Close

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La lenta separación y el duelo

Viendo detenidamente Close (2022), la segunda película del cineasta belga Lukas Dhont, se hace evidente que el susodicho se tomó muy a pecho las críticas que sufrió desde distintos sectores sociales en ocasión de su ópera prima, Girl (2018), faena acerca de un travesti de quince años, Lara Verhaeghen (Victor Polster), que iniciaba un proceso de cambio de sexo y en simultáneo sufría una seguidilla de depresión y masoquismo a pesar de contar con un entorno cercano muy comprensivo, su hermano menor Milo (Olivar Bodart) y sobre todo su padre Mathias (Arieh Worthalter), planteo narrativo que derivaba en un desenlace amargo de mutilación peneana que recordaba al mismo exacto gesto de hartazgo de Gérard (Gérard Depardieu) en el final de La Última Mujer (La Dernière Femme, 1976), clásico de Marco Ferreri, aunque invirtiendo el asunto en términos ideológicos, en los 70 por cansancio ante el gremio sofocante femenino y en el Siglo XXI debido a la identificación llevada al extremo para con las mujeres por parte de nuestro protagonista. Si bien Dhont y su fuente directa de inspiración, una amiga bailarina y travesti llamada Nora Monsecour, aclararon en numerosas entrevistas que el film era un retrato de un caso puntual y exacerbado de disforia de género que tenía que ver con las exigencias ultra físicas del ecosistema donde se movía Verhaeghen, el siempre doloroso ballet, y con esa misma tendencia preexistente a hacerse daño de muchos travestis, lo que por cierto suele empezar con la genitalidad y el llamado “tucking” o técnica de ocultación del bulto del pene y los testículos en la entrepierna, las críticas llovieron desde las faunas trans y queer por lo leído -desde un reduccionismo y una paranoia típicas del nuevo milenio- como una demonización solapada de la terapia de reemplazo de hormonas, los bloqueadores de pubertad y la misma homosexualidad como metáfora ya no de una martirización comunal importante sino de una agonía psicológica escalonada, propia de la identidad masoquista del sujeto en metamorfosis o ajuste corporal.

Semejante panorama debe haber marcado a Dhont y su coguionista reincidente, Angelo Tijssens, porque Close evita tanto el enfoque exasperado de Girl como las ambigüedades artys de la Céline Sciamma de Tomboy (2011), esta última una paradigmática lesbiana, algo aburrida y monotemática, que se maneja con criterios de feminismo baladí autovictimizante de estratos privilegiados y sin demasiada conciencia social: el segundo largometraje de Dhont es mucho más “amigable” y melodramático clásico en el sentido de que retoma la temática homosexual aunque en esta oportunidad tamizada por los coqueteos sensuales de la pubertad, el devenir amistoso con personas del mismo sexo y en especial el fatalismo característico de la edad, derivando en un relato de aprendizaje/ bildungsroman/ coming-of-age bien tradicional que no va más allá de lo previsible pero a fin de cuentas cumple con su cometido. Léo (Eden Dambrine) y Rémi (Gustav De Waele) son dos adolescentes de 13 años que viven en un pueblo rural de Bélgica, el primero proveniente de un clan propietario de una granja de flores y el segundo con padres de la burguesía profesional y amante del oboe, niños que bordean la condición de gay porque duermen juntos, pasan mucho tiempo en contacto físico estrecho y gozan de una intimidad muy marcada en general. Cuando comienzan el colegio secundario llegan las primeras burlas homofóbicas, tanto de niñas como de niños, y la vergüenza del caso motiva a Léo a alejarse paulatinamente de Rémi al punto de que dejan de compartir habitación, frecuentan grupos de amigos distintos y el personaje de Dambrine se suma a un equipo infantil local de hockey sobre hielo, esquema que desencadena la depresión de Rémi, peleas varias en la intimidad -y frente a docentes y otros estudiantes- y finalmente el suicidio del mocoso despechado. Léo se encierra en sí mismo y de a poco descubre las farsas de la sociedad adulta, como las sesiones de terapia escolar que fetichizan al lenguaje como una panacea para todos los problemas del planeta.

