Choele

Crítica de Diego Papic - La Agenda

La fórmula de la felicidad

"Choele" es una película sencilla y agradable sobre un chico, su padre y su novia.

Hace cinco años se estrenó en el MALBA una ópera prima pequeña que obtuvo un también pequeño pero intenso éxito en el circuito indie del cine argentino, incluyendo dos premios en el Festival de Mar del Plata de 2008 y un entusiasmo apacible pero firme en la crítica. Se llamaba La Tigra, Chaco, la dirigieron dos treinteañeros (Federico Godfrid y Juan Sasiaín) y era una comedia romántica aparentemente sencilla ambientada en un pueblo (el del título, claro) con un trabajo de dirección de actores muy poco frecuente y una sensibilidad a la que el cine argentino no está tan acostumbrado.

Ahora llega la segunda película de uno de esos dos directores (Sasiaín), que también pasó por el Festival de Mar del Plata (en 2013, aunque “apenas” se llevó un premio no oficial) y que también tiene el nombre de un pueblo como título: se trata de Choele, que transcurre bastante más al sur que la otra, en Choele Choel, Río Negro. También está Guadalupe Docampo, que de alguna manera surgió en el cine argentino a partir de La Tigra, Chaco, y también es una película pequeña y placentera, bien actuada y construida a partir de escenas con dos actores interactuando con una naturalidad muy lograda.

Pero en este caso no se trata de una comedia romántica clásica al estilo “chico conoce chica”, sino que es más bien una película de coming of age, de pérdida de la inocencia, de esas típicas películas que transcurren un verano, protagonizadas por un preadolescente, con un erotismo contenido, con silencios y sobreentendidos.

El protagonista es Coco (Lautaro Murray, un chico que logra la combinación exacta de timidez y travesura), que viaja a Choele Choel a pasar unos días con su padre. Su padre es Leonardo Sbaraglia, un actor que ya tiene una seguidilla de trabajos brillantes en cine (Sin retorno, El campo y Aire libre son tres laburos de una sutileza y amplitud de matices deslumbrantes) y que acá directamente la rompe: su Daniel es un padre compinche y un poco irresponsable, amoroso e inmaduro. La relación entre padre e hijo es lo mejor de la película.

Pero hay mujeres, por supuesto. Por un lado, la madre ausente de Coco (y ex mujer de Daniel), que nunca aparece. Por el otro, Kimey (que interpreta Docampo sin las exigencias de su chaqueña en La Tigra, Chaco), la novia más joven de Daniel, que ejerce en Coco una fascinación que no llega a ser del todo sexual pero se acerca bastante.

Choele es una película agradable, tal vez demasiado agradable y prolija. Está claro que Sasiaín encontró una fórmula con La Tigra, Chaco con la que se siente cómodo y en Choele de alguna manera la perfeccionó. Se podría recriminar esto a Sasiaín, pero sería injusto. Ver Choele en el contexto de un festival de cine (como la ví yo hace casi dos años en Mar del Plata) deja sabor a poco, es cierto; uno ahí busca propuestas un poco más originales y audaces. Pero para ser una película argentina independiente que se estrena en unas dieciséis salas de CABA y el GBA, está muy bien y puede incluso llegar a un público más amplio al que llegó La Tigra, Chaco, que se había estrenado sólo en el MALBA, aunque tampoco alberguemos demasiadas esperanzas en ese sentido.

Pero también hay que decir que Choele, aún con sus enormes virtudes, no hace más que revalorizar una película como El acto en cuestión -que permanece en cartel esta semana en el Village Recoleta, el BAMA Cine Arte y el Artemultiplex, además del Cine del Centro de Rosario- por su desmesura, su originalidad, su desprolijidad y su riesgo aún teniendo más de veinte años. La película de Alejandro Agresti nos recuerda que no está mal ser exigente y pedirle todavía más a un cine argentino que ya no padece anemia y puede defenderse solo.