Conan el Bárbaro

Crítica de Juan Campos - Loco x el Cine

Magia, sangre y espadas son los protagonistas de esta nueva versión fílmica del personaje de Robert E. Howard.

Cimmeria es un pueblo de bárbaros. Desde siempre, vivieron de batalla en batalla, matando y muriendo por cualquier causa. En una de esas guerras, una mujer da a luz a un hijo en medio de la violencia y el peligro. Ese niño es Conan, el Cimeriano, heredero al trono de los Bárbaros.

Pasa el tiempo, Conan crece y se convierte en un adolescente salvaje. Desde pequeño, el arte de la guerra fue lo suyo, superando por mucho a soldados mucho más entrenados. Pero él solo no puede con el batallón de Khalar Zym, que extermina a su pueblo y mata a su padre en busca de un objeto mágico: una pieza de una corona que puede garantizar poderes mágicos y resurrección de los muertos a quien la posea.

El tiempo vuelve a dar un salto: ahora Conan es un adulto que vaga por el mundo eliminando a todos aquellos que se atrevan a esclavizar u oprimir a un pueblo. Pero no lo hace de justiciero, sino que en realidad está buscando la pista para llegar a Khalar Zym y cortarle la cabeza con su espada.

Pero Zym tiene otros planes, que no incluyen morir. Es que él buscó las piezas de la máscara con un motivo: resucitar a su esposa, una gran hechicera, y juntos poder dominar a fuerza de miedo todos los reinos del mundo. Pero aún le falta una pieza, una mujer de sangre pura que pueda ser el recipiente para el espíritu de su difunta esposa. Ella será protegida por un monje, hasta que la resitencia se convierte en algo inútil. Ahí, claro, es donde entra Conan, que se convertirá en el protector de la chica, al mismo tiempo que algo (no vamos a llamarlo amor, dejémoslo en algo) va surgiendo entre ellos.

En esta nueva versión de Conan, Jason Momoa (Khal Drogo en la serie Game of Thrones) le pone cierto salvajismo que el personaje de Schwarzenegger no tuvo en los ’80. Este actor es más creíble como salvaje que el austríaco musculoso y cierta forma de su actuación, inexpresiva a propósito, salvaje, es lo que lo convierte, tal vez, en un mejor Conan. Claro, el gran problema es que lo argumental en estas películas queda en quinto o sexto lugar. La historia es la de siempre: magia, luchas de espadas, algo de sexo, y se acaba. Pero, de alguna forma, es atractiva, porque no parece una superproducción ni quiere parecerlo. Tiene cierto tufillo a cine B que logra que todo se cuadre más en ese género de guerreros que tanto gustó en los ’80 (motivo por el cual no conviene verla en 3D) y, también, tiene un gran trabajo de actuaciones, tanto de Momoa como de los villanos interpretados por Rose McGowan y Stephen Lang, que son tan cliché que terminan recordándonos a los malos más tradicionales, del estilo Skeletor, recordado malísimo de He-Man.

En definitiva, Conan puede – para algunos- ser la nada misma: una película más en donde un musculoso mata a un par de tipos y salen los créditos finales. Pero para los fanáticos de las películas de fantasía, Conan es otra cosa. Es hasta un pequeño golpecito a la nostalgia que los hará revivir los tiempos de meriendas y dibujos animados.