Dhont cuenta con la inteligencia suficiente para en la primera mitad de la historia, la más interesante que explora la lenta separación de esta pareja de amigos/ cuasi amantes, no caer en latiguillos hollywoodenses lelos o en ese preciosismo festivalero nauseabundo que tanto mal le hace al ritmo narrativo en general, optando en cambio por un enfoque naturalista muy cercano al cine de Jean-Pierre y Luc Dardenne aunque un poco menos neorrealista que el promedio habitual de los hermanos. A pesar de que el film al compararlo con Girl parece bastante más contenido y menos pesadillesco, lo cierto es que acarrea un trauma más genérico -la desunión luego de un período de amor idílico por fuera de los cánones de la sociedad, léase aquel verano de los minutos iniciales del metraje- que habilita una debacle semejante a la automutilación del primer opus, en esta ocasión el suicidio de un Rémi que hace las veces del eslabón más débil o dependiente de la pareja porque es el que romantiza demasiado el vínculo -como las féminas, precisamente- mientras que Léo, por su parte, se muestra mucho más preocupado por la mirada social y claudica conceptualmente ante la homofobia, de allí que adopte una actitud masculina clásica defendiendo su autonomía frente a lo considerado ajeno o intrusivo, el afecto hiperbólico de la contraparte, e incluso pretendiendo reemplazar a Rémi con otro macho, Baptiste (Léon Bataille), joven también de trece años pero menos afeminado que el anterior. Toda esta primera etapa del relato funciona como un muy buen estudio sobre primero las dificultades de la masculinidad para ventilar sus sentimientos, siempre prefiriendo callarlos por miedo a rebajarse al nivel de ese ridículo femenino que cae en el extremo opuesto de la exaltación banal del capricho a ojos de todo el mundo, y segundo las distintas acepciones de la crueldad en la preadolescencia o el derrotero educativo en general, aquí representado por preguntas metiches o burlonas de las compañeras y por violencia verbal sin maquillaje por parte de los compañeros varones.

El principal problema de Close es la larga hora final, esa posterior al fallecimiento de Rémi, donde la faena muta en una parábola algo mucho redundante sobre el duelo a medida que Léo pierde la inocencia y comienza a culpabilizarse de lo sucedido, por ello se muestra más apegado a su hermano mayor, Charlie (Igor van Dessel), magnifica la participación en la granja de sus progenitores, Yves (Marc Weiss) y Nathalie (Léa Drucker), y recupera algo del masoquismo de la Lara de Girl a través de su obsesión silente con acercarse a la madre de Rémi y contarle lo de la pelea progresiva como desencadenante del suicidio, en este sentido los padres del niño finado adoptan actitudes opuestas ante el hecho, Peter (Kevin Janssens) llora al mocoso sin cesar y Sophie (Émilie Dequenne), una enfermera en una sala de maternidad, ofrece un semblante más impasible que enmascara con sonrisas y una “buena voluntad” en público que desde ya no se condice con la angustia intrínseca, la del ámbito privado. El director y guionista belga extiende por demás la fascinación mortuoria de esta fase de la película cual oda indie de los años 90 a la resiliencia pueril y el perdón externo e interno, en gran medida borrando con el codo lo que escribió con la mano porque el tópico candente de las identidades en ebullición se transforma en el pesar prototípico del melodrama e incluso la sombra de una posible venganza, algo muy presente en el mínimo suspenso detrás del desenlace cuando Léo finalmente le comunica el temita del despecho a Sophie y ésta primero lo expulsa del auto de turno y luego lo busca en medio de un bosque, lo que lamentablemente deriva en una resolución ñoña y forzada de “abrazo mágico” entre ambos como si una madre bajo estas duras circunstancias pudiese perdonar al purrete o no culparlo por el triste destino de su vástago, el cual sucumbió ante el derrotismo desde una desproporción propia de su edad. El desempeño de Dambrine es sublime, un niño rubio muy expresivo que siempre aporta el gesto y/ o la disposición justa para cada secuencia…