Cincuenta sombras de Grey

Crítica de Bernabé Quiroga - CiNerd

ESTO VA A DOLER

Acompañada por la popularidad de un libro que nunca leeré, CINCUENTA SOMBRAS DE GREY (FIFTY SHADES OF GREY, 2015) se estrenó en el mundo y es –lamentablemente– un éxito y de lo que está hablando la mayoría. Fui a verla, pero no porque me sentía curioso. Ya sabía qué esperar: Soft porn, personajes chatos, diálogos cursis y cualquier otra cosa que una mujer sexualmente frustrada podría haber puesto en un fan fiction de “Crepúsculo” que se convirtió en libro para convertirse en película. La vi porque quería contar con los fundamentes necesarios para intentar explicarles a aquellas mentirosas que la defienden diciendo “No me gusta por el sexo. Me gusta por la historia”, que hay más en la vida que esta porquería. Pero en la proyección, descubrí que es peor de lo que imaginaba. La mayoría piensa que es cliché, porno para mamás, aburrida y machista, y estoy de acuerdo con sus opiniones. Pero descubrí que su historia esconde además algo espantoso. Probablemente muchas (y muchos) la disfrutarán –aunque yo solo rescato de ella su fotografía–. Sin embargo, de verdad creo que CINCUENTA SOMBRAS DE GREY está muy cerca de ser un film que nos dañe a nivel social y cultural. Es una pésima película y una de las peores mierdas que engendró la especie humana en el nuevo milenio. No lo digo porque su guión es pobre y risible o porque sus actuaciones alcanzan el ridículo, sino porque puede llegar a ser peligrosa: Pone al borde del precipicio a una sociedad sexualizada de forma equívoca, en que la desigualdad de géneros es algo cotidiano ¿Y quién está atrás empujando? Sorprendentemente, muchas mujeres, quienes celebran y fantasean públicamente con el hombre más hijo de puta del planeta. Pero seguramente muchas dirán que son adultas y que distinguen la diferencia entre la realidad y la fantasía. Tengan en cuenta que, siendo una película y ya no un libro, CINCUENTA SOMBRAS DE GREY cuenta con una llegada muchísimo más amplia. Las mismas adolescentes que se enamoraron del vampiro Edward Cullen (un hombre “perfecto” y sobreprotector que en la vida real no existe) pueden llegar a obsesionarse al punto de buscar y anhelar de la misma manera a un Christian Grey que les falte el respeto, las ignore, las maltrate y las histeriquee (un hombre que en la vida real SÍ existe). Pero supongo que no hay problema, porque dirán que en el fondo él es bueno; porque se repetirán una y otra vez que si él las deja debe ser por culpa de ellas y porque compensará cualquier falta emocional comprándoles un auto y una computadora nueva. Si el fenómeno no es contenido, CINCUENTA SOMBRAS DE GREY (y sus dos secuelas que ya están en camino) creará una generación de sumisas con síndrome de mujer golpeada y, seguramente, un par de moretones y embarazos no deseados. Preparate, película. Esto va a doler.

No se preocupen, no voy a parlotear sobre cuestiones feministas o el maltrato a la mujer, porque ya sería hilar demasiado fino –es tan estúpida que ni siquiera eso se merece–. La historia que defienden sus fanáticas es una verdadera pelotudez y carece por completo de fuerza dramática. CINCUENTA SOMBRAS DE GREY comienza con Anastasia Steele, una introvertida estudiante universitaria, entrevistando a Christian Grey, un “intimidante” multimillonario de 27 años (¿?). Un par de clichés y varios momentos ridículos después (que incluyen vómitos, acercamientos accidentales forzados y el gastadísimo “¡Uy, me quedé dormida! ¿Quién me sacó la ropa y me metió a la cama?”), ambos comienzan una extraña relación, más enfermiza y forzada que romántica. A medida que esta avanza, él descubre que ella es virgen y ella se entera que su apetito sexual va más allá de un ocasional chirlo en la cola. El sadomasoquismo es lo suyo y, si Anastasia quiere seguir viéndolo, deberá aceptar sus gustos, firmar un contrato y convertirse en su sumisa. A partir de allí, la película se convierte en DOS interminables horas de ella dudando si debe cerrar el acuerdo o no, intercaladas con varias escenas de sexo que, después del primer encuentro, se vuelven repetitivas, nada sensuales y poco interesantes, ya que no aportan nada al relato. Pero la principal razón de esto es que la irritante estética artificial de planos demasiado cuidados, solemnes y videocliperos de la directora Sam Taylor-Johnson, acaban mostrando nada más que sombras. Desaprovecha plenamente el misterioso mundo del sadomasoquismo. La abundancia de ese soft porn y la carencia absoluta de química entre sus protagonistas, provocan que el film nunca alcance el erotismo y la osadía que tanto prometía.

