Cincuenta sombras liberadas

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Un folletín de comienzos del siglo pasado

Lo que descubrió la británica E. L. James (sin parentesco con la autora de policiales P. D. James) en 2011 fue cómo darle una segunda vida a la novela romántica: erotizándola mediante una práctica risqué, el sado-maso. Apuesta risqué también, ante la cual las lectoras podrían haber retrocedido. Pero no. Ataduras y cinturonazos pegaron, con perdón por el pleonasmo, y la serie completa (cuatro libros) vendió hasta ahora 31 millones de ejemplares en todo el mundo. En la segunda parte, 50 sombras más oscuras, Grey, que es un recontramillonario (como corresponde al héroe romántico más tradicional) compraba la editorial en la que Anastasia (nombre más de heroína romántica siglo XIX, imposible) trabaja, tras lo cual resultaba despedido el antiguo jefe, Jack Hyde, cuyo apellido parece condenarlo a la villanía. Así venían dadas las cosas, cuando en el comienzo de 50 sombras liberadas el muchachito y la chica… se casan.

Con un cuerpo torneado a más no poder, buen mozo pero con ese aspecto guachín que las vuelve locas, la barba viril no del todo afeitada, Christian Grey parece escapado de la cubierta de una de esas novelas que años atrás editaba la editorial Javier Vergara. Lejos de cualquiera de los modelos sexys de los que Hollywood suele echar mano (la rubia, natural o no, de aspecto felino y cuerpo espigado, eventualmente exuberante), Anastasia Steele es un primor que, aun adentrada por su amante en sofisticadas prácticas amatorias, nunca parece haber perdido del todo la condición virginal que tenía (otro detalle que atrasa) cuando lo conoció, a los 21 años. De Grey se sabe que la mamá lo abandonó de pequeño, siendo criado por una familia adoptiva (bien de folletín), y tal vez de allí su manía de control, su carácter posesivo y celoso que Ana (así la llaman) le banca porque para cada sometedor hay una sometida. Aunque ella un poco también se rebele, para que no lluevan sobre la película (escrita por Niall Leonard, no otro que el marido de E. L. James) las denuncias de apología de la violencia de género que cayeron sobre los libros.

O sea, recapitulando: chica virgen de 21 se enamoró de supergalán fuertísimo que le lleva unos diez años de diferencia y que tiene toda la plata del mundo, incluyendo barcos, aviones, edificios, empresas, Audis, etc. (y que se supone será un inversionista, ya que nunca se precisa en qué trabaja). Ella cae flechada. ¿De él, de la plata, de sus regalos, de que le compre la empresa en la que trabaja, de que cada tanto le pegue algún cinturonazo? Vaya a saber. Se casan. Por iglesia. Una aclaración: el contenido SM es softísimo, si se permite el neologismo. No hay golpes, ni lastimaduras, ni moretones, ni cortes, ni quebradas. Todo perfectamente asimilable por cualquier señora o cualquier teenager (esos eran los dos sectores predominantes en la función a la que asistió este crítico). El contenido erótico, un toquecito más hot que el que se ve habitualmente. La debilísima trama de esta tercera entrega (queda una cuarta, llamada Grey) tiene a aquel Jack Hyde de apellido ominoso haciendo honor al apellido, buscando venganza sobre su rival e intentando secuestrar a la doncella, como en un folletín de comienzos del siglo XX. Que eso es lo que esto es, remplazando el costado popular del feuilleton por el baño chic-kitsch con el que esta serie busca seducir a sus lectoras/espectadoras.