Che, un hombre nuevo

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Lejos del bronce

Sólido relato, con gran archivo, de aspectos íntimos e ideológicos de Guevara.

Lo primero que impacta de Che, un hombre nuevo es su material de archivo. No es raro que sea formidable: Tristán Bauer se dedicó 12 años a conseguirlo y, en el abrumador rescate de imágenes y palabras históricos, consiguió perlas inéditas, íntimas. Pero la virtud no termina ahí. Se extiende al modo en que el realizador y su coguionista, Carolina Scaglione, estructuraron el relato -dinámico y profundo a la vez- y en los focos que buscaron, apuntado a un Guevara extremadamente reflexivo: en su percepción de sí mismo y del mundo. El que habla de su miedo a la muerte y de su extrema rigidez aun para tratar a sus seres queridos. El que duda, ya a mediados de los ‘60, de las bondades del sistema soviético. El Che más alejado de la iconografía vacía que es moda en el mundo entero. Un hombre nuevo: en el antiguo y nuevo sentido de esta frase.

Aunque en el primer tramo de la película el realizador aparece en cámara y cuenta en off sus esfuerzos por llegar hasta archivos secretos del ejército boliviano (el presidente Evo Morales hizo posible que tuviera acceso a ellos), la mayor parte de la película -de más de dos horas- arrastra al espectador en una suerte de diálogo directo con el Che: mérito del guión, de la lectura de sus textos a cargo de Rafael Guevara, su sobrino, y de grabaciones de la voz de Guevara. “Esto es lo único íntimamente mío, e íntimamente conocido de los dos, que puedo dejarte ahora”, se le escucha decir al líder revolucionario a su mujer, Aleida March, antes de leerle un poema de César Vallejo, a modo de despedida. Despedida que iba a ser la definitiva.

Precisamente el material de March y viejas filmaciones familiares son un aporte importante en el plano personal. El ideológico está vastamente cubierto. Bauer contó con discursos, entrevistas e imágenes del Che en la Argentina, Uruguay, desde luego Cuba, la ex Checoslovaquia, China, Japón, la ex Unión Soviética, Francia, los Estados Unidos y algunos países de Africa. Es evidente que el relato del filme, que sigue una línea cronológica, se apoya en investigaciones y entrevistas a especialistas. Y sin embargo, la narración -que nos remite siempre a la primera persona- jamás nos interpone una cabeza parlante. Hay, también, algunas reconstrucciones sutiles, que no desvían al espectador de las transformaciones -ideológicas y personales- del Che. Y hasta leves toques de humor.

La tarea de abordar a uno de los personajes más transitados del siglo XX era una dificultad cierta. La posición ideológica, otra. Bauer decidió apelar a la subjetividad: la única posibilidad fáctica y el único modo de lograr una narración tan fluida. Habrá espectadores que no concordarán con la figura del Che que transmite este documental: no será un problema cinematográfico. Esta película, hecha con importantes apoyos argentinos y extranjeros, dialoga con el pasado y resignifica de un modo tácito el presente. Su valor es mayor que el de la nostalgia o el bronce.