Como bola sin manija

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Anclado en Bernal

Sobre un hombre que nunca sale de su casa.

Tal vez no sea lo más cómodo y común escribir la crítica del filme de un realizador que también es periodista, trabaja conmigo y se sienta a unos pocos metros de donde yo estoy ahora. Pero mientras él no espía, aprovecho para escribir de Como bola sin manija , el documental de Miguel Frías (crítico de cine de esta sección), Roberto Testa y Pablo Osores, un proyecto que es fruto del trabajo de varios años y que se centra en la figura de un tal Rubén, un hombre de 77 años (al momento de rodarse el filme) que ha tomado la decisión, 30 años atrás, de no salir de su casa nunca. Jamás.

Su mecánica de funcionamiento es clara. Vive en una casa construida detrás de la que tienen sus sobrinos y ellos -uno de los cuales vive adelante-, junto a dos de sus vecinas, se ocupan de resolverle los problemas cotidianos básicos, como hacer las compras, pagar impuestos y... apostar a los caballos y a la Quiniela.

Rubén es un poco hosco y huraño, pero no parece ser intratable ni mucho menos. Extrañamente ocurrente y por momentos simpático, pesimista a más no poder (nihilista, casi), pero irónico y gracioso, no se mueve demasiado de su cocina ni parece cambiarse nunca de ropa. Y así, entre mates, partidos de Rácing que sufre por TV y conversaciones con sobrinos y vecinos, ve pasar la vida. Algo que acaso no sorprenda tanto en alguien de casi 80 años, pero él rondaba los 50 cuando decidió encerrarse.

¿A qué se debe el encierro? Ese es el “MacGuffin”, como diría Hitchcock, la trama a resolver, que en realidad no es más que el hilo conductor para conocer a este extraño personaje, casi el opuesto perfecto de Sofía, la mujer del documental de Hernán Belón, que era todo optimismo, alegría y jovialidad... y tenía cien años. Hay algún amor perdido, cuestiones de personalidad, comodidad y una relación extraña con un primo que vive en Rojas con el que dejó de hablarse, que puede haber tenido algo que ver con su decisión. Pero cuando conocemos al famoso “Manija”, cuesta pensar que ese bonachón y tímido hombre de pueblo pueda causarle a Rubén algún tipo de trauma. Aunque, nunca se sabe...

El filme íntimo, pequeño de Frías y dos de los codirectores de Flores de septiembre , respira por todos lados un aire de familia. De hecho, Rubén es un personaje cercano al mundo personal de Frías y gente muy cercana también aparece en la pantalla, por lo general hablando con Rubén y tirándole las cartas (Ana, su sobrina tarotista), buscando respuestas donde no parece haberlas (Nora, su otra sobrina) y criticándolo (Nicolás, el sobrino con el que convive y el que menos paciencia parece tenerle).

Más allá de alguna excesiva búsqueda de algún tipo de respuesta (simbólica, al menos) por el lado del tarot, lo interesante de Como bola sin manija es que no presiona para llegar hacia ese “Rosebud” que explicaría todo, como aquel trauma infantil que en El Ciudadano se usaba para explicar la personalidad de Charles Foster Kane. El mundo de Rubén es mucho más pequeño y discreto, y sus fastidios son más de resignación ante un mundo que lo agobia y altera, lo atemoriza y fastidia. O, simplemente, será lo que le sucede a cualquiera cuando es hincha de Racing durante toda una vida.