Cincuenta sombras más oscuras

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Basada en la exitosa saga creada por la escritora Erika Leonard Mitchel, más conocida como E.L.James, la nueva entrega titulada “Cincuenta sombras más oscuras” (USA, 2017) vuelve a traernos a Christian Grey y Anastasia Steele en una etapa diferente de la relación iniciada de manera intempestiva y con una impronta sexual en la película anterior.
Anastasia intenta alejarse de él, consigue nuevo trabajo, reordena su vida, pero cuando menos se lo esperaba, Grey vuelve a ella con las intenciones de arreglar aquello que dañó el vínculo.
Anastasia acepta acercarse nuevamente a él, pero con la condición de poder renegociar el “contrato” que ambos tenían, para así, justamente, mantener un vínculo diferente, más espontáneo, y en donde el sexo sea parte pero de manera orgánica.
Cuando por fin ella cree tener en las vías tradicionales la pareja, algunos personajes del pasado regresarán a la vida de Christian, teniendo una repercusión instantánea en su vínculo, y generando más dudas y sospechas sobre el pasado de su pareja, la que, como siempre, se mantiene reservada y sin develar mucho más que aquello que ya había relatado.
“Cincuenta sombras más oscuras” además, tomando como base la novela, desarrolla el aspecto “profesional” de Anastasia, mostrándola como una aspirante a editora, trabajando en una pequeña empresa que le permite aprender el oficio de uno de los más inteligentes escritores y docentes, con el que, lamentablemente, chocará por otros intereses.
La película deambula entonces aún más en la vida de la joven mientras revela algunos aspectos de la pareja, en su intimidad, y va complejizando el relato con conflictos ad hoc para poder mantener en vilo al espectador o, mejor dicho, a la lectora que soñó tanto tiempo con ver en la pantalla grande a su príncipe sadomasoquista.
Pero justamente en esa trasposición, el morbo que, supuestamente, generaba el papel y la imaginación, no logra trascender, por lo que más allá de las idas y venidas y los celos entre Anastasia y Christian, el pudor con el que el realizador plasma la “pasión” termina convirtiendo a la propuesta en un capítulo de una novela vespertina.
De hecho, en cualquier novela, en la actualidad, hay mucho más sexo que en esta adaptación que continua con la liviana propuesta de la primera entrega y en la que principalmente la falla es la poca química que hay entre los protagonistas.
Dakota Johnson y Jamie Dornan hacen lo que pueden con sus personajes unidimensionales, se paran e intentan dotarlos de una credibilidad que ni siquiera como fantasía y objeto de deseo despierta algo en la pantalla. Esto sumado a la incorporación de grandes actrices como Marcia Gay Harden o Kim Basinger, con escenas infantiles y sacadas de un episodio de la recordada “Dinastía”.
En resumen, las fanáticas de la saga encontrarán tal vez algún punto loable en la adaptación, pero para aquellos que conocieron a Grey a través del cine, con su poco fuego, su corrección política, su pudor (seno, trasero, vello púbico masculino es lo máximo que se revela) y su moralismo, no hay nada que haga que “Cincuenta sombras más oscuras” pueda despertar interés en un film dirigido por oficio, con una banda sonora en desmedro de la narración y diálogos irrisorios que hacen, una vez más, naufragar la para nada osada propuesta.