C'mon c'mon: Siempre adelante

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"C'mon C'mon: siempre adelante", con Joaquin Phoenix: preguntas sin respuesta

Relato de crecimiento donde los adultos necesitan crecer tanto o más que los menores, "C’mon C’mon" se mueve a un ritmo tan sereno como fluido.

“Con él hay demasiadas preguntas y pocas respuestas, ¿no?”, pregunta Viv (Gaby Hoffmann) a su hijo de nueve años Jesse (Woody Norman) sobre su tío Johnny (Joaquin Phoenix) luego de que el pequeño estuviera a cargo durante varias semanas de ese hombre al que desconoce. Hay varios motivos para ese desconocimiento. El primero, y más evidente, es que ellos viven en Los Ángeles y él, en Nueva York. Los otros son más subrepticios, pero no menos importantes. Tienen que ver con ciertas actitudes de Johnny que lo distanciaron del resto de su familia y, sobre todo, con el carácter impenetrable e ilegible de quien, soltero a sus cuarenta y tantos años y con el corazón roto a raíz de una separación que nunca pudo superar, trabaja recorriendo los Estados Unidos para entrevistar a adolescentes de todas las clases sociales con el objetivo de construir lo más cercano a una radiografía sobre el pensamiento de esa generación.

Las preguntas del protagonista de C’mon C’mon –que suma el subtítulo Siempre adelante para su lanzamiento local, cuestión de dejar bien en claro que la resiliencia opera como elemento fundante de la trama– abarcan un amplio espectro temático, desde cómo ven el futuro y qué les da miedo hasta qué piensan de los adultos y qué cosas de su educación replicarían con sus hijos. Pero el hombre que todo pregunta, que escucha con proverbial paciencia y construye una empatía notable con los jóvenes, no tiene respuesta alguna para su vida.

Estrenada en el festival de Telluride, la película del californiano Mike Mills es, como las de Sean Baker (Tangerine, The Florida Project, la aquí inédita Red Rocket), una nueva muestra de un “cine estadounidense con aspiraciones comerciales” que está muy lejos de ser sinónimo de “cine de Hollywood”. Si uno apuesta por el gigantismo despersonalizado y la replicación de franquicias hasta exprimirles su última gota de dinero, el otro recorre sendas narrativas que serían imaginables en un lugar distinto al que transcurren, pues hay algo en la idiosincrasia de los personajes, en la manera de habitar y pararse en el mundo, imposible de transpolar a otra geografía.

Personajes que, a excepción del trío protagónico y quienes los rodean, no son tales, sino personas. Como han coincidido en varias entrevistas Mills y un Joaquin Phoenix contenido y minimalista en escena como hacía tiempo no se lo veía, los chicos entrevistados no son actores y sus respuestas, todas espontáneas. Esas secuencias, que se intercalan al relato troncal, le dan a C’mon C’mon una impronta notable de frescura y autenticidad. Cuesta encontrar películas en la cartelera comercial que transpiren verdad (que no realismo). En sus mejores momentos, ésta es una de ellas.

Taciturno, misterioso y solitario, Johnny debe hacer las valijas rumbo a Los Ángeles para quedarse con su sobrino ante el imprevisto viaje de su hermana para atender una crisis psiquiatrica de su marido. Menuda sorpresa se lleva cuando descubra su extraña costumbre de “jugar” a que es un huérfano maltratado en un orfanato, como si a través de lo lúdico canalizara la incertidumbre por el estado de ese padre ausente. Un hombre de esas características cruzándose con un chico avispado, locuaz e impredecible: imposible que entre ellos no surja una complementariedad que Mills construye con un ritmo tan sereno como fluido y utilizando las entrevistas de Johnny como espejo de la relación entre ellos.

Relato de crecimiento donde los adultos necesitan crecer tanto o más que los menores, C’mon C’mon tiene su acto central en Nueva York, donde tío y sobrino viajan ante la demora del regreso materno. Mills retrata la ciudad alejándose de la postal turística y mediante un blanco y negro que embadurna las imágenes con la nostalgia y tristeza existencial de Johnny, las mismas que se desprenden de los apuntes y reflexiones grabados en la soledad de su habitación a la manera de diario íntimo oral. Los juegos conjuntos de preguntas y respuestas son los síntomas más evidentes de que para ellos es más sencillo comunicarse a través del micrófono, aun cuando lo hagan cara a cara.