Chavela

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Canta como ninguna “El silencio en mis canciones es un desgarramiento, en una emoción tal que me quedo muda… y es así donde se acentúa más mi soledad” .
Esta semana, entre las diversas propuestas que renuevan la cartelera, aparece “CHAVELA”, el documental de Catherine Gund y Daresha Kyi que propone acercarnos acercarnos a la vida de Chavela Vargas, una artista completamente fascinante, tanto dentro como fuera del escenario.
Nacida en 1919 en Costa Rica, ya desde su infancia parece tener que sobrellevar un destino signado por la tristeza y el desgarro: tras la separación de sus padres queda al cuidado de sus tíos y, unos y otros, solían esconderla por igual por considerarla “diferente”, por su extraña forma de comportarse.
Quizás casi todo el mundo piense que Chavela es mexicana –y no portorriqueña- porque irrumpió tan explosivamente en ese México de los años ´40 y ´50, llamando poderosamente la atención por su vestuario y sus peinados, rompiendo absolutamente el cánon de lo que se consideraba femenino para la época, que quedó abrazada para siempre a esas tierras.
Fue la primera mujer en usar pantalones en escena en aquel momento, no solía usar joyas ni vestidos y supo construir de ese modo, un particular estilo que fue sosteniendo a través del tiempo para ser recordada no solamente en Latinoamérica sino también en Europa y Estados Unidos. Su figura absolutamente magnética atrajo por igual, a hombres y mujeres: sintió deslumbramiento, entre otras, por Frida Kahlo y Ava Garner, y no dudó en expresar libremente sus elecciones sexuales y degustar a sus amantes –aun corriendo peligro porque eran las mujeres de renombrados políticos o del dueño de una importante compañía discográfica-.
Tuvo una actitud absolutamente transgresora, desplegando frente al micrófono lo que no se le permitiría hacer con total libertad en la calles, convirtiéndose así en una abierta militante homosexual, toda una quimera en sus tiempos de juventud.
Las imágenes de archivo, fotos y filmaciones de sus presentaciones, la muestran completamente hermosa con un rostro potente, intenso, bellísimo en el inicio de su carrera. Una vida absolutamente cinematográfica, ideal para trazar una extensa biografía llena de matices, que las directoras saben aprovechar al máximo, tomando como base una entrevista inédita que fue realizada por ellas en el año 1991.
Ese será el punto de partida para ir recorriendo las anécdotas, los pensamientos, su modo de vivir, su carrera, sus éxitos, su vida personal: mostrando sus emotivos momentos de gloria pero sin dejar de lado las sombras y la oscuridad que habitaba también dentro de Chavela. Es así como aparece en primer plano su adicción al alcohol, su infierno más temido.
Un flagelo que recorre gran parte de su vida. Aparece tímidamente cuando tomaba antes de cada representación por el pánico a afrontar el escenario, hasta llegar a demolerlo todo y hacerse insostenible, en aquellas épocas de pareja artística con el afamado compositor José Alfredo Jiménez –con un rico testimonio de su hijo dentro del documental- en donde solían tomar hasta quedar completamente desmayados y perder el control de sus vidas y de sus carreras.
Es también el alcohol y la violencia que genera, lo que la aleja definitivamente de una importante relación amorosa que tuvo con la abogada Alicia Pérez Duarte, quien se erige en una de las voces más importantes del documental, quien la apoda “la Señora”.
Luces y sombras de una artista inmensa, “CHAVELA” recorre también la etapa del resurgimiento en su carrera. Alejada del alcohol, hace anclaje en España, aquel momento en que Almodóvar la incorpora como aliada para sus bandas de sonido desde aquel éxito en “La Flor de mi Secreto” donde él mismo plantea que su música es como parte imprescindible del guion. Allí aparecen los testimonios de Miguel Bosé, de Martirio, de Elena Benarroch y fue para Chavela, una nueva época de gloria.
El Ave Fénix renace y vuelve para quedarse: canta en los teatros más importantes de las grandes capitales (el Olympia de París entre tantos) y llega a coronar esta etapa con la actuación en el Palacio de las Bellas Artes de México, completamente abarrotado de sus seguidores. Uno podría quedarse mirando hablar a Chavela horas y horas, escuchar los testimonios de quienes estuvieron cerca de ella, de colegas que la admiraron profundamente, de anécdotas de su carrera y de su vida.
Uno cae rendido ante sus encantos, ante ese fraseo de cada palabra en sus canciones que la hace particular y única. Y el enfoque de las directoras es tan integral que, a pesar de las convenciones que tiene el género y sobre las que deciden no tomar ningún tipo de riesgo, logran abordarla en toda su complejidad.
Parte del éxito de la propuesta es el impecable trabajo de edición de Carla Gutierrez y la elección acertadísima de las canciones que acompañan cada uno de los capítulos en los que parece estar narrada la historia. Imposible no rendirse a la figura de una intérprete brillante, una vida intensamente vivida y la voz inconfundible que Chavela misma había definido como “esa voz herida de la vida, por el final trágico del amor”.