Código sombra: Jack Ryan

Crítica de David Obarrio - Cinemarama

Branagh se pierde

Siempre hay un momento en el que una película puede echarse a perder. Kenneth Branagh lo sabe (¿lo sabe realmente? Dado lo largo de su trayectoria, debería. Pero hay personas que son incorregibles). Sea como fuere, Código sombra: Jack Ryan tenía pasta para ir hacia algún lado, usando con un poco de gracia al personaje de Tom Clancy y el trauma del 11/9: trazar un rumbo primero, insinuar un horizonte, e ir hacia allí después, como un buen producto de Hollywood que se precie de tal, y todos contentos. Pero no ocurre eso: Branagh quiere, mediante el uso de algunos planos particularmente inútiles, mostrarnos algo. Hacer cine, debe ser su consigna. Y hacer cine, en el buen entender de Branagh, es desviar con breves golpes de efecto una historia sencilla, distraernos del espectáculo de acción que trabajosamente lleva a cabo, con un par de tomas contrapicadas, por ejemplo, que cortan el crescendo de la película e instalan algo: el deseo, otra vez, del cine. Hacer como que se hace una cosa para sugerir que se está haciendo otra. Código sombra: Jack Ryan está en las manos equivocadas, eso parece evidente. Hay que decirlo de una vez: Branagh no se encuentra del todo a gusto en ningún momento. Su desempeño como actor no resulta tan mal, incluso parece que se divirtiera haciendo a ese ruso curtido, con la cirrosis asomándole en la piel y la muerte en la sombra, hablando a su lado, como si le cuidara la espalda. Pero Código sombra: Jack Ryan debería ser una película de acciones trepidantes, de emoción física; un panfleto que marchara a toda velocidad sobre la “seguridad nacional”, el sacrificio patriótico y otras supersticiones, que se dirigiera al centro del corazón del espectador: se combate la violencia con violencia, del mismo modo que los hombres de buena voluntad tienen derecho a pelear por un mundo más justo para todos, aunque el precio a menudo parezca demasiado alto. Esta película, que Branagh dirige con escasa soltura, incluso con un engorro palpable, acaso como una suerte de expiación tardía por sus bodrios shakespeareanos, no es un vehículo para la emoción de ningún tipo, pero tampoco para la ideología, aunque sea crasa. Branagh está muy solo acá, a merced de una maquinaría que lo excede, sin saber qué hacer excepto conducir de a ratos a los actores. Está verdaderamente solo con su máscara inglesa imperturbable (¡no envejece nunca ese hombre!), dirigiendo a su chica inglesa (Keira Knightley, atlética y un poco perdida, a veces con cara de enamorada como marca el guión) y al esforzado Chris Pine, mientras desperdicia una escena de acción tras otra; desperdicia a Kevin Costner, además, y suelta algunas frases en ruso (presumiblemente con buen acento) mientras mira a sus enemigos, para que un resto de maldad se escape también de sus ojos, de la manera en que los malos viejos esculpen con astucia el miedo en el otro, como si se tratara de una enfermedad contagiosa. Pero no alcanza: la película llega demasiado tarde para contarnos una nada, el vacío que deja el terror a través de los años en la piel de los sobrevivientes. Torpe hasta lo indecible, bastante solemne, sin un gramo de elementos autoparódicos que alcancen a redimirla ni siquiera en forma parcial, Código sombra: Jack Ryan no convence nunca porque no cree lo suficiente en sí misma. El cine de género siempre es un asunto de fe.