Ciudades de papel

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Viaje de iniciación en camioneta

El espectador adolescente consume, y más en estos días de vacaciones, cine, teatro, música, televisión, actividades varias, en fin. Pero no solo son estos 20, 30 días: desde hace un tiempo Hollywood piensa en el perfil del adolescente a través de películas (ficción, animación, románticas, superhéroes) que ocupan la cartelera durante todo un año. Allá lejos y hace mucho eran las blandas Castillos de hielo y Ron y Jeremy (para un público de 15, 16), la animación vía Disney y punto, listo, diez títulos por año como máximo y el resto no. Todo cambia y quedará para un análisis posterior el porqué buena parte de los estrenos anuales corresponden a un perfil más o menos predeterminado de espectador. Más aun si la cajita feliz viene con un best seller atrás, como ocurre con Ciudades de papel y el escritor John Green (Bajo la misma estrella), actores-modelos de protagonistas y una trama que toca (otra vez) el conflictivo tránsito de la adolescencia a la adultez. Si la versión cinematográfica de Bajo la misma estrella profería lecciones de manual, frases convencionales y ramplonerías acordes a una estética new age, conviene aclarar que buena parte de Ciudades de papel trata de alejarse de esos vicios y lugares comunes. La historia, en ese sentido, explora el territorio del fantástico y de la road movie de iniciación (en camioneta) sin complejos y arriesgando más allá de lo previsible. Quentin y Margo traban amistad como vecinos, deciden jugarse por la aventura, se quieren y respetan pero, de una noche a la otra, ella desaparece. Y allí empieza el movimiento trascendente de un grupo (Quentin, Radar, Ben, Angela, Lacey) a la búsqueda de Margo y como proceso interior para cada uno, pero en especial, hacia el personaje del joven amigovio de la ausente. Allí, la película tropieza, se levanta y vuelve a caerse y más a tarde a recuperarse en ese afán por buscar la frase aforística que complazca a ese espectador predeterminado. Mientras el director Jack Schreier filma como si fuera un fotógrafo aficionado registrando una noche de graduación, la (in)soportable levedad de la trama oscila entre momentos gratificantes y originales y otros donde el enojo y hasta la ira pueden aparecer de manera no tan inesperada.
Ciudades de papel tiene el mismo vuelo corto de su antecesora, pero las actuaciones funcionan mejor y ciertos climas inquietantes que transcurren en la travesía dejan un pequeño espacio para la esperanza (cinematográfica). Será cuestión de esperar solo un rato para que un nuevo exponente de esta clase ocupe un importante espacio en la cartelera.