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Crítica de Catalina Dlugi - El portal de Catalina

Es una película entrañable sobre el mundo preadolescente, pero no de las típicas clasificadas como “de crecimiento”, porque es una historia sobre la traición y la vergüenza, la negación y el amor, la responsabilidad y la culpa, el duelo y la resiliencia. Es un año en la vida de los amigos que ahora tienen 13 años pero como vecinos y cercanos desde la infancia, han estado juntos siempre. Esa complicidad e intimidad, reflejada en juegos constantes, en un paisaje rural encantador, con el paso de las estaciones, es cuestionada por sus nuevos compañeros de secundaria, que les preguntan si tienen una relación gay. Una pregunta formulada con una supuesta corrección, que provoca en uno de los chicos (el protagonista Eden Dambrine) una cierta alarma, una advertencia de problemas para el futuro, de inconveniencia y de recuerdos o percepciones de los sentimientos de su mejor amigo (Gustav De Waele) y sus propias sensaciones. La mirada ajena cuestionadora y la conciencia del peligro de la exclusión. Por eso decide dejar de lado a su compañero de siempre, integrarse al grupo, participar de un deporte que no le conviene y buscarse otro amigo. Una decisión que traerá consecuencias oscuras. El realizador (también creador de la entrañable “Girl” sobre una chica gay que sueña con el baile clásico) y coguionista Lukas Dhont, (escribió junto a Angelo Tijssens) es casi un especialista en captar cada gesto y sutileza de gente muy joven, o casi sin experiencia actoral, y hace de la sutileza y de la profundidad de sentimientos su sello. Por eso este trabajo resulta tan conmovedor y verdadero. Imperdible.