la caracterización de los personajes. Los maquillajes raciales. Los peinados. Los distintos tipos de vestimenta de los clanes, de uso militar, uso sagrado o casual. Están la escenografía y utilería: cascos, espadas, hachas, mazas, catapultas, carruajes, palacios, grutas, tabernas. Está la acústica, de aceros, graznidos, alaridos de guerra, mazmorras, bosques, mar, navíos en viaje, y todo el universo sonoro asociado a este tipo de historias. Pero principalmente está el espíritu del personaje y de sus historias. La lucha por la autodeterminación, por la libertad, un sentimiento que en la fantasía tiene un envoltorio que a algunos no pueda resultar atractivo, aunque puede extraerse como la médula del pescado y ser engullido para que se disuelva en la sangre antes de salir a la calle hoy.
Anexo de crítica: El realizador alemán Marcus Nispel realiza un trabajo prolijo y su pulso narrativo no decae como tampoco su pericia a la hora de planificar escenas de acción y coreografías donde el entrecruzamiento de espadas, cuerpos y sangre hacen un festín para aquellos adeptos de este tipo de productos. Conan, el bárbaro arranca con la sangre en primer plano y termina en la sangre derramada a lo largo de casi 100 minutos en los que se aplican con corrección pero sin creatividad alguna los capítulos de cualquier historia de iniciación y venganza.
Esforzada pero torpe Es factible comparar a Conan: el bárbaro con otro estreno reciente, el de Identidad secreta, bodrio de “acción” protagonizado por Taylor Lautner, serio candidato a consagrarse como uno de los peores filmes del año. Ambas películas son como los equipos de fútbol mediocres, pero de distintas formas. La cinta de John Singleton es como esos conjuntos cobardes, que se tiran para atrás, apostando a no perder en vez de ganar, a la vez que especulan con lo que pueda hacer algún grandote goleador y/o habilidoso en la delantera. Encima esto no les sale, terminan siempre perdiendo y hasta tienen un técnico hipócrita que luego sale a decir en conferencia de prensa que no merecieron perder. En cambio, el filme de Marcus Nispel es como esos equipos sin ideas claras, donde todos los jugadores andan corriendo detrás de la pelota sin tener mucha noción de qué hacer y limitándose, cuando tienen el balón en su poder, a enviar centros al área rival, tanto a los que miden 1,90 como a los que miden 1,65. El resultado es muy parecido al anterior, pero uno nota que los jugadores transpiran la camiseta, que se juegan enteros, aunque claro, les siguen pintando la cara porque pareciera que nunca jugaron al fútbol. Es que Conan: el bárbaro hace una jugada muy arriesgada desde el principio, tratando de reciclar tanto la mitología de los relatos pulp creados por Robert E. Howard, como el espíritu ochentoso de las películas protagonizadas por Arnold Schwarzenegger. Cada vertiente tiene sus fanáticos, sus reglas particulares, sus influencias e impacto culturales. Pero allí va esta remake, poniendo toda la carne al asador, con muchas batallas, peleas, explosiones, efectos especiales, locaciones de todo tipo, sangre a borbotones, sexo (¡Rachel Nichols aparece desnuda! ¡Venga toda la muchachada!) y la voluntad de crear un mundo autónomo, aunque con múltiples referencias a la vez. Pero la verdad de la milanesa es que fracasa fuertemente, porque nunca configura apropiadamente los personajes, no establece conflictos fuertes, la trama avanza a los tropezones, el relato se estira demasiado y todo da una sensación de deja vú, de avejentado y hasta bastante inútil. Es cierto que aparece por ahí algún que otro toque de humor oportuno, alguna escena de acción bien filmada (¡en Identidad secreta no hay ni una decente!), un par de personajes simpáticos. Aún así, nunca se aprecia un universo atractivo, lo que lleva a pensar que evidentemente faltó un realizador con talento y visión, y no alguien como Nispel, que hasta ahora sólo ha conseguido despegar un poco de la mediocridad en La masacre de Texas. Sí, podríamos decir que Conan: el bárbaro suda la camiseta, le pone todas las pilas, no es cómoda, va para adelante y no le tiene miedo al fracaso. Pero también recordar el caso de los inicios en Racing de un delantero, muy destacado actualmente, del cual no diremos su nombre, pero cuyas iniciales son DIEGO MILITO. En esos tiempos, el muchacho no le metía ni un gol al arcoíris, y cuando los hinchas más jóvenes lo defendíamos, destacando su esfuerzo, los más viejos contestaban “sí, corre mucho, transpira la camiseta, paga los impuestos y le pasa plata a la vieja, pero meter goles, no mete”. Bueno, algo parecido sucede con Conan: el bárbaro: hace todo lo posible, pero entretener, no entretiene.
