Che, un hombre nuevo

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Imágenes nuevas (y no tan nuevas) del Che

“No hagan cine político, hagan políticamente cine”, pedía razonablemente Jean-Luc Godard. La cita viene bien para recordar que (como ya lo decíamos al analizar El Che, de Soderbergh) una figura como la de Ernesto el Che Guevara no debería abordarse sino de manera singular, si lo que se quiere es hacer justicia a su ideario y a su agitada vida, evitando el riesgo de hablar de revolución con lenguaje conservador.
Con Che, un hombre nuevo, Tristán Bauer (1959, Mar del Plata), por lo que puede apreciarse, se propuso un retrato didáctico que implica, al mismo tiempo, un moderado homenaje. Su nueva película no es muy distinta de sus anteriores documentales (Los libros y la noche, Cortázar) y obras de ficción (Después de la tormenta, Iluminados por el fuego): honesta, sensible, sobria, no demasiado arriesgada en su planteo ideológico ni en su concepción. El problema es que no es lo mismo llevar al cine la vida de un escritor que la del Che Guevara.
Co-producción entre Argentina, Cuba y España, Che, un hombre nuevo tiene –además de una irreprochable calidad técnica y de una visión bastante abarcadora y sensata de la vida de Guevara– un valioso plus: rescata y revela material inédito, proveniente de filmaciones familiares, libretas desclasificadas por el ejército boliviano y otros documentos. Puede decirse que sus méritos pertenecen más al terreno de la investigación que al de la realización audiovisual.
Recorriendo la vida del revolucionario rosarino desde su infancia hasta su muerte, afloran ricas vertientes, que Bauer no explota demasiado en términos expresivos: la pasión del Che por la lectura y la poesía, por ejemplo, al punto de transitar la selva boliviana recitando poemas aprendidos en su infancia. Ciertas ideas proféticas, que lo llevan a imaginar cómo será publicada su muerte en la portada de Life o las derivaciones que tendrá la economía política soviética, lo muestran muy conciente de la trascendencia de cada uno de sus pasos como figura pública, así como de las articulaciones de la política internacional.
Si a través de elementos como éstos se logra dar cierto misterio y humanidad a la imagen de Guevara, otros sólo acentúan el aura mitificadora que arrastra desde hace décadas, como la solemne voz de Rafael Guevara leyendo textos en off, tan distinta a la del propio Che, juvenil y espontánea según puede apreciarse en el propio film.
La aparición del propio Bauer, en algunos momentos, recuerda a los programas televisivos que usan y abusan de la cámara oculta. Las recreaciones parecen un recurso cómodo, sólo para agregar dinamismo y colorido a los documentos auténticos. Lo mismo puede decirse de la idea –tan gastada por la televisión– de explicar lo que se ve con canciones, o ilustrar lo que se dice con imágenes correspondientes. Cuando tomas aéreas de paisajes americanos se combinan con materiales de distinta naturaleza, Che, un hombre nuevo trae a la memoria el estilo saturado de Oliver Stone. La banda sonora también aparece sobrecargada y poco original (por ejemplo al elegir una canción de Alfredo Zitarrosa para el final). En tanto, la importancia de algunos hallazgos (como la dilucidación de la expresión Hasta la victoria, siempre), son del orden de lo histórico o periodístico.
Finalmente, hay que reconocer que el film incluye registros documentales que se sobreponen a los amables modales de Tristán Bauer, recuperando su fuerza para indignar o incomodar: vergonzosas declaraciones de Richard Nixon, dolorosas escenas en Vietnam, el recuerdo de la lucha de líderes olvidados como Patrice Lumumba, o la voz del Che sosteniendo “La reforma agraria consiste en que los que tienen muchas tierras le den a los que no tienen nada” o diciéndole a sus hijos ”Sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera, en cualquier parte del mundo.”