Cenicienta y el príncipe oculto

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Todo comienza como un cuento de hadas, como era de esperar. Pero en lugar de asistir a la conocida vindicación de la pobre Cenicienta, de esclava de sus odiosas hermanastras a glamorosa princesa de un reino inesperado, aquí el de la mala suerte y el renovado destino es un tímido y elegante ratoncito. Agudo narrador y carismático protagonista, el héroe de esta historia sale de las alcantarillas junto a sus amigos para asistir al fastuoso baile del reino, enfrentar a la malvada bruja y desentrañar el hechizo que ha signado su fortuna. No hay demasiadas sorpresas: Cenicienta sale de la cocina, baila con el acartonado príncipe y sueña con ser la señora del castillo. Sin embargo, hay algunos cambios que aggiornan la versión y dan vida a este nuevo "punto de vista": un hada madrina aprendiz, que con cada truco deshace alguna convención, y una resolución original y nada concesiva.

La animación es deudora del universo clásico de Disney, con algunas imprecisiones en los gestos de las figuras humanas y mejores resultados en el retrato del universo animal, desde los ratones hasta la perezosa tortuga que habita en el bosque. La bruja es casi la hermana gemela de la malvadísima Maléfica de La bella durmiente, pero ataviada con su olla de pociones y hechizos, sus pájaros salidos del mundo de Oz y algo del aguileño perfil del crítico gastronómico de Ratatouille. Lo que se dice un verdadero homenaje a los clásicos infantiles.