Cats

Crítica de Leandro Porcelli - Cinéfilo Serial

Abandonen toda esperanza, aquellos que decidan ver «Cats».

Una superproducción musical como pocas con un despliegue de producción realmente admirable pero que termina siendo en vano al estar al servicio de una errática adaptación de un musical bastante lejano a la masividad. Sin dudas un film que pocos directores más allá del mismo Tom Hooper (ganador de los Oscars a Mejor Director y Mejor Película con «El Discurso del Rey») podrían haber conseguido financiar, una desafortunada inversión ya que costó más del cuádruple de su gran triunfo de principios de la década pasada y ya se confirmó un relativo fracaso gatuno en taquilla.

La obra original, creada por Andrew Lloyd Webber, es una de esas producciones difíciles de consumir sin ser ya un fanático de los musicales. Para empeorar las cosas, esta versión de Hooper parece intercalar entre traducir rústicamente al pie de la letra momentos demasiado teatrales y adaptarse a un medio más visual con otras libertades y limitaciones. Pero para no entrar tanto en especificidades sirve mejor ser claro y simple: «Cats» es terrible, insufrible por momentos. Una experiencia repleta de buenas canciones y shockeantes decisiones creativas. Es la combinación de dos mentes brillantes, la de Webber y Hooper, dando vida a un proyecto resultado de una locura momentánea. Un error de cálculo comparable con el monstruo de Frankestein.

Realmente no hay ningún aspecto del film que se salve de ser agridulce, como por ejemplo un trabajo de diseño de producción envidiable que produjeron sets excelentes pero que terminan combinándose con ambientes realizados por computadora y sin el tiempo o presupuesto necesarios para que estén a la altura. La experiencia deja a uno anonadado, pero está lejos de ser recomendable aún para aquellos dispuestos a aventurarse esperando algún entretenimiento adyacente a la diversión. Sin dudas su primera mitad es cuando más se acerca a ser algo digerible, pero las sensaciones que deja el resto de la cinta uno no se las desea ni a su peor enemigo.

Punto aparte para la apariencia de los felinos en cuestión, que van a despertar en cada uno un arcoíris de respuestas que pueden ir desde la confusa indiferencia al total terror. La decisión de hacerlos híbridos gato-humanos en la época de la captura de movimiento y de los animales realistas hechos por computadora no hacen más que darle todavía más forma a la teoría de que esta es una producción perdida de esos confusos 00s en los que nadie sabía bien que estaban haciendo.

Pocos personajes tienen el tiempo o la capacidad de salir airosos, aunque es muy destacable que el elenco se dio por completo a la visión desquiciada del director. Movimientos gatunos, inflexiones vocales y algún que otro «miau» colocado estratégicamente son momentos que existen entre universos paralelos de total seriedad y un estado de juego absoluto. Las canciones también son un fuerte de la película, pero incluso esa es un arma de doble filo cuando hacia el final la extrema densidad de canto por minuto, sumados al mal uso del repertorio por parte de Hooper hacen que el ritmo resulte una tortura aún para aquellos fans del canto dramático en la gran pantalla.

No hay mejor forma de describir esta película: una tortura que en sus mejores momentos sólo logra crear confusión y en sus peores hace que, como sus gatos mágicos protagonistas, aspiremos a jugárnosla a ver si en nuestra próxima vida reencarnamos en un ser que no cometa el error (el tremendo, horrible y sumamente poco recomendable error) de ver «Cats». Favor de abstenerse, en este caso la curiosidad mata a la audiencia.