Su guión comprueba que los fan fictions deberían permanecer por siempre como lo que son (aquí es obvio que estamos viendo a los personajes de CREPÚSCULO pero con las caras de otros boludos ¡Hasta hay un amigo morocho en la friend zone que quiere levantarse a la protagonista!). Le sobran diálogos y momentos bochornosos, que intentan ser románticos pero hacen reír o son innecesarios, y su historia carece de un conflicto. Es una situación estirada por el “¿Firmará el contrato o no?”, adornada por los pezones erectos de Dakota Johnson y por un final abrupto y torpe, que roza lo desagradable. Además, a último momento, decide abrir estúpida y descaradamente varias subtramas que deja en el aire, para que sean resueltas en la continuación. Como resultado, el film no cierra. Lo entendería si esto pasara en la secuela, pero el “Continuará” de este primer capítulo hace que CINCUENTA SOMBRAS DE GREY ni siquiera se mantenga firme como una película sola ¡Falla hasta en la estructura básica de principio, nudo y desenlace, porque sí o sí necesita de las continuaciones para cerrar el relato! Es solo un inicio con un atisbo de conflicto o nudo en los segundos finales.

Pero lo que más detesté fueron sus insufribles personajes. Anastasia es una sumisa de alma, una mujer completamente dependiente, aburrida, desesperada y débil, que hace lo que sea para mantener feliz a su hombre maltratador. Nunca llegamos a conocerla o a entenderla. Su pizca de curiosidad sexual no está justificada y está allí solo para ser una herramienta del relato. Más allá de dónde vive, qué estudia o el hecho de que no se depila, no sabemos nada sobre ella. Es un envase vacío (a lo Bella Swan) para que cualquier espectadora pueda ponerse en sus zapatos e imaginar que es esclava de Grey por un rato. La película está más interesada en mostrarnos al actor principal sin remera que en construir a su protagonista. Dakota Johnson no ayuda a volverla un personaje interesante y sobreactúa sin parar cuando intenta parecer vulnerable o excitada (¡Si se mordía el labio una vez más, me cortaba las bolas!). Pero esa indignación que sentía por ella empeoró cuando revela que, inexplicablemente, se enamoró de Grey, quien nunca hace nada genuinamente bueno por Anastasia ¿Lo ama porque es atractivo, porque se fijó en ella y porque le da buen sexo? ¿Sus sentimientos por él afloran cuando la lleva a volar en dos ocasiones? Porque, en ese caso, debería enamorarse cada vez que va a un aeropuerto ¿Se enamoró después de que le compró una notebook, en la descolocada escena de baile o en los momentos en que le falta el respeto? La historia de amor no funciona porque nunca entendemos de dónde surge ese afecto. Nada los une, más allá del sexo.

Christian Grey (interpretado por ese maniquí unidimensional y sin carisma llamado Jamie Dornan) es un personaje horrible. El film falla al intentar venderlo como un ser dañado, porque las explicaciones que da sobre su oscuro pasado son telenovelescas y superficiales. Es uno de los peores protagonistas “románticos” de la historia, porque nunca intenta redimirse o pensar en alguien más que su propio pene. Así, sus acciones abusivas se vuelven más espantosas aún. Y lo peor es que la película no lo castiga. Christian Grey solo es celebrado. Cuando parecía que por fin le llegaba la hora de ser juzgado, los créditos empiezan a correr y queda absuelto de sus pecados. Es insultante que la platea femenina suspire por él. Si la saga llega a terminar con un final feliz –con ella aceptándolo y viviendo felices por siempre–, solo se demostrará lo trastornada que está la mente de su autora y de aquellas que la idolatran.

Leí comentarios que defienden el hecho de que esta película podría ayudar a algunas mujeres a expandir sus horizontes sexuales, lo cual no me parece para nada malo. Pero pienso que, desde ese punto de vista, CINCUENTA SOMBRAS DE GREY es una película que debería verse con cuidado: No celebra la sexualidad, sino que alienta una relación sexual poco saludable, en que la confianza y el respeto por el otro son lo de menos ¿Mi consejo? No la vean. Nadie les que quita el derecho a fantasear, pero pueden hacerlo con mejores ejemplos de erotismo cinematográfico (algo de Bernardo Bertolucci, LA SECRETARIA o hasta NUEVE SEMANAS Y MEDIA o las escenas lésbicas de LA VIDA DE ADELE). O vean pornografía. Su irrealismo y privacidad la vuelven inofensiva. Además, es gratuita, más divertida y dura mucho menos –bah, eso me dijo un amigo–. En CINCUENTA SOMBRAS DE GREY ni siquiera la banda sonora de Danny Elfman está inspirada. A pesar de la masividad de su audiencia, el film nunca intenta entregar algo novedoso o decente. Cae constantemente en los lugares comunes del cine erótico y, aun así, nunca llega a ser una película sexy, entretenida, interesante o audaz, sino un nauseabundo, aburrido y pomposo intento de hacer dinero vendiendo SEXO y nada más. Es, por esa razón, una película puta.