Cementerio de animales

Crítica de Matías Gelpi - Fancinema

VUELVEN PEOR

El concepto central de Cementerio de animales es que todo lo que se entierre ahí revive, pero se vuelve malo. Y eso es más o menos lo que le pasa a esta nueva adaptación de la novela de Stephen King, es como si alguien hubiera enterrado en el cementerio la versión de 1989 y el resultado es esta versión enclenque y maldita del 2019.

Durante la primera hora se nos cuenta, sin demasiada inspiración o algún tipo de diálogo con la versión anterior, lo mismo que todos sabemos: el doctor Louis y su mujer Rachel, junto con sus hijos pequeños, y el famoso gato Church, se mudan a un pequeño pueblo de Maine en busca de una tranquilidad que, evidentemente, la gran ciudad de Boston no puede ofrecerles. Inexplicablemente eligen mudarse a una casa sobre una carretera famosa por la cantidad de camiones que pasan a velocidades ridículas, y que en el fondo tiene un cementerio para las mascotas de la comunidad, que en realidad es una fachada para un cementerio indio con capacidades sobrenaturales, aunque de eso nos enteramos avanzada la trama.

El problema inicial al que se enfrenta Cementerio de animales es el mismo al que se enfrentó Andy Muschietti en la última versión de IT: ambas versiones originales, con sus altibajos, son películas icónicas y generacionales que suelen estar frescas en la memoria colectiva, con lo cual la comparación surge casi de manera natural, al menos para cierto público. Entendiendo esto, Muschietti marca el territorio desde el principio, dejándonos en claro que nos va tener que contar lo mismo, pero que tiene una mirada particular y diferente para cada una de las secuencias icónicas que construyen el relato canónico de It. Básicamente lo que hacen los directores competentes, imprimen una mirada sobre la historia que nos quieren contar.

Esta cuestión se les escapa a los directores de Cementerio de animales Dennis Widmyer y Kevin Kolsch, que dejan pasar la oportunidad de reescribir todas las secuencias más icónicas y se limitan a hacerlas a reglamento como tachando una lista de cosas que tienen que hacer sí o sí, pero sin ganas. No generan climas ni tensión, sólo acumulan escenas que van llenando los casilleros necesarios. Aunque digamos también que se animan a tomar un par de decisiones fuertes, y puramente argumentales, que le agregan interés a la película cuando ya es demasiado tarde. Básicamente de apoyan demasiado en el gato (frase polémica y con connotaciones políticas que vamos a dejar así), quiero decir en la importancia de la mascota de la familia para el relato, cuyas aventuras son las únicas que hacen avanzar la trama. Y luego cambian un hecho central que hace que la secuencia final sea más interesante y, sobre todo, sorpresiva.

Cuando llegan los momentos importantes (el accidente con el camión y la matanza final) encontraremos lo mejor de esta versión. De repente estamos ante un film más berreta, pero también más divertido, que se regodea en su mala leche y en su falta de escrúpulos. Pero como decíamos un par de líneas atrás, ya es demasiado tarde, ya nos aburrimos demasiado, el final no es lo suficientemente bueno como para revivirnos. Mención aparte merece la espantosa versión del tema homónimo de los Ramones que escuchamos al final, como si nunca nos fuéramos a escapar de este tedio.