De espadas, sangre, monstruos y pocos sesos El problema con Conan: El Bárbaro, no es que el nuevo protagonista (Jason Momoa, ocupando el lugar de Arnold Schwarzenegger en el film de culto de 1982) no tenga gracia. Eso hasta podría ser un acierto, porque el film no intenta hacer de Conan -el personaje- un tipo simpático o agradable. El guerrero cimerio es bruto, salvaje y por demás violento. Está bien, es un bárbaro, y su rutina en Hybora incluye liberar prisioneros (aunque casi los mate a todos, en su intento de rescate), quedarse con las mujeres más bellas, decapitar nigromantes y pelear contra bestias míticas. Ni siquiera importa que sea la venganza su única motivación (¿cuántas historias -atrapantes- hay de venganza?). El verdadero problema es que Marcus Nispel nunca puede darle algo de alma a unapelícula que se siente como rutina pura. El otro problema es Jason Momoa. Cualquiera de los actores secundarios es más interesante que él. Stephen Lang (el militar que bebía café mientras derribaba árboles en Avatar) es un poderoso hechicero que ansía revivir a su fallecida mujer, con ayuda de su hija, la engañosa Marique (Rose McGowan, con un manquillaje que hace que su belleza sea tétrica). La búsqueda de sangre de Conan no se detendrá mientras ambos sigan con vida. En el camino conocerá algunos aliados y enemigos, de breves minutos en pantalla. Cada uno cumple el rol indispensable en una película moderna de aventuras. Está el estafador cobarde, el torpe y bruto guardia carcelero, el amigo (también bruto) pero de buen corazón. Claro, que los verdaderamente importantes son el padre de Conan (Ron Perlman, en otro desastre de fantasía y batallas, después de Cacería de Brujas) y el interés romántico, protagonizado por la ignota Rachel Nichols. Sí: hay escenas cruentas de batallas, hechizos, monstruos descomunales, sexo, violencia, y hectolitros de sangre. Decididamente esta vez la fantasía no es una propuesta para chicos. No hay nada de malo en eso, pero nada se siente como un conjunto orgánico (parecen injertos para tratar de complacer a los fanáticos). Si a eso le sumamos que aún con todos los miles de dólares invertidos todo se ve falso (especialmente la barba de Perlman y los tentáculos de un pulpo gigante) lo único que nos queda es un Conan, bárbaro, sí, pero nada memorable.
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Remake del clásico de fantasía que no cumple las reglas del género Muchas veces ver una película exige del espectador habilitar al máximo la capacidad del disfrute sencillo y clausurar por un rato el pensamiento racional. Se trata de desconectar ese mecanismo que ayuda a distinguir lo que es creíble de lo que no lo es para apreciar un entretenimiento puro, directo, sin dobleces. En teoría, en ese grupo se debería alinear esta nueva versión de Conan, el bárbaro , personaje de la literatura más popular que hizo famoso a Arnold Schwarzenegger allá por los años ochenta. Pero algo se interpone en el desarrollo de esta fantasía de aventuras que no consigue su principal objetivo: entretener. Tal vez sea el guión que utiliza cada una de las funciones del relato más clásico y esquemático -el héroe solitario en busca de venganza que debe sortear todo tipo de obstáculos para conseguirla-, pero sin aportar nada demasiado nuevo o interesante a la fórmula. La historia comienza en un campo de batalla donde hombres y mujeres pelean a la par, incluso si la fémina en cuestión está embarazada y a punto de parir. El retoño, arrancado del vientre de la madre por el hacha del padre, es Conan, y su traumática llegada al mundo intentará explicar futuras aptitudes para la pelea. Y una notable insensibilidad para nada más que la venganza cuando su papá/partero sea asesinado. Que el villano sea un ambicioso general interpretado por Stephen Lang ( Avatar ), desesperado por ganar poder a través de las artes oscuras que practicaba su esposa muerta y ahora intenta su malvada hija, no modifica demasiado el tedio que las rígidas imágenes digitales provocan. Tampoco aporta mucho Jason Momoa como el Conan de físico imponente y poca expresión. Algo que no sería necesariamente malo -después de todo, pedirle profundidad o sensibilidad a su personaje sería no entender el género-, pero que sí necesitaba un estilo visual distinto del elegido por el director Marcus Nispel. El realizador -abusando de las posibilidades técnicas a su alcance- decidió darles un tono realista a las sangrientas batallas que el 3D vuelve exageradamente detalladas y explícitas. Poco espacio queda para la fantasía y el disfrute pochoclero después del decimonoveno plano de un desmembramiento visto desde todos los ángulos posibles como si se tratara de la imagen de un noticiero.
