Ciclos

Crítica de Daniel Núñez - A Sala Llena

La palabra Ciclo viene del latín Cyclus y significa “círculo o rueda”. Ambos significados son importantes desde lo etimológico ya que desde la polisemia podríamos decir que son dos cosas distintas, pero iguales a la vez: círculo puede estar asociado a una función temporal o a un grupo exclusivo y determinado de individuos; mientras que rueda puede estar más asociado al objeto circular que se utiliza para mover determinados objetos o vehículos. El documental de Francisco Pedemonte utiliza esta palabra con una enorme significación: el mismo retrata un momento en la vida del joven ciclista Ignacio Semeñuk, de solo 18 años. El título no solo asocia la línea temporal en que se narra el film, y que recién al final cobra mayor sentido y fuerza, además de mostrar ese “circulo” dentro del cual estos atletas se mueven. La significación de “rueda” le da mayor fisicidad al vehículo en que se desplazan los jóvenes en la película por lo que Pedemonte filma de manera orgánica, ya que construye con vital importancia cada secuencia sin perder el foco.

Se podría decir que Ciclos es un documental casi con la estructura de un film clásico de ficción, tomando forma y fuerza con el transcurso de su construcción narrativa. El montaje en Ciclos es vital, inteligente, utilizado no solo con la intención de pegar un plano al lado de otro, sino más bien de generar ideas y que las mismas incidan en la asociación que el espectador realice sobre ellas. Por ejemplo: hay una escena donde Ignacio se encuentra en la disyuntiva entre salir a la noche de joda, incitado e invitado por su amigo DJ, o quedarse a descansar para competir a la mañana siguiente. En dicho momento el joven se halla tirado en la cama, descansando y meditabundo sobre ese hecho. Pedemonte inserta en medio una toma de su amigo DJ pasando música en un boliche, manipulando las emociones que pueda despertar en el espectador (ver lo que el joven puede perderse esa noche) y también materializando sus pensamientos: sabemos que Ignacio está pensando en ello, pero la toma lo confirma. Dicha materialidad es brillante porque deja en claro que el documental jamás es 100 % real, es más una interpretación de la realidad pero con imágenes que sirven de testimonio. Los hechos, a pesar de tergiversarse en su forma ideológica, moral o ética, realmente existieron.

El problema con dicha secuencia y que aqueja el todo del film es la poca creencia que advertimos desde su puesta en escena respecto de la supuesta “pasión” que siente Ignacio por el ciclismo. Hay demasiada distancia y a veces ni empatizamos con el joven, que se muestra medio parco y confundido con sus principios (querer asistir a la competencia sin pegar un ojo, si cabe la posibilidad de salir a la noche). Entendemos, es un adolescente y parte de ello es lo que quiere retratar su realizador, con los conflictos internos y el pesar hormonal, pero toda intención de mostrar a un joven apasionado por el deporte se esfuma. Renegar de esto no es clausurar por completo o negar su muy buena factura técnica, su para nada aburrido ritmo, su maratónica realización (Pedemonte siguió a Ignacio durante dos años), lo simbólico de las rutas o calles como “rito” o “pasaje” hacia el camino de la autorrealización, etc., pero su intención discursiva pierde el eje aun cuando compensa algunos asuntos de su construcción.

En el final, luego de la competencia más importante, nuestras sospechas se confirman: la bicicleta como objeto museístico, olvidada en un garaje junto a sus trofeos, acumulando mugre como nuevo alojamiento para arañas y otros bichos. Por un instante la bicicleta es el Woody de la saga Toy Story. Ignacio se prepara, va a salir de nuevo a competir, solo que esta vez se calza una camiseta de rugby, bermuda y botines. Se prepara para salir a la cancha. Lo llevan en Bici, no va con la suya. Cumplió un Ciclo.