Cincuenta sombras de Grey

Crítica de Paula Caffaro - CineramaPlus+

LO QUE SEDUCE ES EL PODER

Como todo buen producto marketinero, Cincuenta sombras de Grey primero se viraliza a través de un best-seller que deja mucho que desear en tanto calidad literaria, pero que sin embargo logra capturar la atención de un gran conjunto de mujeres a lo largo y ancho de todo el mundo occidental. Segundo, se convierte en una trilogía, de la que por ahora sólo se conoce la primera entrega, para convertirse en tercera y última instancia en una alocada corrida de boleterías. ¿No será mucho? Yo creo que sí, de todos modos, hay algo de lo que no se puede dudar y esto es, el don místico de los medios y sus aparatos de prensa.

El emporio del despilfarro, la carencia de sensualidad y el poco (o nulo) sentido cinematográfico hacen de este filme una película chata, eternamente aburrida y extremamente moralista. Acaso, ¿Todo debe tener una justificación? ¿no será que la maquinita hollywoodense pretende “curar” a Cristhian Grey? Muchos son los interrogantes que se le pueden formular a este discurso pochoclero que busca la provocación sexual pero lo único que logra es la risa y la decepción. Así, Cincuenta sombras de Grey, se acerca más al melodrama mejicano de la tarde que al erotismo prometido en tantas líneas vacías.

Anastasia Steele es una joven estudiante de literatura inglesa quien con claros signos de torpeza logra flechar el acartonado corazón de Cristhian Grey, dueño de una compañía internacional de telecomunicaciones. Fin de la historia que dura ciento veinticuatro minutos. ¿Cómo logra el filme llenar todo este metraje? Misterios de la industria…

Si habría que analizar la película detenidamente (tarea que encuentro atractiva ante la falta de cualquier otro contenido) se dirá que gracias a imágenes que pretenden ser metafóricas se busca cautivar a cierto inconsciente latente en busca de sexo. Es así como, por ejemplo, en uno de esos pasajes, Anastasia al bajar de su autito desmejorado queda disminuida en un plano con gran angulación contrapicada que la deja estupefacta frente la enorme dimensión del edificio Grey. Reducida sólo a cabeza y de espaldas a cámara (el plano recorta sólo esa posición de su cuerpo) la inmensidad de la arquitectura edilicia parece comérsela viva y ella sólo puede balbucear unas pocas palabras. Se nota como la falta de sutileza no sólo se da a nivel guión, sino también en escalas de realización.

Otro ejemplo de reducción e instauración del concepto de la sumisión es la forma en la que Anastasia y Cristhian se conocen. Si la escena del edificio no fue suficiente para demostrar quién es más poderoso, sólo habrá que esperar unos minutos para que la evidencia salga a la luz. Grey espera a la estudiante tras las puertas de su despacho, y ella ingresa a éste dando un traspié que la deja en el piso ante los pies del multimillonario. El extiende su mano y la levanta del suelo, lugar que luego le ofrecerá como propio, si es que ella acepta el contrato de sumisión. “Esperame desnuda, arrodillada, peinada con una trenza, con la vista baja y al lado de la puerta” Será la propuesta. Y a cambio que obtengo, preguntará ella. A mí, responde él.

Lejos de la sensualidad, lo que Cincuenta sombras de Grey parece mostrar es un decálogo mal redactado para señoritas inexpertas. Tengamos en cuenta que no hay una sola escena de sexo en la que no se utilicen algunos segundos de película para mostrar como Cristhian abre un envoltorio de preservativos. Exceso de diálogo que tiende a la justificación permanente de cada acción y un sadomasoquismo que aparece edulcorado y con presencia de grandes rasgos de culpabilidad cristiana, el filme hace mucho ruido pero muestra pocas nueces.

¿Qué le puede faltar a este relato inocuo? que una angelical muchachita virgen que se ha enamorado del supuesto hombre equivocado, pero que luego de una paulatina transformación de personalidad y sentimientos, a base de acciones cliché de la típica fórmula “chica conoce chico…”, logra re encausarlo en la senda del buen amante de la agotadora novela rosa pastel.

Por Paula Caffaro
@paula_caffaro