Cincuenta sombras más oscuras

Crítica de María Paula Putrueli - A Sala Llena

Mujer bonita de outlet

El inexplicable furor y éxito en ventas que cosechó la trilogía 50 sombras de Grey, de E.L. James, fue tema de análisis y discusión por idóneos del sector editorial, cultural, doméstico y posiblemente haya llegado a ser tratado en los pasillos colegiales, ya que si se aprecia bien, el material ante el cual estamos es bastante infantil, carente de sentido y bordeando lo ingenuo.

En materia fílmica, con la primera entrega de la saga, la expectativa desbordaba por doquier, desde el elenco seleccionado, la proyección de esa historia prohibida en pantalla, hasta los deseos y tabúes que se le adjudicaban a las “amas de casa ” o “a la señora común”, quienes según varios estudios habían salido enardecidas a comprar los látigos y bolas sexuales en cuestión.

Todo ese combo embebido en delirio y prejuicio, dejó como resultado una película pobre, pero mínimamente entretenida, si bien ya la historia era pretenciosa e inverosímil, tal vez la novedad, tal vez el imaginario colectivo, 50 Sombras de Grey (Fifty Shades of Grey, 2015) no era tan paupérrima y bochornosas como su actual secuela.

Bajo el título 50 Sombras más Oscuras (Fifty Shades Darker, 2017), vuelven los mismos personajes vacíos, sin ningún tipo de construcción o justificativo argumental. El cambio de mando en la dirección, ahora a cargo de James Foley (quien tiene en su haber la dirección de la excelente serie House of Cards, así como sendos videoclip de la reina de la seducción, Madonna) lejos de mejorar la propuesta inicial, llega para regalarnos una de las historias menos interesantes que veremos en mucho tiempo. De hecho, puede aseverarse que en cualquiera de los videos musicales dirigidos por Foley hay mucho más sensualidad y erotismo que en las dos horas que dura este compendio de malas decisiones.

El guión no puede luchar contra la pobreza del libro en que se basa, pero aún así se sumerge en errores grotescos de continuidad, en diálogos duros, perpetuados por actores que no pueden hacer nada más que muecas sonsas con las palabras que deben pronunciar sus personajes.

La historia vuelve al ruedo con Anastasia Steele (Dakota Johnson) y Christian Grey (Jamie Dornan), quien vuelven a unirse en una relación, donde si bien ella plantea algunos cambios en cómo deberán ser las cosas, nada realmente parece cambiar. Él sigue siendo un sádico sexual (según palabras del Sr. Grey, claro) y ella sigue siendo la chica ingenua, que trata de tener un trabajo que la independice y la haga valorarse como persona, todos hermosos objetivos que se esfuman en cuanto su “amo / novio / futuro marido” compra la editorial donde ella trabaja, hace echar a su jefe, y le pide que se mude con él.

Se une al reparto Kim Bassinger, aquella rubia sensual, quien sí supo llenar de erotismo la pantalla con el recordado film 9 Semanas y Media (9 1/2 Weeks, 1986). Aquí personifica a Elena Lincoln, mujer responsable de iniciar al pobre Christian en los menesteres sexuales. Su participación es uno de los tantos caprichos en los que cae el film, ya que podría haberse aprovechado para desarrollar algo de la complejidad psíquica del personaje. Sin embargo, queda relegado a unos planos breves, burdos e incoherentes.

Bordeando lo irrisorio en muchas de sus escenas, tampoco se priva de copiar (no homenajear, no citar) planos y diálogos de otras películas que sí daban la talla en la relación que se planteaba entre un hombre y una mujer, y el conflicto que eso podía desencadenar. Ejemplo claro: varias escenas emulando Mujer Bonita (Pretty Woman, 1990) (la compra de ropa a tono, la peluquería, ella cual prostituta aquí no paga y sí golpeada usando la camisa del millonario mientras este dormita). Otro error intencionado -asusta pensar que esto fuera sin conocimiento previo- es la escena con el exacto diálogo de Secretaria Ejecutiva (Working Girl, 1988), cuando Ana, le pide a su nueva asistente que la llame por su nombre, y que solo le traiga café si es que ella va a tomar. Quedó pendiente que en algún momento Ana tome su celular y llame a una amiga al son de: “Adivina de dónde te estoy llamando”.

La segunda entrega de esta trilogía se convierte en una sombra, no solo de su predecesora, sino del buen cine, de las historias que valen la pena ser contadas; deja de lado el verosimil, el trabajo y cuidado de un plano, la elección de los diálogos, y sobre todo, desmerece y ningunea al público, esperando que todos se conformen con ver sonreir al bueno e incomprendio de Grey.

Promocionada como una película de fuertes escenas sexuales, no es menor decir que dichas escenas se vuelven lo más aburrido y ridículo de la propuesta. Como si esto no bastara, aún queda una tercera parte para dar fin a esta tortura visual.