Como una novia sin sexo

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

10 de noviembre de 1996 –o sea, exactamente veinte años atrás–: tres amigos salen de campamento a una playa prácticamente desolada, de esas que solo existen pasando Reta. Uno de ellos, Daniel, registra todo en una cámara handheld, esas que usaban minicasetes VHS y murieron ante el primer paso de bebé de la tecnología digital. Daniel y Santiago se filman sellando su larga amistad, y al amanecer siguiente Daniel palpa al amigo como quien no quiere la cosa. El tercero en discordia, Adrián, vive más bien una amistad de dulce de leche; está en babia; tiene el tipo de formación del que jamás creería que sus amigos pueden (o, peor aún, deben) ser gays.
Pero la incipiente relación se coarta con la aparición de Julieta, que seduce al indeciso Santiago. Adrián, por su parte, cree que la situación ideal es el tipo de amistad que da título a la película –aunque sin saberlo, también tendrá su momento–. Pero el centro del drama es Santiago. La resistencia que impone para asumir su sexualidad llegará a exasperar al resto, y constituye la mejor creación de la película. El momento en que Daniel debe decidir entre aceptar la realidad o la quimera de una amistad constituye un interrogante que condensa buena parte de las relaciones humanas.