El barbarismo es una cuestión de moral. A pesar de ser por lejos la más fiel de todas las películas sobre el personaje creado por Robert Howard, a la última Conan: El bárbaro le fue bastante mal en todos lados, y con motivos. Pero hay algo de la remake/precuela dirigida por Marcus Nispel muy rescatable, y es el hecho de haber entendido al personaje mejor que todas las adaptaciones anteriores. Conan: El bárbaro, Conan: El destructor y El guerrero rojo (esta última en realidad toma a Red Sonya –un personaje que pasó muy brevemente por las páginas de Howard pero que fue desarrolado por Marvel– y cuenta entre sus filas al príncipe Kalidor, un cuasi-clon de Conan), las tres de la década del 80, a pesar de ser buenas películas de aventura y fantasía, tropiezan con la misma piedra: en manos de los directores John Milius y Richard Fleischer, Conan es un guerrero violento pero noble y con una moral firme y bien definida, que lo lleva a arriesgar la vida por otros. Se sabe que la fidelidad no es patrón para juzgar una adaptación, pero es que esas tres películas perdían de vista el costado más interesante del personaje: su casi total amoralidad y búsqueda personal insaciable de gloria y riqueza. Esa dimensión es la que recuperan Marcus Niespel y su protagonista Jason Momoa, porque este Conan versión nuevo milenio es una máquina de supervivencia y venganza que no conoce más que la satisfacción de los propios apetitos. Nada de altruísmo ni deseos de ayudar a otros, nada de galanterías toscas con las mujeres: el Conan de Niespel es un asesino que no sabe de cuidados femeninos y que, en el caso de cruzarse con una mujer, lo más probable es que se la lleve para el lecho al hombro o que la utilice descaradamente para conseguir un objetivo personal. En Conan: El bárbaro no hay mucho más que el tratamiento original del personaje y las escenas de combate con Momoa filmadas de manera pésima que, sin embargo, dejan degustar una buena variedad de coreografías con sabor a nuevo. Los movimientos y técnicas que despliega Momoa pintan a un Conan terriblemente salvaje y arrogante capaz de servirse de cualquier recurso con tal de ganar una pelea. Cuando el montaje torpísimo de la película lo permite, se pueden entrever imágenes de combate cuerpo a cuerpo fugaces pero intensas. Algo llamativo de las escenas de espadeo es que, de a ratos, se le suele dar lugar a un gore bastante atípico para una película fantástica. Desde el principio, cuando se narra que Conan nace en un campo de batalla (literalmente), la película muestra cuál será su camino posterior: la madre del protagonista (embarazada y con mucha panza) es herida de gravedad y pide ver a su hijo antes de morir; su marido realiza algo así como una cesárea sin anestesia y le muestra a un Conan bebé arrancado de su útero. La escena, de una violencia tremenda, es seguramente el parto cinematográfico más sangriento y revulsivo de los últimos tiempos. El otro punto fuerte de la película es la resistencia ante las imposiciones de género de la época. En un tiempo en que la corrección política dicta que, so pena de ser tildado de misógino, las mujeres tienen que aparecer en la pantalla sí o sí como fuertes, decididas, independientes y, muchas veces, superiores a los hombres (véanlo al Aragorn de Peter Jackson, un caballero que se pone casi al servicio de un personaje femenino de una manera que haría avergonzar a