Cocina del alma

Crítica de Fernando López - La Nación

Fatih Akin cambia de registro con un film sabroso e inteligente

Después de la sombría Contra la pared y de la conmovedora Al otro lado , Fatih Akin cambia de registro, lo que no quiere decir que abandone del todo algunos de sus temas. Aquí también hay quienes buscan definir su identidad y encontrar su lugar en el mundo (o más bien defenderlo); quienes aprenden a reconocerse entre sus pares para desechar la soledad y sobreponerse a la hostilidad de afuera; quienes conviven como pueden en la mezcolanza de nacionalidades, lenguas y culturas típica del mundo globalizado.

El tono, claro, es mucho más ligero; tanto que las dificultades, que se presentan a cada paso, no conducen al drama sino a la risa, y el ánimo con que se abordan las cuestiones de cada día es siempre celebratorio, aunque a veces lo que pase sea tan grave como la ruina económica, un desalojo intempestivo o la deserción de una novia que se fue a China por trabajo y terminó cambiando de pareja.

Nadie dirá que Cocina del alma es la mejor película del talentoso realizador germano-turco. Pero sí es posible afirmar que es la más divertida. Que a pesar de su apariencia caótica (un caos cómico, se entiende) está concebida con tanta escrupulosidad como sus obras anteriores. Que mezcla en sabias proporciones la gracia alocada, el calor humano, los personajes extravagantes, el ánimo optimista y la vitalidad de una screwball comedy . Y que buena parte de su encanto reside en la sensibilidad con que Akin recrea un modo de vida que conoció de cerca cuando, de joven, fue camarero, portero o disc jockey en locales nocturnos.

Soul Kitchen es un boliche-galpón de la zona portuaria de Hamburgo, en torno de cuyo dueño -un inmigrante griego- se concentra una tribu heterogénea en la que caben desde una novia políglota hasta un chef fundamentalista y un hermano jugador que está en libertad condicional y al que conviene vigilar de cerca, además de una clientela que va y viene según se lo sugiera el menú y o el responsable de la música. El problema -uno de los muchos que tienen al protagonista siempre al borde del ataque de nervios- es que el futuro del local tambalea por culpa de la especulación inmobiliaria y de algún ex compañero rápido para los negocios y para aprovecharse de la credulidad ajena. El tema le da a Akin para bromear un poco con el suspenso y el policial.

Pero basta detenerse un poco en cada incidente de los muchos que mantienen la marcha de la historia para entender que no son apenas excusas para el chiste y que están estrechamente ligados a los sentimientos de los personajes. Se repare o no en ese espesor que el film -felizmente- se exime de subrayar, Cocina del alma brindará lo mismo una hora y media de sabroso (e inteligente) entretenimiento, música seductora (con predominio del soul) y la no tan frecuente experiencia de disfrutar de un elenco que siempre acierta con el tono justo de la farsa y sabe divertirse tanto como divertir a los demás.