Cincuenta sombras de Grey

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Algo hizo surgir demasiada inquietud en mi al ver esta película, y no digo promediando la proyección de la misma, sino ya en los primeros minutos: “hay dos más en camino”.

Claro que la concreción de esos dos nuevos proyectos dependen de la recaudación que produzca esta, la primera de la saga. Para eso se han encargado, y muy bien, aquellos que se antojan como publicistas de la misma. Diríamos entonces que lo mejor del filme es su campaña publicitaria, y no creo equivocarme que tendrá sus dividendos el impresionante despliegue de poder económico, y ya estaríamos entrando en el texto fílmico propiamente dicho, si es que se puede llamar de esa manera a semejante pastiche insufrible y claramente burdo.

No digo de mal gusto pues Dakota Johnson, la hija de Melanie Griffith y Don Jonson, de fea no tiene absolutamente nada, mostrada sin tapujos, (la platea masculina agradecida), pero sí, ella es lo único bueno de la producción propiamente dicho.

No se que opinaran las mujeres de su partenaire, el modelo de moda irlandés Jamie Dornan, digo modelo pues por lo mostrado en esta cinta llamarlo actor seria casi un insulto a tan noble profesión. (DE NADA IVÁN).

Digamos que en la historia del cine es innegable la influencia literaria en la producción cinematográfica, pero, como decía Alejo Carpentier, tengan cuidado que no se termine banalizando la literatura cuando su único fin existencial sea su traslación al cine. El escritor cubano escribía, allá por los años ‘40, llamando la atención del daño que le hacia el cine a la literatura cuando esas traslaciones banalizaban los textos de origen.

Dicho de otra manera, hay varios ejemplos actuales, “Harry Potter”, “Crepúsculo”, etc, literatura descartable con gran despliegue de producción cinematográfica, todo injustificable.

Es del orden de lo imposible leer todo lo que se publica como ver todo lo que se produce, pero cuando uno va a ver al cine una película basada en una obra literaria que ya leyó, corre con el peligro que su construcción fantasiosa del personaje no sea la misma, de hecho nunca lo es, pues lo es desde la mirada del director.

Digamos, quién se imagino que Natasha Rostova tendría el rostro de Audrey Hepburn en “La Guerra y la Paz” (1956), o que Peter Lorre sea Roderick Raskolnikov, el personaje principal de “Crimen y Castigo” (1935), novelas de León Tolstoi y Feodor Dostoievsky, respectivamente.

Todo este preámbulo viene al hecho que muchas veces, algunas, no siempre, el ver una realización basada en una novela despierta el interés de leer el texto original. Me sucedió con “El encanto del erizo” (2009), novela escrita por Muriel Barbery, como también con “Un secreto” (2007), en este caso un sólo responsable, autor de la novela y director Claude Miller.

El ver “Cincuenta sombras de Grey” despertó en mí una sensación de jubileo por no haber perdido mi tiempo leyendo, pues si me remito a lo visto debo hacer caso a la opinión de muchos de mis colegas quienes me anticipaban que el libro es muy malo.

Como decía Akira Kurosawa: “es posible hacer un mal filme de un buen libro, pero es imposible hacer una buena película de un mal libro”.

También es real que muchas veces se critica una producción anteponiendo “esto ya lo ví infinidad de veces”, o “son historias repetidas”. Al salir de la proyección muchos la comparaban con los filmes “9 semanas y media” (1986) y/o “Propuesta indecente” (1993), ambas dirigidas por Adrian Lyne, ninguna de estas dos son buenas películas, pero no son tan malas como esta que nos convoca.

Sin embargo, a mi se me cruzaba constantemente la obra japonesa “El imperio de los sentidos” (1976), de Nagisa Oshima, debo confesar que la ví hace por lo menos 35 años.