Tolkien –cuya obra es señalada desde hace décadas, claro, como misógina), este nuevo Conan es un maleducado y bruto que no mide sus modales ni ante la presencia de una sacerdotisa heredera de un linaje legendario (y mucho menos de una hechicera malvada, a la que sin dudar habrá de cortarle medio brazo de un espadazo). Hay algo fresco en esa irreverencia que nos hace tomar distancia del personaje pero sin dejar de reconocerle algo de coraje por no doblegarse ante los mandatos genéricos del presente. Además, si al guerrero interpretado en los 80 por Arnold Schwarzenegger le reprochaban su individualismo y sed de conquista por tratarse supuestamente de una apología del neoliberalismo reaganiano, este nuevo Conan es todavía más reacio a relacionarse con las personas y por eso lleva a cabo su búsqueda de manera solitaria, pidiendo ayuda a otros solo cuando es estrictamente necesario y separándose de ellos apenas superado un obstáculo. Esa frescura, por otra parte, está asfixiada en otras zonas del personaje, por ejemplo, en el hecho de que su mejor amigo sea un guerrero negro gordito que viene a cumplir el rol típico de comic relief; si hay un personaje negro tiene que ser bondadoso y cómico, podría rezar una de las máximas del cine norteamericano de cualquier época. Seguro que esta nueva entrega de Conan es bastante peor que las anteriores de Milius y Fleischer, películas de fantasía épica de pura cepa que, más allá de los enormes problemas que demostraban, confiaban en Hiperboria (el mundo primitivo creado por Robert Howard) lo suficiente como para que sus películas lo recorran y vuelvan el escenario de sus aventuras. Nispel, en cambio, se olvida de la aventura y apuesta todo a una película de acción y venganza que tiene muchas de las fallas del cine estadounidense actual (personajes unidimensionales, montaje veloz que pretende tapar las costuras de una terminación desprolija, alegorías simplonas que refieren de manera confusa al imperialismo y la resistencia de naciones periféricas, etc.) pero que es capaz de leer mejor que nadie al personaje de Howard: pirata, ladrón, traicionero, irrespetuoso, sádico, el Conan de Nispel es infinitamente más fiel en su astucia e inmoralidad sin límites que el que intentaron retratar otros directores.
Personaje de novelas populares (bastante pobres, hay que decirlo) de los años 30 creadas por Robert E. Howard, trasladado al cómic en los 70, Conan dio lugar a un gran film épico en 1982, aquel de John Milius que diera fama a un tal Arnold Schwarzenegger. En ese film había tierra, sudor, músculo real, tensión, sangre. Había épica: casi una saga elemental ante nuestros ojos. En esta nueva versión hay computadoras. Es decir: todo aquello que fue misterio ahora es chiche evidente, caramelo visual, velocidad tan disparatada que nos es imposible prestar atención, sentir algo parecido al suspenso. Se trata de una película que bien parece la ampliación de un videojuego no especialmente inspirado, con la diferencia de que en un juego el protagonista somos nosotros y eso le da cierto espesor psicológico a la experiencia. Aquí nos encontramos frente a un decálogo de la imaginación adolescente que no molesta tanto por su obviedad emocional como por su pereza gráfica. El 3D hasta permite adivinar de dónde vienen flechas, espadazos y piedras, y eso no es bueno para emocionarse con un buen film de piñas y patadas.
