Comando especial 2

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Una secuela que hace escuela

En el filme hay humor en buena dosis. El argumento es lo de menos, pero sirve para unir eventos desopilantes.

El número en el título de Comando especial 2 no debería entenderse sólo como la referencia a una segunda parte, sino como la indicación de que la idea original fue multiplicada por sí misma. Es la fórmula conocida, pero elevada al cuadrado.

Eso se llama “potenciación” y puede aplicarse también a una comedia carente de cualquier ambición que no sea mantener el ritmo de intensa felicidad narrativa y hacer reír con toda una panoplia de situaciones obvias y no tan obvias.

Mucho tiene que ver en el resultado final la improbable dupla que forman el versátil Jonah Hill y el inexpresivo Channing Tatum. Funciona tan bien que tiene algo de clásico instantáneo y lo mejor que podría pasar es que gozara de una larga vida en la pantalla, como irónicamente lo sugieren las imágenes que acompañan los créditos finales y que ubican a la pareja en escuelas de policías, de cocineros, de buzos, de artes marciales, de danza, etcétera.

En Comando especial 2, los policías Schmidt (Hill) y Jenko (Tatum) pasan del colegio secundario a la universidad de la ficticia ciudad Metro. Su misión es descubrir una red de distribución de una nueva droga de diseño que hace furor entre los universitarios y que ya se ha cobrado una víctima fatal.

Obviamente, la trama es lo menos importante, sólo sirve para unir entre sí una serie de episodios desopilantes en los que se combinan en distintos grados el humor físico (la escena inicial es fantástica en ese sentido), la parodia y la autoparodia y la relación de amistad traducida magistralmente al lenguaje de la ambigüedad sexual.

Las zonas de alta previsibilidad que debe atravesar una comedia tan esquemática son aliviadas en este caso por unas permanentes comillas implícitas, remarcadas ya sea por los personajes o mediante alusiones a bandas sonoras o a escenas de otras películas.

Sin embargo, esa conciencia de estar manejando un código conocido no impide que las situaciones humorísticas tengan la fuerza de una descarga directa, simple e inmediata. No hay nada más inteligente que parecer estúpido, y en eso esta secuela hace escuela.