Código sombra: Jack Ryan

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Nuevo agente para los viejos rusos

Thomas Leo Clancy Jr. falleció en octubre pasado, luego de pasar a la historia como novelista de intrigas internacionales en el contexto de la Guerra Fría, estelarizadas por su personaje de Jack Ryan, un analista de inteligencia que tiene que poner su cerebro (y finalmente el cuerpo también) al servicio de apagar crisis y oportunidades de Guerra Mundial. Varias veces sus obras fueron llevadas al cine: se destacan “La caza al Octubre Rojo” (con Alec Baldwin encarnando a Ryan, aunque devorado por la presencia de Sean Connery como el bielorruso Marko Ramius), “Juegos de patriotas” (con Harrison Ford) y “La suma de todos los miedos” (con Ben Affleck como el analista), la primera historia que escribió luego de la disolución de la Unión Soviética.

Porque sí, los rusos atraviesan toda la obra de Clancy: si “La caza al Octubre Rojo” preanunciaba el fin de la URSS, en las obras posteriores late la tensión con las antiguas repúblicas con la Madre Rusia a la cabeza.

Reinvención

En “Código Sombra: Jack Ryan”, los guionistas Adam Cozad y David Koepp se animaron a reinventar al personaje principal y sus circunstancias, adaptadas a los tiempos que corren. El título original, “Jack Ryan: Shadow Recruit” (reclutamiento en las sombras) tiene más que ver con el comienzo de la historia. Ryan es un joven estadounidense que está haciendo un doctorado en la London School of Economics, cuando ve por televisión el ataque a las Torres Gemelas. Decide entonces dejar los estudios para enrolarse en los marines, cayendo herido en Afganistán. En la rehabilitación conoce a una joven doctorcita, Cathy Muller, que está haciendo prácticas finales.

Allí lo contacta el comandante de la Marina Tom Harper, quien es también un jefe operativo de la CIA. Harper lo convence para que termine el doctorado y se convierta en un analista económico de Wall Street, reportando para la agencia la circulación de activos dudosos y cualquier cosa que pueda tener que ver con un ataque a la seguridad nacional. Porque en el mundo de Jordan Belfort (el personaje retratado por Scorsese en “El Lobo de Wall Street”) también suele moverse un dinero mucho más sucio. Así, el ex marine se convierte en un trajeado muchacho, de novio con aquella doctora, que nada sabe de su trabajo secreto.

En su labor cotidiana, Jack descubre que una empresa rusa está moviendo cuentas ocultas. Con la excusa de una auditoría, llegará a confrontar con el empresario Viktor Cherevin (uno de esos barones surgidos de la ex jerarquía soviética), que en realidad está planeando algo mucho más grave, que puede causar muerte y ruina en Estados Unidos (es que algunas cosas no se olvidan...). De ese modo, el sesudo analista se verá en la necesidad de convertirse en un agente pleno. “Recuerde su entrenamiento y estará bien”, será el consuelo ante la nueva realidad.

Kenneth Branagh, que en su momento arrancó su carrera en la dirección con sus adaptaciones shakespearianas (la épica “Enrique V” y la agradable “Mucho ruido y pocas nueces”, con Emma Thompson), después de su paso por la superheróica “Thor” se le anima a construir un thriller que se pone trepidante e intenso, en un crescendo de acción. Es que el descubrimiento de la conspiración económica-terrorista es “deschavado” rápidamente por el analista, y de ahí tendrá que pasar a hacer equipo con Harper y hasta con Cathy (que no zafa de entrar en la redada) para evitar la tragedia.

Hay equipo

Esto podría ser un poco cliché: el “combinado de héroe, jefe y damisela versus villano trágico” puede sonar trillado, pero se sostiene por el ritmo que le imprime Branagh y por su cuarteto protagónico. Chris Pine, que reinventó al capitán Kirk en la nueva saga de “Star Trek”, acepta el desafío de encarnar un personaje que no necesitaría tanto despliegue de facha. Kevin Costner como Harper está comodísimo, en un personaje que combina capacidad para la violencia y serenidad de maestro zen.

Keira Knightley, siempre adorable a su flaca y prognata manera, con pasta de muñeca brava (desde su Lizzy Bennet en “Orgullo y prejuicio” a su Ginebra en “Rey Arturo”) acá se deja rescatar como muchacha en riesgo, a pesar de ser inevitablemente indómita. Y el propio Branagh se reservó para sí al oscuro Cherevin, traumatizado y enfermo, austero en sus manifestaciones exteriores.

En definitiva: están dadas las condiciones para que nazca una nueva franquicia al estilo Jason Bourne: seguramente Jack Ryan tendrá nuevos sobresaltos en los próximos años.