Hubo un tiempo en que los bárbaros no necesitaban pasar por el salón de belleza, una época en la que para acceder al estrellato violento alcanzaba con una personalidad que pudiera trasladar algo de ese imaginario a la pantalla, sin delineador ni cara de modelo en desfile posmo. Tiempos de Conan el Bárbaro, también, pero con Arnold Schwarzenegger en el protagónico. Allá lejos y hace tiempo, sí. Y no, a Jason Momoa no le creemos nada cuando con su mirada de yerno ideal y su porte de macho superproducido aparece como la única esperanza de libertad del pueblo bárbaro. Pueblo de asesinos, de salvajes, de ejércitos de eslabones perdidos entre el simio y el hombre. Por eso, a fin de cuentas, es lo que tiene que salvar nuestro ¿querido? de Conan, un pueblo que no extrañaríamos si cayera eliminado a los cinco minutos de cinta. Pero en plena atribución de nuestro mandato como espectadores, se trata, una vez más, de que nos pongamos del lado del musculoso protagonista, de desear que le corte la cabeza a toda masa muscular que se le oponga, y claro, que también logre entrarle a la ninfa de turno. Marcus Nispel, cuyo talento a la hora de la recreación fue confirmado con las exitosas remakes de Friday the 13th y, sobre todo, The Texas Massacre, aquí puso en juego lo también había demostrado en la muy aceptable Pathfinder, donde las moles de músculos eran el protagónico excluyente. Pero esta Conan modelo 2011, con su acumulación de guarradas a cuestas (y pese a ello), es apenas un buen compilado de sangrientos enfrentamientos a los que se le adicionan nada menos que un parto en medio de la guerra, decapitaciones y aplastamiento de cabezas, un pueblo de mujeres con el torso desnudo (¡volvieron las tetas!) y, ops, un villano (Stephen Lang) cuya hija (Rose McGowan) es tanto o más mala que su progenitor, al que histeriquea incluso con un peligroso juego de incesto. Claro que si Schwarzenegger nos parecía en aquellos años 80s apenas (y en el mejor de los casos) un actor en bruto con pocas líneas de diálogo certeras, en este caso la cuestión oral es directa y rematadamente paupérrima. No hay una sola línea inteligente o que se corra un milímetro del descerebre. Y cuando lo intenta, a los tumbos, a través de chistes para orangutanes, desbarranca aún más. Al film, destinado al consumo descarado de pochoclo, nachos con queso, pizza, carameloschocolatelados, le alcanza igualmente con su testosterona desfachatada y sus casi dos horas de revuelto de anabólicos y transpiración extrema. Y te gusta, turrit@.
El regreso del cimerio más famoso La verdad es que era muy chico cuando Arnold Schwarzenegger hizo sus dos "Conan" (1982 y 1984) y no las recuerdo con exactitud. Las ví, pero no deben haber sido gran cosa, porque no las retengo en mi recuerdo inmediato (si a muchas otras del austríaco), por lo que no puedo opinar sobre la controversia establecida acerca de si esta nueva versión supera (o iguala) al original. "Conan, the barbarian" trae una fuerte apuesta de los grandes estudios por darle millaje a Jason Momoa (el frontman de la serie de HBO, "Game of Thrones") y proponerlo como héroe de acción y aventuras. Desgraciadamente, esta cinta ofrece un pobre espectáculo al espectador en todo sentido (incluso la vimos en 3D) y muchas de las expectativas sobre el renacimiento de la saga, parecen quedar truncas a la luz de las discretas cifras del box office global en estos primeros días de exhibición. Ya todos sabemos que Marcus Nispel (el director) es convocado para recrear material probado. Se especializa en cine de terror (hizo remakes de "Friday the 13th","Texas Chainsaw Massacre" y "Frankestein evolution", por ejemplo) y viene del mundo de los videoclips y documentales relacionados con la música, ha trabajado para George Michael, The B-52's y Billy Joel, entre otros. Es un hombre que sabe este Nispel. Digo, tenía buenos números al momento de su designación y venía de hacer "Pathfinder", film sobre vikingos y tribus en un clima oscuro y mágico, por lo que se presentaba ideal para la tarea de hacer renacer a Conan de sus cenizas... Sin embargo, el trío de guionistas encargados (T. Dean Donnelly, J.Oppeheimer y S.Hood) no tuvo la fibra necesaria para establecer en su libreto un abordaje narrativo de interés (de alguna manera, clásico) y sólo bosquejó superficialmente el escenario y los rasgos básicos de los protagonistas de la historia. A ver, quiero decir, el interés del equipo que la escribió parece haber estado en subrayar el marco donde se juega la trama (los campos de batalla, los arquetipos de los guerreros, alguna referencia étnica), descuidando la premisa central de hacer una historia entretenida. "Conan the barbarian" es una sucesión de combates sin dirección cuyo único fin parece ser satisfacer a los fanáticos del género