Cicatrices

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Empecemos por el final. Justo antes de los créditos, la clásica placa negra con letras blancas asegura que, durante la guerra que terminó con la división de Yugoslavia, hubo más de 500 niños que se cree que fueron robados de los hospitales después de nacer, dándolos por muertos en los registros oficiales y ante los padres. Padres que, en muchos casos descreídos de la versión oficial, emprendieron búsquedas personales para dar con el paradero de sus hijos.

Una de esas madres se llama Ana (Snežana Bogdanović) y es una costurera que perdió a su hijo hace 18 años. Por su carácter silencioso y mirada por momentos pérdida, es evidente que el duelo no ha terminado. Por el contrario, la certeza de que está vivo es cada vez mayor. Aunque su marido le suplica que deje el pasado atrás y su hija le haga varios desplantes, Ana se acerca a una asociación dedicada a resolver este tipo de casos. Gracias a un contacto ingresan a las bases de datos oficiales y descubren no solo faltantes llamativos, sino también varios documentos con información contradictoria.

El segundo largometraje del realizador serbio Miroslav Terzic acompaña a esa mujer internamente rota pero que no da muestra alguna de desesperanza. Tan encerrada está en sí misma, tan presa de sus teorías y pensamientos, que por momentos la película se enclaustra con su protagonista, imponiendo una distancia que se refuerza a través de un relato seco y en clave mayormente naturalista.

Pero Cicatrices tampoco es un drama en estado puro porque, a medida que avanza el metraje, empieza a surgir una obsesión de ella por quien podría ser su hijo. Cuánto hay de fabulación interna, cuánto de deseo oculto, y cuánto de realidad en esa teoría filial es una incógnita con la que el film juega en el último tercio, entregando un desenlace abierto y nada concluyente que evita las soluciones narrativas facilistas.