Chacarera

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Hay un mito popular que cuenta que si a un Carabajal se le ocurriese tener alguna otra profesión que no fuese la música, este sería expulsado de la familia.
Talvez (seguramente) exagerado, lo cierto es que los Carabajal son una de la familias más representativas de nuestro folclore, con varios de sus integrantes ubicados dentro de lo mejor considerado en este género. Pero todo comenzó con una persona, Don Carlos Carabajal, el padre de la familia, y la figura redundante de este documental del documentalista Miguel Miño.
Efectivamente, Miño va de lo particular a lo general, de la persona al pueblo y a la sociedad, y todo el tiempo va y viene, retoma y se vuelve a expandir. La figura de Carlos servirá para hablar de la familia, y la familia servirá para hablar de la chacarera y el folclore, y esto claramente servirá para hablar de nuestra verdadera cultura.
Chacarera fue planeada por los propios Carabajal como un homenaje a su padre y a su abuelo según corresponda la generación, y parte de una idea, la de juntar a los músicos de la familia y llevar la música compuesta por Don Carlos a un gran teatro de la Ciudad de Buenos Aires.
Peteco Carabajal, hijo, es quien se pone al hombro el proyecto (lo del teatro y el documental también) y para eso reúne a sus hermanos Demi y Graciela y a su sobrina Roxana que juntos comienzan a bucear el repertorio, buscar en el recuerdo, evocar, planear el concierto que se llevará a cabo en el Ópera, y tratar de rescatar esas canciones, esa música que era como un coro permanente en la casa de los Carabajal.
Don Carlos es considerado por muchos, y la familia no lo contradice, el padre de la chacarera, entonces, hurgar en sus canciones será hurgar entre las raíces del género. Hay algo de búsaqueda cultural, de identidad de una población, y también de historia fundamental de la provincia que hasta le legó el nombre de un pueblo, Santiago del Estero. Hubo una época, la del apogeo del folclore allá por años ’60 y ’70 en la que florecieron los documentales referidos a nuestra música autóctona; hoy en día esto ya no es tan popular y reconocido, de ahí la grandeza de Chacarera, en rescatar lo nuestro, hablar de la cultura propia, y evocar a una figura que debería ser mucho más valorada de lo que es.
Hay también dos testimonios cuasi ficcionalizados, un hombre que vive en Buenos Aires pero extraña a su Santiago natal, y un nene que viaje de Santiago a Buenos Aires, para alojarse en casa de un tía, y que está obsesionado con la chacarera. Estas historias, no poco meritorias, no tienen el peso de las propias imágenes de los Carabajal, en pleno ensayo, buscando y recordando. Miño, repetimos con la ayuda de Peteco, construyó un film simple, sin demasiadas pretensiones cinematográficas pero sí artísticas, hasta casi poéticas.
Algo de ensoñación ronda toda la película que se disfruta como una caricia amable. Los seguidores de nuestra música, y más aún los admiradores de los miembros de esta popular familia, van a estar de para bienes, Chacarera les ofrece lo que vienen a buscar y un poco más. Tierno, simpático, poético, cultural, autóctono, simple y directo, todos estos son adjetivos que le caben a la perfección a este documental, el mérito no es poco.