acción, sin importarle cómo y porqué lo hace. La vida cimeria es dura. Desde pequeños, los hombres se entrenan para el combate. Conan, hijo de Corin (Ron Perlman), desde muy joven se destaca por su frialdad y precisión en el arte de matar. Nacido en el medio de una batalla, parece corporizar el espíritu guerrero de su tribu. Cierto día, un jefe de clan rival, Khalar Zym (Stephen Lang) llega al poblado dispuesto a arrasar a sus rivales: busca los componentes de una máscara antigua que podría darle poder ilimitado (el de un Dios, según sus palabras) y no se detendrá ante nadie para volverla a armar. Sus piezas estaban diseminadas por varias regiones pero él junto a su hija, la joven hechicera Marique (Rose McGowan) van uniendo parte por parte en pos de invocar el poder oscuro que la misma otorgaría al que la reconstruyera. Conan (ya sabemos, Momoa) verá como matan a su padre y aniquilan a su gente. Escapará y jurará venganza y la vida, se la traerá, muchos años más tarde cuando Khalar Zym busque la poseedora de la sangre original de la tribu Acheron para completar el ritual y de con Tamara (Rachel Nichols), el último paso para investir de poder a la máscara en cuestión. El problema de la cinta es que Momoa se toma demasiado en serio su primitivismo y su interpretación es casi, inexistente. Pelea, lucha, grita, salta, corre. Desenfunda su espada, golpea, mata, huye. Esto sucede cada... ¿diez minutos? Bueno, si. "Conan" es palo y a la bolsa. No importa mucho lo que cuenta, porque casi que es fondo, la figura la ocupa el combate y la mutilación, la sangre y la batalla. Nada más. Está bien que los cimerios hayan sido bárbaros pero, ¿esto es un documental del History Channel? No, esto es cine. Y queremos buenas historias, bien contadas y atrayentes. Nada de eso hay aquí. Pobre regreso del guerrero Conan. ¡Como será, que hasta añoro a Scharwenegger casi sin recordarlo!
¡Ahh! Queríamos tanto a Arnold… Esto pensé cuando salí de ver la última versión de “Conan, el barbaro” Hay algo insoslayable que ocurrirá con los mayores de 30: La comparación entre Jason Momoa y Arnold Schwarzenegger. Es natural que eso ocurra, porque para el cine de los ‘80 el actor austríaco representa un icono fuertemente arraigado en esa generación. No pasa tanto con otros personajes. A lo mejor el Guasón de Jack Nicholson en la “Batman” de Tim Burton (1989) estaría en el mismo nivel de comparación cuando nos tocó ver la interpretación de Heath Ledger en “Batman: El caballero de la noche” (2008). Lo cierto es que “Conan el destructor” versión 2011 será más disfrutable si se la ve como una película que se corresponde con la dinámica de compaginación de esta época, y más emparentada con la estética de la historieta original (sobre la que está basada); que con el cine de aventuras artesanal filmado en 1981 por John Milius y en 1984 por Richard Fleischer (la secuela “Conan el destructor”) En la introducción conocemos a Corin (Ron Perlman) quien ve nacer a su hijo (lo llamarán Conan) en el fragor de una batalla. Años después, papá es jefe de la aldea y manda a los chicos a que se hagan hombres al bosque. Su hijo demostrará habilidades natas como la de sostener un huevo de ave en la boca sin romperlo mientras se escabecha a cuatro o cinco salvajes. Luego entrarán en escena Khalar Zym (Stephen Lang) y su hija hechicera Marique (Rose McGowan). Ambos buscan la última pieza de una máscara para obtener poder ilimitado, ergo, atacan la aldea y así el niño verá morir a su padre. Ese hecho generará todas las acciones futuras del personaje. Años después ya vemos al Conan adulto (Jason Momoa), quién lejos de olvidar el hecho buscará venganza a como de lugar. La película gira en torno a esta aplicación de la ley del talión, para lo cual habrá muchas escenas de batalla a espadazo limpio. Algunas acciones resultan confundidas en el vértigo del montaje y no siempre se ve a los dobles caer a tiempo o de forma creíble. Es entendible viniendo de un director (Marcus Nispel) que ha hecho varios viedoclips y un par de remakes de cine de terror como “Martes 13” (2009). Los rubros técnicos están acorde a lo que pide la historia, hasta se nota cierta falta de presupuesto que no va en desmedro de la calidad del producto final, al contrario, hasta le da cierto tono de cine clase B, algo bastante saludable en estos días tan digitales. Pero no hay que buscarle la quinta pata al gato. La historieta de Robert Howard siempre tuvo esta dosis de violencia y sexo (sobre todo cuando el personaje fue tomado por Marvel durante un tiempo) El guerrero cimerio es bruto, sangriento y casi no razona sus acciones. Eso es lo que entrega esta realización. Sí, yo me quedo con las de Arnold pero, salvo algún detalle menor, no hay razón para que los seguidores del comic salgan defraudados.
