Cementerio de animales

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Por favor, basta de estupideces. Get a life. Odio cuando la gente se talibaniza sobre una obra en particular – y sobre todo cuando se trata de un mero producto comercial, ni siquiera hablamos de una obra suprema de la literatura mundial – y procede a lapidar sin miramientos a aquellos blasfemos que procedieron a adaptarla, cambiándole puntos y comas o dando una versión alternativa de la misma historia. No tengo un recuerdo fiel de la versión 1989 de Cementerio de Animales pero definitivamente no era una versión memorable. Recuerdo malas actuaciones y un bebé asesino que era mas ridículo que aterrador. Esta versión 2019 es superior, pero dista de ser una obra maestra. Parte del drama está en el original de King – se precisa una sucesión de estupideces y mala suerte para que los eventos ocurran – y parte está en que algunas decisiones creativas del climax podrían haber sido mejores. Pero Cementerio de Animales no es Shakespeare y puede tener todas las versiones alternativas que quiera siempre que sean efectivas y mejoren la obra original. Nada es intocable en esta vida.

Si la versión 1989 apuntaba al terror, la versión 2019 es mas dramática e incómoda. Terriblemente incómoda. El tema es que acá no hay finales felices ni lucha contra un mal superior, sino una visión nihilista del mundo desde el momento en que la familia es golpeada por la tragedia. Lo que queda es el dolor y la angustia, malos consejeros a la hora de perder un ser querido y mas cuando uno sabe que existe un atajo – ilegal, truculento – para engañar a la muerte y recuperar lo que la vida nos ha quitado. El resultado es una media hora final estremecedora, inquietante, enervante… que no termina de calar todo lo que debiera. ¿Por qué?. No termina de quedarme claro. Mientras que las persecuciones y la acción están muy bien, el detalle de estos engendros revividos parlanchines que gustan darte lujo de detalles sobre la infernal vida en el Mas Allá me suena a película barata de terror. Casi podría escuchar a Freddy Krueger decir líneas parecidas en la cuarta o quinta secuela de la saga de Pesadilla en la Calle Elm.

Pero que esos deslices no te engañen; Cementerio de Animales 2019 es una película de terror magra en grasas. Dura poco (algo mas de una hora y media), tiene excelentes perfomances, buen clima, algunos shocks obvios y otros no tanto, y pocos errores que se puedan subrayar. Hay cambios notables, en especial sobre quién muere; acá le toca la baraja de la muerte le toca a la hija de 9 años en vez de al bebé (a diferencia del texto original y del filme de 1989), lo que te da la oportunidad de poner a una intérprete mucho mas madura (en este caso, una brillante Jeté Laurence) para protagonizar con soltura ambos lados de la misma moneda. Cuando está viva, la Laurence es chispeante y alegre… y cuando regresa de la tumba, es un engendro decrépito de piel blanca, venas azules, costurones por todos lados, ojito caído y voz gutural que te eriza la piel. La mejor escena del filme es cuando un nervioso Jason Clarke – que ha acogido en su casa a su hija revivida, la cual vino rengueando después de despertarse en el cementerio indio – decide arroparla y la espectral Laurence le pide que se quede con ella a pasar la noche. Desquiciado pero con un dejo de sentido común, Clarke se ha ido dando cuenta que esa cosa que está acostada a su lado no es ni por asomo su hija sino algo mas escalofriante y desalmado… y cuando la nena le dice “papá” y le pasa el brazo simplemente te pone todos los pelos de punta.

Es posible que le falten algunos subtextos del libro original y es posible que los villanos funcionen mejor cuando hablan poco; pero en general Cementerio de Animales 2019 me pareció muy potable. Lo que sí creo es que no funciona en el sentido habitual de los filmes de terror – de puro pasatismo y muertes creativas – sino que lidia con algunas cuestiones dramáticas de la vida real que le pueden tocar muy de cerca al espectador, razón por la cual puede tener un punch diferente, mas profundo y venenoso. Los niños son la alegría de nuestra vida y representan la inocencia pura; acá el filme no sólo se da el lujo de lastimarlos y hasta asesinarlos sino que llega al extremo de trocarlos por versiones diabólicas y perversas que nos vemos forzados a contemplar durante largo rato y, lo que es peor (como es el caso del filme), no se tratan de los hijos del vecino sino de nuestros hijos. Es por eso que no se trata de “una mas de zombies” sino de una espantosa pesadilla, que cala fuerte en el espectador y materializa lo mas profundo de nuestros temores.