Coco

Crítica de Mariano Torres - Fuera de campo

“Las que hoy son empolvadas garbanceras, pararán en deformes calaveras”. Así rezaba la Calavera Catrina, la más icónica creación de José Guadalupe Posada, posiblemente el dibujante de caricaturas, litografías e impresiones mexicanas más conocido, cuyo nombre se terminó viendo al lado de otros grandes como Diego Rivera, David Alfredo Siqueiros y Frida Kahlo.

Coco, la nueva película de los estudios Pixar rinde tributo al Día de los Muertos mexicano (de hecho, sucede a lo largo de toda la jornada) y por ende, inevitablemente, a las miles de Catrinas que se pasean por la ciudad luciendo su esqueleto. Sin embargo, pese a que la muerte está presente de principio a fin en esta película de Lee Unkrich (el mismo de Toy Story 3, y co-director de Buscando a Nemo), no se trata de una animación oscura para niños, al mejor estilo Tim Burton. En cambio, es una película con el espíritu de la muerte según como la entienden los mexicanos: alegre, festiva y conmemorativa. El argumento se basa, directamente, en las creencias de una cultura rica y colorida, que sostiene que los muertos no lo están tanto y nos acompañan desde el más allá, siempre y cuando los recordemos y llevemos ofrendas. De alguna manera, son quienes nos siguen guiando desde el otro lado, y cruzan el puente de la vida/muerte una vez al año para encontrarse con nosotros e iluminarnos desde el recuerdo. Coco parte de esta premisa, que utiliza como excusa para contar la historia del pequeño Miguel (Anthony Gonzalez), un chico empecinado en convertirse en el mejor guitarrista cantautor folklórico mexicano, que debe afrontar un enorme desafío para llegar a ello: su familia no le permite acercarse a un instrumento, ni mucho menos escuchar o disfrutar de la música.

Sucede que una tragedia familiar se remonta a tiempos de la tatarabuela, hija de un fallecido “gran cantante” que se fue a conquistar el mundo de la canción y nunca regresó, abandonando así a su familia. La historia de desarraigo musical pesa en la familia de generación en generación, y ha mutado en un legado que Miguel busca evitar: la fabricación y venta de zapatos. Pero no todo está perdido para el niño, ya que una descabellada teoría surge, luego de un imprevisto: ¿y si el gran Ernesto de la Cruz, el cantante e intérprete mexicano más grande de todos los tiempos, es en verdad su tatarabuelo que nunca regresó y nadie lo sabe?

Unkrich se vale de imágenes de un preciosismo increíble a la hora de esbozar el mundo de los muertos, y hace despliegue de una de las animaciones más perfectas de Pixar hasta la fecha. Todo resplandece y los paisajes de la Tierra de Muertos son imponentes y verdaderamente mágicos, con una atención al detalle obsesiva. Hay, sin embargo, un problema “menor” que ,si analizamos la película en profundidad, emerge y contradice el primer párrafo de este texto, que arrancó con una cita. Las empolvadas garbanceras aquí siguen siendo la clase social alta, que conviven no tan armoniosamente con la clase media y baja, aún en el más allá. Hay una fila para migraciones, derecho de admisión y hasta una suerte de “villa miseria” donde las calaveras olvidadas terminan muriendo. Y son, casualmente, las más pobres. Para Posadas después de la muerte, las clases sociales no importaban porque todos vamos a parar al mismo lugar. Para Disney/Pixar sí, y más vale tener pasaporte al día.

BONUS TRACK: Aunque Coco es mayormente una fiel interpretación de la festividad mexicana, la anterior El Libro de la Vida (The Book of Life) de Jorge R. Gutiérrez y producida por Guillermo del Toro es una fábula que se siente aún más mexicana, y precisa en la descripción de esta Fiesta.