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Sangre, Pochoclo y Nachos con Queso Vuelve "Conan: The Barbarian" a la gran pantalla de la mano del director Marcus Nispel, excéntrico alemán que estuvo a cargo de otras carnicerías varias como "La Matanza de Texas" y "Viernes 13". Menos conocido, pero importante para que fuera seleccionado para dirigir Conan, está su trabajo con "Pathfinder", film que cuenta la historia de un niño vikingo que es abandonado por su propia gente en una de las aldeas que saquearon, por lo cual el joven crece con esta nueva cultura y se convierte en su guardián, aún en contra de su propia naturaleza. El film no fue bien recibido por la crítica debido a la historia y actuaciones que ofrecía, pero sí se podía evidenciar la experiencia y buen gusto en lo visual, en el armado de escenarios muy bien diseñados y en esos vikingos gigantes que intimidaban bastante. En esta ocasión, nos trae el reboot del Conan de 1982 (protagonizado por Arnold Schwarzenegger), con una visión más moderna y con buenas intenciones en cuanto a la creación de un mundo mágico de guerreros y hechiceros, cuestión que por momentos parece funcionar, pero por otros se pierde en una trama media pobre y en una fantasía que da la sensación de no haber sido explotada en su totalidad. El anti héroe es ahora interpretado por Jason Momoa, difícil elección, que por lo menos a mí, me costó asimilar. Recordemos que Momoa viene de hacer papeles insignificantes como chico lindo en películas de mala muerte como "Vacaciones en Familia", o también se lo puede encontrar en los viejos capítulos de Bay Watch. El curriculum de este actor me mal predispuso, no lo voy a negar, pero cuando terminé de ver la peli no me quedó ese gusto amargo de ver un personaje arruinado por quien lo interpreta, sino que, me pareció que sin ser una cosa de locos, el tipo cumplió bastante bien con su labor de guerrero duro y sanguinario. Completan el cast Stephen Lang (el coronel malo de Avatar) como Khalar Zym, Rachel Nichols (G.I. Joe, Star Trek) como Tamara, el gran Ron Perlman (Hellboy) es el padre de Conan y Rose McGowan (Planet Terror, Charmed) como la malvada hechicera Marique. Es un film pochoclero de acá a la China y hay que verla con esos ojos, teniendo en cuenta que es un entretenimiento de acción y aventura donde va a haber muchas piñas y poca reflexión, mucho efecto visual y no tanta actuación brillante. Creo que no es el comienzo más picante para la nueva franquicia, pero tampoco es el peor, ya que logra entretener en sus 113 minutos de duración y darnos una buena dosis de puños y sangre, nada más que eso. Si sos de los que odian los filmes de fantasía y acción descontrolada, ni te gastes en ir a ver Conan porque de seguro no la vas a pasar bien. Si te gusta de vez en cuando disfrutar de un entretenimiento pochoclero hollywoodense al estilo "Príncipe de Persia" o "Rápido y Furioso", seguro pasas un buen momento y salís con ganas de clavarle una espada a alguien.
