Cicatrices

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

PASAJERA EN TRANCE

Inspirada en hechos reales, Cicatrices aborda una situación dramática que atraviesa a la sociedad serbia: el drama de múltiples familias que han sufrido la pérdida de niños recién nacidos, pero que en verdad podrían haber sido apoderados al momento de nacer. Si embargo el film de Miroslav Terzic, lejos de convertirse en el panfleto de alguna causa, pone en el centro a una madre en estado casi catatónico, que funciona como una pasajera que absorbe no solo el horror de esa situación (la de haber sido despojada de su pequeño hijo), sino además la de un entramado social que ha permitido esa realidad: instituciones corruptas, individuos que habilitan esa corrupción desde el silencio, ausencia de justicia, indiferencia, destrato. Ana busca a su hijo hace 18 años y hace 18 años que padece el desaliento, de autoridades pero de su círculo cercano también. Cicatrices es entonces la muestra distante de esa degradación.

A partir de la notable actuación de Snezana Bogdanovic, Ana se convierte en una criatura fascinante. Una mujer que investiga metódicamente, una mujer que también cose pacientemente y en soledad en su taller de costuras. Precisamente el título original hace referencia a las “costuras”, que es en definitiva lo que hará la protagonista: unir todas las partes. Lo simbólico está presente en el film de Terzic, pero no más allá del hecho de habilitar una lectura posible a un personaje que avanza casi en silencio. De hecho el director renuncia a cualquier elemento que condicione la relación del espectador con la película: no hay música incidental que nos chantajee ni impacto dramático excesivo. Al contrario, hay casi una estructura de thriller que se instala casi invisiblemente y que es la que le da fluidez al relato. En ese sentido Cicatrices reconoce una herencia, que es la del cine rumano reciente: ya que se podría decir que hay un naturalismo evidente, pero también cierta estructura genérica que hace evidente los procedimientos del cine.

Con todo esto, Cicatrices expone un estado de las cosas pero evitando siempre el subrayado y el didactismo. Hay sí una última secuencia que rompe con el verosímil y que, innecesariamente, quiebra el punto de vista que hasta ese momento se sostenía con mano de hierro. No es algo que arruine particularmente al relato, pero sí que genera extrañamiento. Y que, además, le quita a Ana su enorme y merecido protagonismo. Más allá de ese desliz narrativo, Cicatrices es cine político, cine social, cine que denuncia, pero que nunca deja de ser cine. Y esa es su mayor lección.