Cazador de demonios: Solomon Kane

Crítica de Fernando López - La Nación

Espadas, demonios y un héroe atormentado

Nada muy novedoso para este apurado film de acción

Solomon Kane -sombrero de corona cilíndrica y alas anchas, enorme capa negra, botas altas, aceros varios y pistolas al alcance de la mano-, es un guerrero feroz, un mercenario, un pirata; pero también un hombre atormentado por su sombrío pasado. Uno de esos héroes de leyenda que participan al mismo tiempo de la historia y la fantasía: sus enemigos pueden ser de carne y hueso y luchar con él por la riqueza o por la fe, o seres poseídos por el demonio, zombis que se alimentan de carne humana y hasta el propio Satanás, que quiere cobrarle una vieja deuda.

A Solomon, cuya aventura se desarrolla en la fangosa Inglaterra del 1600, lo acechan peligros por todas partes, sobre todo desde que, por razones que no conviene revelar, atraviesa una crisis de conciencia, rompe con el pasado y anda en busca de redención.

El guión está basado en este personaje imaginado por Robert E. Howard, el creador de Conan , y responde al género de espada y hechicería que el autor norteamericano contribuyó a definir. Y aunque no trae mucho de novedoso y sigue muy de cerca modelos cinematográficos más famosos, contiene abundante acción y aventura para proporcionar algún entretenimiento.

El problema reside en que el film quiere abarcar demasiado (incluidas las traumáticas situaciones vividas por el héroe en la infancia), con lo que la narración avanza a los saltos, quedan muchos cabos sueltos, las sanguinarias batallas resultan espectaculares, pero no siempre inteligibles y los personajes -salvo el protagonista- bastante desdibujados. Tampoco hay tiempo para atender los dilemas morales que acosan a Solomon: así, la conclusión que deja su conducta es, por lo menos, ambigua.

Aun con su pretendido acento épico, el film se vuelve monótono y genera escasos picos de emoción. Visualmente, eso sí, la película es bastante llamativa, con su profusión de teas, hogueras e incendios y su variedad de ambientes: de colosales castillos a cuevas misérrimas y de sótanos atestados de zombis a bosques infestados de bandidos. Sorprende más el insólito (grotesco) remate de una escena de crucifixión que los convencionales efectos especiales. Incluido el enorme demonio que, como puede suponerse, también es de fuego.