Ya hemos hablado de Conan en nuestra reseña del filme de 1982. Conan nació como personaje de novelas pulp, y terminó por formar su propio género llamado la Fantasía Heroica, el que se caracterizaba por narrar las aventuras de musculosos guerreros en mundos infestados de monstruos y magos infames. A diferencia de la Fantasía común (como, p.ej., las leyendas arturianas o la Tierra Media), la Fantasía Heroica transcurría en un entorno saturado de sexualidad y testosterona, con lo cual llegó a transformarse en una especie de literatura masculina fetichista. Esto quedó en evidencia cuando Conan llegó al comic y Frank Frazetta le impuso la interpretación definitiva de lo que hoy entendemos como Fantasía Heroica - un universo saturado de hombres y mujeres semi desnudos, bañados en sangre y enarbolando enormes espadas -. En 1982 John Milius llevó el personaje al cine, en lo que muchos consideran que es la interpretación definitiva. Ciertamente Conan el Bárbaro 1982 tiene puñados de grandes aciertos - la fotografía, el excelente guión de Oliver Stone, la partitura wagneriana de Basil Pouledoris, la presencia de Arnold Schwarzenegger -, que han quedado marcados en la mente de todos, y que han servido para disimular en la memoria colectiva las debilidades de Milius como director en otros aspectos. Pero esas flaquezas de estilo quedan completamente olvidadas cuando uno ve una pifia de proporciones gigantescas como es esta versión 2011 del personaje. Hay tantos errores de criterio que se acumulan hasta formar una pila gigantesca que termina por sepultar cualquier mínimo mérito que pudiera tener la película. La primera impresión es que se trata de una versión de Conan dirigida por Uwe Boll. ¿Cuales son los problemas mas sobresalientes y habituales del detestado director alemán?. Primero el casting, luego la excesiva copia de estilos de otros directores mas originales y talentosos que él, y - tercero - la mala dirección de actores. Acá hay otro alemán a cargo - Marcus Nispel, que viene haciendo carrera a fuerza de remakes que no le han gustado a nadie -, y una dupla de guionistas trasnochados (responsables de Sahara, Dylan Dog y El Sonido del Trueno, entre otros libretos mal cocinados) que dan muestra de no haber leído nunca un libro o un comic de Conan. Da la impresión que todos estos tipos se dedicaron a reciclar algún capítulo perdido de Xena, la Princesa Guerrera - que daría muy bien para los standáres de la TV, pero que queda muy corto de ideas y desarrollo para una película a estrenar en cine -, generando una trama con personajes huecos, excesivas correrías copiadas de otros filmes, villanos que no impresionan a nadie y culminando con un climax rebuscado, largo y estúpido. Si hay tanto material generado sobre el personaje en sus ochenta años de vida, ¿por qué no molestarse en abrevar en dichas fuentes?. El arranque es muy poco convincente. Cómo la madre da a luz a Conan y lo bautiza en pleno campo de batalla lo deja a uno sacudiendo la cabeza. Luego sigue la flojísima interpretación de Ron Perlman, un tipo que está muy curtido en estas lides pero que acá da la impresión de que le han dado los lineamentos erróneos desde el sillón del director. Hay una competencia de valentía completamente estúpida, hay dos villanos que se relamen en su maldad barata, y hay un héroe que aparece totalmente formado en medio del relato (explicación cero de cómo aprendió a pelear, cómo sacó tanto músculo o cómo se unió con los piratas). Todo es demasiado rápido y muy poco convincente. Y a esto se suman los diálogos, que van de lo simplón a lo anacrónico. En las historias épicas se precisan grandes narradores, grandes discursos y una prosa inspirada. Acá da la impresión que son todos tipos comunes, sin nada que los haga especiales, y hablan como recién hubieran llegado al set luego de hacerse la peluquería en Beverly Hills. Ciertamente Jason Momoa es una decisión interesante de casting. Tiene presencia y da los looks del personaje, con lo cual es una bestia pero también es apuesto. El problema es cuando abre la boca; o es demasiado moderno y canchero, o le tocan unos parlamentos muy pobres en contenido. Al menos Stephen Lang le pone energía a su hueco villano y Rose McGowan da muestras de pasarla bomba con su sangrienta hechicera. Conan el Barbaro es fallida; es errónea la puesta en escena, el libreto tiene problemas y la historia se ve demasiado superficial. Cuando Schwarzenegger tomó el personaje, le dió la energía oscura que éste precisaba (y eso que el austríaco era un actor terrible). Y cuando John Millius rodó su filme le impuso un tono fuertemente épico, narrando la historia de un hombre signado por la tragedia, formado en el odio y convertido en una máquina de matar para poder ejecutar de manera eficiente su propia venganza. Ese sentido del destino está completamente ausente en esta versión 2011, lo cual convierte al filme en un ejercicio de futilidad.