Desestimada en su momento para su estreno comercial y despreciada por escenas de sexo explicito, pero basada en hechos reales, la película es un profundo estudio de los límites del placer sexual, donde se realizaba una muy buena lectura del texto de Federico Hegel “La dialéctica del amo y el esclavo”, pues se iba construyendo a medida que pasaban los minutos. El gran filósofo alemán no se hubiese enojado por esta interpretación realizada por un exponente de la cultura oriental.

Creo que en este momento y desde que se publico esta trilogía del escritor occidental de “Cincuenta sombras de Grey”, el autor de “Fenomenologia del espíritu” se esta revolviendo en su tumba.

La historia de esta película parece centrarse en la relación entre dos jóvenes, Anastasia Steele y Christian Grey.

Lo que al comenzar el filme, del que nada sabia, parecía que estábamos frente a una nueva actualización temporal de la historia de Cenicienta, luego se deja de lado esa vertiente para instalarse en algo parecido al erotismo, consideraría menos inapropiado, denominarlo porno soft.

Ella, una estudiante de literatura de la Universidad de Washington, reemplaza a su compañera del departamento para entrevistar al conocido empresario Christian Grey, un millonario de 27 años.

La impresionada niña queda subyugada ante el atractivo e insinuante joven, quien parece querer ser presentado como el claro ejemplo del self made Man, luego nos enteramos que viene de una familia perteneciente a la high society yankee, lo que redundaría en lo que permanentemente se respira desde el filme, se burlan del espectador quien, casi por definición, para los responsables de éste producto, es un tonto.

Sigamos. La inexperta e inocente Anastasia (presentada como Heidi, virgen e inmaculada) no sólo intenta olvidarlo, él le dice que se aleje pues no es un hombre para ella y le va hacer daño, en uno de los pocos pasajes dialógicos que no repiten palabras, pues todos los diálogos se pueden reducir al uso de treinta palabras en total, sin exagerar, tal es la “riqueza” de vocabulario que despliega, claro que lo mismo sucede con la “música” actual. ergo, la banalización de la cultura.

Ella parece que intenta olvidarlo, pero no lo logra.

Cuando la pareja comienza con su aparente apasionada dependencia, Anastasia es sorprendida por las supuestas peculiares prácticas eróticas de Grey, y lo que intentaran decirnos sin lógralo es que paralelamente ella irá descubriendo los ilimitados parámetros de sus más tenebrosos apetitos sexuales. Hasta que al final da rienda suelta al deseo de él, entonces se llegaría al clímax de la relación perversa, que en realidad es una gran burla que sirve como monumental “broche de pirita” a tanta displicencia para con el espectador.

Todo el diseño de producción está puesto en el énfasis que todo (y estoy constantemente repitiendo palabras de manera intencional) parezca puesto en función del arte, nada más lejano, el diseño artístico claramente apoyado en la fotografía, esta continuamente jugando a que se lo juzgue como búsqueda estética, y no es más que esteticismo vano en pos de establecer el engaño.

Pues nunca cumple algún destino narrativo o discursivo (todo es tan o más previsible que Superman), lo mismo sucede con la música, todo quiere ser todo el tiempo demasiado correcto y es demasiado aburrido. Salvo, por supuesto, las escenas de desnudo de la bella ninfa, el aparece apenas una vez mostrando la cola.

Pero como lo primero que se agrieta es el guión en todo sentido, rápidamente falla la presentación y construcción de los personajes, y luego el desarrollo del relato va por el mismo andarivel para finalmente dar por tierra con el poco verosímil que pudo constituir.

Para dar un ejemplo de lo torpe que es todo, Grey le dice a Anastasia que él tiene “cincuenta sombras de locura”, ¿de ahí el titulo?, y, se lo dice. Genial.

Ella le debería haber respondido: pégame y decime Marta, pero no lo hace…

Todo el tiempo parece querer mostrarse como una gran producción audiovisual, parece, pues ni siquiera es una mala pelicula, que en realidad es una gran falta de respeto al cine y al intelecto del que pago la entrada.