Cerro quemado

Crítica de Marcela Barbaro - Subjetiva

Decía Eduardo Galeano que “nada hay en verdad más revolucionario que dar la palabra al colonizado, al explotado, para que nos muestre su realidad tal cual es, con todas las grandezas y miserias de su humanidad, sin deformaciones interesadas en ilustrar otros postulados”.

Orientado al cine documental de corte etnográfico el estreno de Cerro Quemado de Juan Pablo Ruíz (co director junto Martín Masetti de La palabra empeñada, 2008) funciona como herramienta para reivindicar la identidad y los derechos de los pueblos originarios, y también como expresión del etnocidio y explotación territorial, laboral y cultural que padecieron.

La película retrata con minuciosa observación a tres generaciones de mujeres collas que se reúnen en los altos del Cerro Quemado para compartir y preservar tradiciones ancestrales, su legado familiar y profundizar los vínculos que las unen.

Desde el inicio, la cámara acompaña a Micaela Chauque, destacada folklorista y música, que decide viajar junto a su madre, Cornelia Yurquina, a visitar a su abuela Felipa Zerpa, última representante de la comunidad familiar. La anciana vive sola en medio de la inmensidad del cerro junto a sus animales, y será el foco de transmisión de la sabiduría de su pueblo como de la violencia a la que fueron sometidos con la llegada del ingenio azucarero a la región. Su voz, mezclando el idioma quechua y el español, constituirá el eje del relato.

El documental de Ruíz recuerda a ciertas características narrativas del cine de Jorge Prelorán (para muchos el Jean Rouch argentino), en relación al método que aplicaba en sus películas etnobiográficas: la elección de un personaje o familia reducida en su entorno natural, su acercamiento en busca de la confianza e intimidad que permita al entrevistado la fluidez para hablar, como el documentar la vida cotidiana con algunos hechos ocasionales sin interferir. Prelorán en su carácter de observador participante trataba de invisibilizar su figura como en la reconocida Cochengo Miranda (1975).

En Cerro Quemado el acercamiento a las protagonistas explora la cotidianeidad, su relación con la naturaleza y los lazos afectivos que reafirman su identidad como pueblo. El uso de primerísimos primeros planos, encuadres estilizados y una fotografía que exalta la belleza del paisaje que las rodea o el contraste de la luz sobre sus rostros, le imprimen un tono poético que se conjuga con la música autóctona y el testimonio de la opresión que sufrieron con la presencia del hombre blanco en la región norteña.

En palabras del director, “…considero justo y necesario intentar rescatar, a partir del cine, parte de la cultura coya de los pueblos originarios del norte argentino. Una civilización rica en conocimientos y dueña de una propia cosmovisión, que inexorablemente marcha hacia su expiración.”

En su paso por destacados festivales y muestras nacionales e internacionales, Cerro Quemado logra con pocos elementos y a pesar de ser una película pequeña, acercarnos a la problemática de los pueblos originarios de Latinoamérica; a través de una mirada sensible y respetuosa, que se aleja de un cine utilizado como mero proveedor de imágenes figurativas y exóticas de los aborígenes, para apelar a la percepción de una realidad matizada por el racismo y los estereotipos de la cultura dominante.

Ruiz elige contar una historia en la que simboliza una despedida entre las tres mujeres, a quienes otorga la voz y el espacio al que pocas veces pudieron acceder. El poder de la palabra al que hacía referencia Galeano, nos acerca a un pasado de sometimiento y esclavitud en manos del poder colonizador que actúa con la impunidad y el salvajismo al que ellos mismos temen y condenan.

CERRO QUEMADO
Cerro Quemado. Argentina, 2019.
Dirección y guion: Juan Pablo Ruiz. Intérpretes: Micaela Chauque, Cornelia Yurquina, Felipa Zerpa. Fotografia y cámara: Gustavo Schiaffino. Montaje: Juan Pablo Ruiz y Alejandro Nantón. Sonido: Omar Mustafá. Música: Micaela Chauque. Duración: 63 minutos