Código sombra: Jack Ryan

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

Espía de guante blanco

Ryan empieza siendo soldado (como en la película de Steven Spielberg) pero los hechos lo van empujando hacia el sitio donde muchos pensaban que debía estar. La cabeza de Ryan da para más, y así es como los de la CIA lo contratan para realizar análisis financieros encubiertos. Objetivos: desenmascar los manejos de fondos bancarios de los grupos terroristas.

Ryan vio caer las Torres Gemelas. Luego cayó de un helicóptero. Todo ello ha acentuado su patriotismo y su sentido del deber. Incluso, elige mentirle a su novia cuando empieza a trabajar como espía financiero para la CIA. El código menciona que hasta que no sea su esposa, debe ocultarte su verdadera ocupación.

Pero pronto el alto mando lo requiere para una misión que él deseaba no tener que cumplir nunca. "Ya no eres un financista, eres un agente", le dice su superior en una plaza de Moscú. En esa ciudad, Ryan estuvo a punto de ser asesinado en una buena escena de lucha en el interior de un departamento. Hasta allí lo trasladaron, para robar las claves de las cuentas ocultas que alimentan la maquinaria de guerra del otro extremismo (no el norteamericano).

La acción casi no se detiene en este thriller de espionaje tecnológico. Y, si lo hace, es para intercalar escenas de un voltaje bastante interesante. En una de ellas, Jack debe decidir si deja que su novia participe en una acción muy peligrosa: distraer al villano mayor durante una cena, para que él pueda infiltrarse en una oficina a robar una base de datos. Una situación muy James Bond, y antes que éste, muy Hitchcock, que con el paso de los años sigue teniendo una eficacia incorruptible. "Esto es geopolítica, no terapia matrimonial", les dirá el delegado a los tortolitos para, de paso, situar temporalmente la narración.

El personaje del villano tiene mucho peso también. Kenneth Branagh, otrora un actor y director inglés experto en Shakespeare al que los viejos cinéfilos recordarán muy bien, tiene toda la trastienda del teatro clásico encima, para darle a su mafioso ruso ese toque de maciza y aviesa inteligencia que lo distingue en la película.

Sin llegar al nivel de un Duro de matar, las persecuciones urbanas en distintos transportes tienen buena tensión y tal vez no tanta sorpresa y creatividad.

También es interesante el casting, con personajes, como el guardia principal de Victor Cheverin, que no necesita ni hablar para dar miedo (el actor se llama Peter Andersson, e hizo un papel similar en Millenium 1: los hombres que no amaban a las mujeres). No tan buena es la fotografía, con muy pocos planos certeros de la bella Moscú. En balance, una película recomendable.