Como bola sin manija

Crítica de Fernando López - La Nación

Historia de vida en un entrañable documental

Se destaca la espontaneidad de los protagonistas

El primer acierto que hay que atribuirles a los tres directores de este pequeño y entrañable film documental es el de haber sabido descubrir a su personaje en Rubén, un hombre soltero de 77 años, ex empleado bancario que hace casi treinta, y por razones que se desconocen, permanece prácticamente recluido en su casa-departamento de Bernal. El segundo, haber logrado que Rubén, cuya vida social se reduce al trato con sus tres sobrinos (y con una vecina que le hace las compras y las apuestas de quiniela y con quien se comunica a través de la medianera), les permitiera acceder a su refugio y dejara, como si se tratara de participar de un juego, que la cámara recogiera sus testimonios (sus rezongos) o fuera testigo de algunas de sus conversaciones. El tercero, y seguramente el más destacable, es el ánimo comprensivo, solidario y respetuoso con que abordaron el compromiso. La cámara busca no interferir, evita subrayados e ironías y sabe retirarse a tiempo cuando se está entrando en terreno de intimidad.

Así, resulta lleno de verdad y de vida el retrato de este personaje que siempre tiene un no a flor de labios (sobre todo cuando la familia quiere convencerlo de dejar el encierro) y en quien se mezclan la melancolía tanguera, el pesimismo, cierta amargura, un humor a veces ácido, mucha espontaneidad y alguna picardía, sobre todo en las bromas sobre fútbol con el sobrino varón (al fondo de cuya casa vive) o durante la esotérica sesión de tarot lacaniano que le propone su sobrina mayor. Esa sesión encadena los sucesivos momentos -un cumpleaños, varias charlas, la visita del médico, en los que se tropieza una y otra vez con la mención del Manija, "ex primo, ex amigo", como él dice-, que vive en Rojas, donde ambos nacieron, y por el que manifiesta un callado rencor. El Manija seguramente sabrá el porqué del aislamiento.

Aquí el film, que ya ha ganado la necesaria oxigenación con un par de secuencias en las que brilla la excelente música de Gustavo Dinzelbacher y Sebastián Coll, extiende la mirada para seguir la amable conspiración que los sobrinos del protagonista han concebido con el fin de reaproximar a los dos que en otros tiempos fueron amigos inseparables.

Y otra vez exhibe su pudoroso respeto. Otro mérito al que hay que sumar el clima de humana calidez en que se desenvolvió la realización del film y que se percibe en la desenvuelta espontaneidad de todos los "actores". Es natural que al final la ternura venga mezclada con sonrisas.